La mira jugar y esa límpida risa le apacigua la inseguridad de no saber
mañanas.
̶̶ ¿Qué querés comer?
̶̶ Pizza de roquefort.
Sonríe y accede. Compra una prepizza porque las ganas de amasar se han
ido con la jornada laboral; que por suerte (buena o mala, vaya uno a saber) ha
sido aburrida.
Hay rutinas que agobian y otras que liberan. Su hija canta con esas
libertades que uno pierde ya de grande, y que en este momento, mientras la mira
reír, jugar, cantar frente a un televisor encendido que ambas ignoran, lamenta
sin lamentar.
«No se llora sobre la leche derramada», piensa mientras enciende el horno y se queda allí en
cuclillas unos segundos esperando que la válvula de seguridad tome conciencia
de su voluntad de encenderlo. Hay rutinas que agobian.
Casi sin darse cuenta, se encuentra cantando con su hija; las dos ríen.
Hay rutinas que liberan.
La nostalgia de una ciudad, de una radio, de un ritmo, de pretéritos
lejanos la atrapan un par de segundos. Pero…
̶̶
¡Mami!¡Mami! ̶ La voz
del presente la reclama.
«La nostalgia es la trampa de los idiotas», piensa; «sólo se puede seguir hacia adelante, la caja de
cambios de los cuerpos y sus destinos no ha sido diseñado con reversa». Pero ese hacia adelante lo plantea como vuelta, una
vuelta enriquecida con la magia de una duende rubia cantora y pintora. La
serpiente de Uroburos, como siempre, muerde su cola.
«No
puedo ir a buscarla hoy»
Vuelve a leer un mensaje que se le hace costumbre o deja-vu. Sabe y
disfruta de la libertad de estar sola, pero también le pesa transitar la
soledad sin esa risa y esa demanda que la quiebran. Duda, si la alegra o la
entristece este reiteradomensaje.
Comen y charlan con historias de escuela.
Un dibujo, en Netflix, roba su atención y vuelve a estar sola aunque la
energía de esa pequeña presencia lo invada todo.
Como siempre, en los silencios se piensan boludeces; recuerda, de repente,
un mueble que ha quedado abierto he intenta, inútilmente, con su hiperconectado
mundo, que el sino lo cierre. Pero el ropero ha decidido quedar abierto y no
hay voluntad humana que sea capaz de torcer el deseo de un objeto.
¿El deseo?
Siente que lo ha desplazado a un cotidiano más urgente. Lo vacuo de sus
últimos intentos han minado de Nadas los silencios de las sábanas.
Vuelve a levantar la cabeza y mira a su hija concentrada. Extrañamente
se siente completa… pero con sueño.
̶̶
Me voy a dormir.̶ le dice.
̶
Bueno mami, yo ya voy.
Y sabe que la cama estará cómoda y vacía hasta que ella venga a su
lado. Sin embargo, el sueño la vence.
Mientras Morfeo se aproxima con el sonido de un televisor de fondo,
piensa para sí:
«No
es la marea la que tiene la voluntad de llevar o traer cosas;
es uno el que ha
decidido, de cuerpo presente, estar en esa orilla
y resignar su libre
albedrío al destino de un mar embravecido.»
Y se duerme… esta vez, sin que una sola lágrima decida conciliar su
sueño. Se duerme, con una sutil sonrisa que la ilumina y solo despierta un
segundo al sentir que una hada levanta tiernamente las sábanas para meterse en
su lado, cual costilla arrancada por dioses que vuelve cada noche a su destino
de origen.