Un gran amigo, de esos que duran los siglos que tarda una noche de alcohol en disolverse en la sangre. Un marinero, venido de Praga y acostumbrado a los largos viajes que no llevan a ningún lado me contó la verdad sobre el marido de la tejedora.
- Cuando pasamos por las sirenas, -me dijo- yo también había decidido, en secreto, no taparme las orejas y al principio no comprendí los gritos y el enojo de Odiseo. Agucé el oído pensando que tal vez mi falta de inteligencia hacían que yo no oyera lo que sí mi capitán... y nada. Fue entonces que comprendí, que las astutas sirenas habían castigado al errante navegante con algo peor que su canto; sabiéndose escuchadas, lo torturaron con su silencio.
Ni bien terminó su relato despidió sobre el piso la parte del vino que no era historia. Y después... nos quedamos en silencio como si hubieran pasado un cardumen de sirenas.
¨ Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo.¨ F.K.
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