Arranca el auto y sale marcha atrás de la cochera. Frena con el pie en el embrague; aún no ha sacado la marcha, la mano que debía hacerlo se entretiene en un bostezo con sacar una lagaña endurecida por el sueño de sus ojos dormida.
Entra las bicicletas que tuvo que sacar para abrir la puerta y cierra la casa en la cual todos duermen.
04:00 A.M.
Demasiado temprano para viajar, sobretodo si es uno el que maneja.
Luego de 10 km comienza a despertarse. Justo a tiempo para aminorar y no golpear con la cabeza contra el techo cuando pasa las lomas de borro de la ciudad que surge sobre el parabrisas del auto.
Pone la radio. La radio no mantiene despierto. Le gusta más la música, pero la música lo acuna en el placer de la somnolencia en tanto que la radio lo mantiene más alerta. Pone, en la radio, una AM de esas que saludan con cada entrada del locutor mientras intercalan la música con un tejido de noticias más próximas a un obituario que a una celebración. Te dan los buenos días con alegres melodías mientras con enfado te cuentan lo mal que está el país, lo mal que estamos.
- Cuidado, loma de burro. - declara la voz lacónica de una muchacha de acento madrileño.
El GPS no habla mucho, el camino es bastante recto. Él sabe que lo prendió al pedo, que este aparato con voz de mujer, antes de que llegue a Pelegrini, lo va a querer hacer doblar hacia la izquierda. Y él no ha ido nunca por donde va a ir ahora pero sabe que no quiere ir por donde ha ido antes.
- Recalculando - Reprocha la muchacha española que sólo puede resultar sensual a quienes atrae la frigidez o la inexpresividad.
Él sigue, en la mañana oscura y neblinosa. Piensa, como en cada noche, como en cada viaje, lo bien que le vendría cambiar las lámparas delanteras ("estas no iluminan un sorete"), por unas más potentes ("de esas que puteás cuando tenés de frente").
- Recalculando - Denuncia la joven madrileña.
La neblina hace bancos que sólo permiten, con suerte, ver la trompa del auto. Teme ir muy fuerte y chocar con alguien que va muy lento; teme ir muy lento y ser chocado por alguien que va muy fuerte. "Voz activa y voz pasiva diría la vieja de Lengua."
"La neblina es como la vida", piensa.
60 km por hora. No se atreve a ir más fuerte. Recién, cuando aceleró, se comió un bache que por poco no rompe los bujes.
- Recalculando -
No sabe para qué mierda lo prendió. Debería haberlo apagado o haberle puesto un destino intermedios. "Las Parejas", por ejemplo.
Mira un cartel indicador a su derecha que en verde y blanco anuncia: "Rosario 60 Km"
- A quinientos metros doble a la izquierda -
"Es acá. Si parece acá. No. ¡Qué boludo!"
No frena, no se detiene. Piensa desandar el camino pero espera un cruce de rutas. La oscuridad y la neblina dan miedo. No miedo de niño que teme a los fantasmas, pero parecido.
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Sigue por media hora. Continúa por una ruta que se angosta y oscurece. Las luces altas comienzan a rebotar en la pared de neblina y tiene que bajarlas si quiere ver algo.
40 km por hora. Adelante se atisba un banco de niebla que parece impenetrable. Duda en entrar o no. Duda en detenerse. Sabe del riesgo de detenerse en una ruta rota y sin banquina por la que pasan, parece ser, sólo camiones y sigue.
Decide entrar en el banco de niebla. Si fuera creyente rezaría. No teme a los monstruos de Stephen King que tanto disfruta leyendo, teme a un terror más cotidiano. Siempre tuvo miedo de los asaltantes, de los accidentes, de la policía...
Justo antes de entrar, alcanza a leer en el cartel indicador: "Rosario 60 km"
Lo desconcierta. Algo está mal. No es correcto. Hay un error.
Entra en el banco de neblina y ya no ve nada. Ni adentro ni afuera del auto. Sólo se escucha la voz cacofónica de la mujer que habita el GPS.
- Recalculando - Todo está oscuro y la voz repite - Recalculando.
Las luces se prenden.
Arranca el auto y sale marcha atrás de la cochera. Frena con el pie en el embrague; aún no ha sacado la marcha, la mano que debía hacerlo se entretiene en un bostezo con sacar una lagaña endurecida por el sueño de sus ojos dormida. Lo hace por quincuagésima vez aún sin saberlo.