Mirar, ver,
tu mirada,
mi mirada, la de mis hijos.
Verme ahí,
en la redondez de tus ojos,
en mi mal
tino
de no ser
como hubieras querido;
y saberme
amado
a pesar de
todo lo mío.
Extrañarte
“Ab æternō”.
Extrañarte y
saberte ya muerto
y vivo en
todo lo vivido;
en mis ojos,
en los ojos
de mis hermanos
en los ojos
de mis hijos
en los de
mis sobrinos.
Sentir en
medio de un sueño
tu mano fría
sobre mi frente
para saber
si estaba vivo.
Y apoyar mi
mano tibia
en ese
impostor que finge tu muerte.
“No vayas a
verlo, que no está ahí”,
me dice mi
hermana.
Porque no es
ese señor,
el que
estaba ahí acostado;
ese no es mi
padre.
El que
encerraron entre seis paredes blancas,
ese no es mi
padre.
Destino de Cronos
deglutir sus propios hijos;
destino del
hombre generar mil infinitos.
Prolongar la
eternidad en la mirada,
en la
herencia de un carácter,
de algún
gesto.
Haberme
creído preparado
fue haberme
mentido.
“¿Tan poco
tiempo lo velan?”
Me pregunta quien
no le interesa.
“Dos meses
es una pequeña eternidad”,
quiero responderle
pero me
calló, no vale la pena.
La pena es propia
y no pienso
regalársela a nadie.
Mirar, ver,
amarte no
por sangre,
por
presencia
por saberte
siempre ahí
por haber
tenido tiempo
con tus dos
trabajos
para charlar
conmigo.
Haber tenido
suerte.
Te he tenido,
te tengo aún conmigo.
Con tu
humilde sapiencia,
sos el tipo
más culto que he conocido
y secundaria
de adulto
con trabajos
y con hijos
mejor promedio
fuiste.
Por tu
culpa, la educación y la lectura
siempre me han
seguido.
He aprendido
historia, literatura,
de sólo
oírte.
Y nunca te
negaste a seguir aprendiendo
de lo que
cada uno de tus hijos te traía:
pintura,
ingeniería, psicología,
ballet,
teatro, literatura,
periodismo,
artesanías.
Y eso ha
marcado a fuego
la relación
con mis hijos,
gracias a
vos me he permitido
aprender tanto
de ellos.
Abuelo
inagotable
de paciencia
infinita
y sucesivos
viajes.
Anfitrión de
mesas enormes
de millar de
parientes
de camping
de amigos
regados de
vino, autos que no arrancan,
y sopas
sólidas.
Eterna calma
hasta lo inaudito
en una casa
en la que todos gritábamos.
No recuerdo
haberte oído un insulto.
Nada se
tira, todo en algún momento sirve.
Si habré
juntado cachivaches siguiendo tus preceptos.
Y citas
apócrifas y aleccionadoras:
“vísteme lento
que estoy apurado”
le dijo
Napoleón a su valet;
y vos a mí
mil veces.
Te creí,
luego te peleé,
y lo que
soy, soy por ti.
Sopa de
recuerdo, tras del llanto.
La efímera
existencia de los muertos
Es eterna en
la existencia de los vivos.