Voy a hacer un comentario porque me tienen inflado aquellos que se
escandalizan con lo que «acepta» o «no
acepta» la RAE como palabras de uso en nuestro
idioma.
Y lo que más me preocupa es que esos comentarios los hacen gente
supuestamente progresista.
Primero acordemos un detalle, como toda institución la RAE ha crecido
ideológicamente, ya no es aquella que tenía el “speech” de un producto de
limpieza («Limpia, fija
y da esplendor»).
En la época de las monarquías o de los gobiernos verticalistas, la RAE era norma (con el significado
de regla
rectora), decía qué se debía y qué no se debía usar imaginando un
lenguaje ajeno a quienes lo hablan, un lenguaje que subsiste por sobre el
sujeto hablante.
Pero en realidad esto era una mentira, todos sabemos que el lenguaje es
la forma de construir un estado de poder. El lenguaje que la RAE construía con su vara rectora de «esto está bien», «esto
está mal» tenía
que ver no con un verdadero uso del idioma sino con la aceptación de que el
único verdadero era el que manejaban las esferas de poder.
En esa época, lo único que nos
salvaba era la literatura que hacía emerger desde el silencio las
construcciones calladas de un pueblo.
Con el tiempo y el recambio, lentamente, como lo hacen las
instituciones, la RAE comprendió que
el idioma vive porque se usa y que los verdaderos dueños de la lengua son sus
usuarios. Mientras pensaba esto, entró en conflicto con su carácter normativo.
El sentido de la norma será, desde entonces, lo normal.
Había, sin embargo, en un intento de que el idioma no se resquebraje en
miles de idiomas, pretender unificar esa normalidad.
Desde entonces, la Academia recaba información, estudia
usos del pueblo (no de los grupos dominantes e ilustrados), los registra,
analiza lo común y aconseja o desaconseja su uso.
Honestamente me parece brillante, una madurez como pocas instituciones
han tenido y un espíritu verdaderamente democrático (más allá de posibles
errores).
Pero, siempre el pero, los intelectuales
supuestamente progresistas comienzan a escandalizarse con las palabras que acepta.
Porque aceptar los usos del pueblo le duele hasta a los intelectuales que por
lo general no provienen de esa masa silenciada. Y vemos publicaciones
escandalizadas: «¡Viste
lo que aceptó la RAE!»,
«¡Qué vergüenza!».
Qué vergüenza ustedes queridos come tintas. Cuán poca literatura
hubiéramos tenido con gente con el espíritu de escriba que tienen ustedes.
—Se
aceptó almóndiga!!!!!.
—Sí
estimado, se aceptó que se usa en determinadas regiones; no se aconseja su uso
porque no se impone, nada más. Si el idioma evolucionara como vuestra mente aún
estaríamos diciendo «oculi» en lugar de «ojos».
¡Muy bien señora!, por eso se llama «oculista» al doctor que nos mira los ojos. La felicito, siga
así.
Por otro lado, fíjese que al lado del término «almóndiga» agrega «desus. U. c. vulgar» que por si usted no lo sabía significa «en desuso, úsese como vulgar».
Qué lejos está el «filius» del «hijo».
El idioma es materia viva y tiene dos formas de
crecer, o de la mano de los discursos hegemónicos que imponen un
orden y un poder o de la mano del pueblo. No es cuestión de aceptar
cualquier cosa (como usted está a punto de decir), porque dejaríamos de
entendernos; pero tampoco es cuestión de darle la palabra a los doctos porque
ellos lo van a usar para lo que siempre lo usaron, para marcar diferencias y
generar valores y disvalores culturales, desvalorizando una cultura en pro de
otra.
Amigos progres, dejen de publicar escandalizados lo que acepta o no la RAE. Piensen qué significa eso y,
porfa, no se contradigan.
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