Algo que me llama poderosamente la atención es una
manifiesta contradicción en varios enunciadores, si no me creen basta con
fijarse cuando hablan en la calle o publican en Internet. La mayoría de quienes
se quejan de que nunca son escuchados por los otros son, en general, los que
menos escuchan; dicho de otra manera, quienes denuncian censuras son los más
propensos a censurar.
Creo que hay una problemática democrática en el
enunciado «tenés que respetar lo que digo». Bah, en realidad no sé si es una
problemática democrática… el enunciado en sí es medio pelotudo. No puede
alguien reclamar respeto por su enunciado simplemente porque siente que como
enunciador puede decir lo que se le ocurra. Cuando un enunciador dice una
pelotudez, lo que sí puede demandar es una confrontación abierta con argumentos
con otra persona que intente hacerla ver eso.
O sea, respetar al otro implica, dentro de un esquema
democrático de comportamiento, considerarlo un interlocutor válido con quien
confrontar ideas y enunciados. No significa para nada aceptar lo que el otro
diga simplemente porque el otro se le cantó la gana decirlo.
Muchos piensan que expresar sus ideas consiste en
decir lo que se les ocurra (o lo que les mandaron ocurrírsele). Y no, no es
eso. Expresar ideas implica poner en riesgo nuestro esquema ideológico
confrontándolo con los esquemas argumentales de otro. La ideología de un país,
la construcción de una nación o república se hace de esa manera.
Lo esencial, para poder realizar este maravilloso acto
de construir discursos (y por ende mundos) es dar cuenta del alter, de que en
frente nuestro hay otro, alguien distinto, que no es yo ni va a serlo nunca. Otro
que no va a pensar como yo cuando crezca. Uno Otro que ha tenido vida y
vivencias muy distintas. Reconocer ese Otro como interlocutor válido es lo más
importante de una construcción democrática.
Lamentablemente ese reconocimiento debe ser mutuo, no
puede darse de manera unilateral. No sirve que yo te reconozca como
interlocutor válido y vos no porque inevitablemente voy a estar chocando con
una barrera, una pared discursiva que evita que mis palabras lleguen a tu yo.
Confrontar ideas es increíblemente maravilloso cuando
nos encontramos con Otro que, aún a pesar de pensar distinto, se atreve a
exponer su yo ante nuestros enunciados de la misma manera que nosotros
exponemos los nuestros.
Cuando yo desprecio al otro y lo trato de ignorante o
me niego a hablarle porque no pienso como él construimos un discurso unívoco
que imposibilita cualquier democracia.
Pero… si fuera tan fácil no sería tan difícil.
¿Cuál es el problema mayor o el mayor de los
problemas?
Que la mayoría de las personas no sabe identificar
entre un argumento válido (enunciativamente hablando, porque ideológicamente hay
mucha tela para cortar y pocos vestidos para ponerse) y una falacia.
Por ejemplo, uno de los recursos argumentativos más
comunes y peor usados es la cita de la voz de otro… «lo dijo…», «lo afirman
científicos…», etc.
Descontando de que muchas veces dichas citas suelen
ser apócrifas, la voz de otro y sólo si esta voz es autorizada (tiene alguna
autorización vivencial o académica sobre el tema que habla) puede servir como
apoyatura pero no como prueba de los argumentos.
Otro ejemplo: el argumento contra la persona, «Y, mirá
quién lo dice…». Desacreditar la persona no desacredita el argumento, no
importa la persona si el argumento es válido y en una confrontación de ideas se
enfrentan construcciones de mundo no personas. De igual manera tampoco acredita
un buen argumento si es una buena persona, conozco muchas «buenas personas» que
andan diciendo impunemente pelotudeces por ahí.
La falacia más común, la que lamentablemente todos
usamos a pesar de que todos reconocemos, es la generalización que anula todos
los posibles matices de un mundo rico en diversidades: «los políticos son…»,
«los empleados son…», «los empresarios son…», «lasmujeres son…», «los hombres
son…». Puede ser que el cliché tenga, sobre todo debido a cierto patrones
culturales comunes de comportamiento, alguna base cierta; pero envejece y muere
a mucha velocidad y muchas veces nos encontramos juzgando a grupos con patrones
de comportamiento que ya no existen.
Otro error común es el de predecir acciones ante
situaciones no análogas, «si esa vez actuó así, ahora va a hacer…». Convengamos
que las analogías sólo pueden establecerse legítimamente cuando las situaciones
contienen una serie de elementos comunes internos y externos; que alguien sea
un médico bueno o malo no quiere decir que vaya a ser un presidente bueno o
malo.
Las relaciones de causa-consecuencia son, sin dudas,
uno de los argumentos más sólidos pero sólo si se analizan la totalidad de los
factores causales. Nunca una consecuencia surge de una sola causa; eso es
verdad de Perogrullo (no debió de haber sido muy inteligente este tal
Perogrullo).
De todas maneras y como para ir terminando (este
texto), resumamos en dos o tres oraciones:
1) No se puede discutir con otro si no nos reconocemos mutuamente como
interlocutores válidos.
2) No puede haber construcción si no me atrevo a arriesgar lo que pienso,
si no pongo en juego la posibilidad de cambiar algo de lo que creo saber.
3) Debo defender mi postura con argumentos válidos y estar muy atento de
no decir muchas estupideces (aunque es inevitable, cada tanto decir alguna).
4) Aceptar que el otro opine distinto no implica aceptar lo que el otro
opina.
5) Donde yo esté parado es el anclaje de mi discurso pero no es el único
lugar donde puedo estar parado, no hay una sola forma de pensar la realidad
aunque cada una de ellas implica un orden y valor de las cosas y las personas.
Finalmente y retomando el último punto, sólo se puede
discutir con quienes creen en la democracia y aceptan que hay muchos otros y
que un país se construye integrando a todos. En una nación no hay ciudadanos desechables
o de segunda a no ser el que piensa en su propio beneficio a costa del de los
otros.
Pensamientos de finde largo.
Que disfruten el fin de semana.