A modo de introducción.
Matu siempre ha dibujado o pintado. En principio pintaba con colores
muy duros y uniformes, rayado como pintan la mayoría de los niños hasta que
descubrió los acrílicos y las témperas, entonces los colores eran uniformes.
Sin embargo y a pesar de eso, siempre ha intentado la mezcla de colores
sobre el papel o la madera. La he visto lograr en un mismo dibujo tres tipos de
negro distintos dando por descontado que el acrílico no es tan amable para la
mezcla como otras pinturas.
Cierto día fuimos a visitar una Duende sonriente y le prestó para
pintar sus tizas pastel. Matu quedó fascinada con la herramienta; primero los
usó como si fueran crayones y luego ante la sugerencia de la Duende, pasó los
dedos sobre los colores consiguiendo una uniformidad que no lograba su
psicomotricidad. Pero, oh sorpresa, al usar el dedo sucio de un color sobre el
otro color aparecía un tercer color.
Matu, en silencio, como suele estar cuando conoce a terceros, miraba
maravillada lo que brotaba de sus dedos.
El día se fue al estómago de Cronos como suelen irse los días, sin
embargo la impresión había quedado fijada en ella.
Desde ese día comenzó a reclamarme que le comprara esas tizas. Yo por
ocupado, u olvidado, o mal padre, reiteradas veces olvidé esa compra.
Un día vino la Duende a nuestra casa, con un obsequio: 12 tizas pastel
y un block de hojas de dibujo. Desde entonces Matu no sólo habló libremente con
esta niña grande sino que se dedicó exclusivamente a jugar con sus nuevas tizas
pastel durante horas, reclamándome constantemente que la acompañara en sus
juegos… lo que me recordó una de mis grandes frustraciones, mi incapacidad para
el dibujo y el color. Es muy triste saber lo que uno disfruta viendo algo que
le gustaría pero se siente incapaz de hacer.
Matu siempre tuvo lápices, fibras o lo que fuera en una cantidad de 12
o inferior, nunca esa 24 o la maravillosa variedad de 48 grafitos distintos que
permiten identificar una mayor variedad de matices y colores.
A modo de cuerpo.
Cada vez que la busco de su madre, volvemos los 12 km de ruta mirando
el cielo, cantando canciones, conversando, viendo figuras en las nubes, reconociendo
juegos de luz y sombra provocados por el atardecer.
—Mirá
Matu, cómo el sol se filtra entre las nubes y hace rayos como si estuvieran
dibujados.
—¿Qué
es filtar?
—Como
que algo lo atrapa al sol, pero no puede atraparlo todo y deja que algo se le
escape.—
Mientras respondo, pienso que estoy hablando de los vínculos humanos aunque sé
que hablo sólo de una imagen.
—Las
nubes lo atrapan.
—Sí,
las nubes.
Mientras manejo miro el horizonte y veo un recuerdo, una pregunta que
ella me hacía regularmente hace uno o dos años y se la devuelvo para ver qué
responde.
—¿Por
qué está rojo allá?
—¿Dónde?
—Debajo
de las nubes.
Ella mira y responde con una seguridad que me asusta.
—No
es rojo, es naranja y tiene un poco de amarillo y un poquito de blanco.
La miro maravillado, me sé incapaz de percibir eso a menos que me lo
digan y me recuerda mucho a algunos diálogos con ciertas personas más sensibles
que yo al color. Finalmente con temor, el miedo de quien teme verse superado
por una niña de cinco años, le pregunto a quemarropa y sin darle tiempo.
—¿Y
el negro de las nubes?
—No
es negro papá, es gris y tiene algo azul.
Me doy vuelta sin pensar que estoy manejando (ya he dicho que soy un
mal padre) y la miro intrigado. Ella me mira y me vulnera con facilidad.
—Te
quiero Papi.
—Yo
te amo, amor.
Vuelvo a mirar la ruta sonriendo y seguimos el viaje; como siempre, me ha
dejado «chupando
un palo sentado sobre una calabaza». El mundo y la gente son como los colores (pienso),
hay quienes sólo ven la masa uniforme como un color y hay quienes pueden ver
los matices, las sutilezas, lo complejo de un color o de una persona y todo lo
que se combina para formarlo.
A modo de conclusión.
Llegamos a casa y nos bajamos del auto.
—Papá,
¿vamos a pintar con las tizas? Pintá conmigo.
—Bueno,
amor.— digo.
«Así seguís enseñándome un poco más del mundo», pienso, pero no le digo para que no salga tan pupocéntrica
como yo.