Caminamos hacia la plaza; Matu, Cata y yo. Son las 19:30 de una tarde de verano
cualquiera. Mientras vamos hacia el lugar, Matu va cantando y dando vuelta
entorno a nosotros.
Una enorme palanca de metal en un poste de luz sobresale al relieve del
urbano paisaje a una altura aproximada de metro veinte, un poco más arriba del
campo visual de Matilda pero por debajo
de su altura física. Lo que va a suceder es absolutamente predecible para
cualquier lector atento cómodamente sentado, no lo fue para nosotros que
estábamos descuidadamente hablando de bueyes que se pierden y verduras que son
cualquieras.
Evento 01.
Matu camina a relativa velocidad por sobre lo normal, lo cual le
permite dar dos vueltas en torno a nosotros y seguir a nuestro lado. Mientras
se desplaza hacia adelante, gira varias veces su cabeza hacia atrás para
contarnos algo. Cada vez que pasa al lado de una columna o árbol se toma con
una mano del mismo para propulsar su cuerpo hacia adelante a mayor velocidad.
Toma con su mano izquierda el poste de la luz, está mirando el piso, viene cantando alegremente; la
velocidad del andar y la fuerza de su brazo disparan su cuerpo hacia adelante y
de repente: «Clanck»,
un sonido seco y opaco detiene la canción y el desplazamiento. El cuerpo
propulsado hacia delante de Matu es detenido a la altura de la frente pero la
inercia de toda la acción no puede ser detenida completamente… La frente queda
ahí, adherida a la palanca de hierro, quieta y suspendida en el tiempo y el
espacio; mientras el resto de su cuerpo continúa hacia adelante.
Como suele
suceder, si alguien sujeta un cuerpo de un punto fijo y acciona sobre este una
fuerza regular y continua hacia adelante, en lugar de un desplazamiento en esa
dirección, se obtiene una rotación. La cabeza de Matilda queda fija y sus pies
libres continúan hacia adelante y comienzan a trepar hacia arriba en el aire
hasta que la traidora fuerza de gravedad ejerce una fuerza hacia abajo logrando
que la espalda de la niña se encuentre con el piso.
Matu queda
sentada en el piso desconcertada.
—Me caí.— dice. —No pasó nada.
Cata y yo
la miramos con la dual emoción de sentirnos preocupados porque el golpe que nos
pareció violento y de sentirnos tentados a reír porque la escena era muy
graciosa.
Matu tardó
en comprender por qué estaba en el piso. Necesitó ver la palanca, asociarlo con
lo que nosotros le decíamos y preguntábamos sobre su estar y posible dolor. Fue
ahí, no antes, cuando comenzó a dolerle la cabeza.
De esa situación,
que parece una escena de slapstick, pueden deducirse múltiples vínculos
causa-consecuencia, algunos de los cuales son lógicos y otros no tanto.
El
conocimiento de las relaciones de causa-consecuencia en el mundo nos permite
anticiparnos a hechos. Por ejemplo, yo sé en este momento que si no aplico frío
sobre la zona golpeada mañana surgirá un chichón de un tono más azul y de
dimensiones mayores que si lo aplico; damos por descartado que el
surgimiento del chichón al día siguiente es inevitable como consecuencia del
fuerte golpe que acciona como causa del ineludible chichón.
Otras
relaciones son más difíciles de explicar aunque adquieren un valor simbólico
precioso: ¿Por qué el dolor aparece luego de que se accede al conocimiento de
la situación? A Matu no le duele hasta no darse cuenta que no se cayó, sino que
se ha golpeado. ¿Qué extraño vínculo uno puede establecer entre el saber y el dolor? Sólo tengo preguntas respecto a esto. Preguntas que han
tratado de responder tanto los libros de autoayuda como los textos políticos y
si bien las respuestas de unos y otros aún no me satisfacen, creo encontrar más
factibles las de los segundos libros.
Otras
relaciones causales-consecutivas actúan en el futuro; por ejemplo, yo desde ese
momento estoy observando las acciones de Matilda ya que si surge somnolencia,
mareos o comienza a hablar al pedo sé que el golpe pudo haber sido grave y
deberé llevarla urgente al hospital; en cambio si continúa su actuar normal
(léase normal como lo que este sujeto particular mantiene como comportamiento
habitual, el comportamiento de Matu no suele ser normal dentro de los
parámetros sociales de normalidad). La lectura de los síntomas para establecer
el estado del sujeto también es una lectura causalconsecutiva y genera una
cadena de causas y consecuencias (golpe-observación-síntoma-acción) en la cual
la consecuencia de la anterior se convierte en la causa de la siguiente. Como
se puede apreciar, las relaciones de causa-consecuencia se encuentran
inevitable y estrechamente vinculadas a relaciones de continuidad o discontinuidad
temporal.
*
* *
Continuamos
nuestro viaje hacia la plaza. Ella se queja del dolor de cabeza. Todos estamos
atentos pero no dejamos de reír.
En la
plaza va a la calesita, a la hamaca, al tobogán y finalmente a un extraño juego
que combina trepador con un caño central para descender por él, cual bombero de
película.
Inmediatamente
luego de la calesita Matu me dice:
—Ya no me duele más.— y sigue jugando.
La
relación entre entretenimiento y ausencia de dolor es tan inexplicable
como la que se establece entre saber
y dolor. Se establece un
entrecruzamiento antinómico entre conocimiento-dolor indiferencia (no
conocimiento)-no dolor; Los pares son antonímias que se cruzan y permiten
deducir de ellas muchas cosas pero para decir sólo lo evidente: mientras
estamos en conocimiento, nos duele y cuando logramos olvidar o desconocer, ya
no nos duele (que esto sea bueno o malo dependerá de la forma de pensar de cada
uno… yo prefiero el dolor). Podríamos derivar de esto millones de ideas
políticas e ideológicas; pero no es mi interés en este momento, sólo se lo dejo
para que lo piensen quienes entiendan lo que acabo de decir.
Evento 02
Matu trepa hasta arriba del trepador antes descripto y se lanza por el
caño. Es la primera vez que lo hace y me llama mucho la atención que lo haga
con la edad que tiene. Así que, como cualquier padre baboso, me aproximo con el
celular para filmarla. Ella me ve y al apreciar el reconocimiento se hincha de
orgullo y lo hace de nuevo. Súmese a esto que una niña de mayor edad que ella
llega hasta arriba y frente a la demanda de sus padres de…
—Hacé
como hace la nena y tirate por el caño.
La niña se queda congelada de miedo y debe ser bajada, no sin cierto
enfado y decepción manifiestos en el rostro, por el padre.
—Para
qué te subís si vas a tener miedo.— le reprocha el padre en tono recriminatorio.
Yo pienso para mí que, quizás, si no le hubieran dicho nada se hubiera
tirado. Pero ese también es otro tema que dejaré abandonado porque no estamos
hablando de eso (aunque es una relación causalconsecutiva y también muchos
libros hablan sobre ella).
Matu se me acerca.
—¿Cata
también hacía esto?
—Sí,
cuando era más grande. Ella a tu edad tenía miedo.
Me mira, piensa; se nota que duda decírmelo. Finalmente no se contiene y
habla.
—Yo
también tengo miedo.—
y se toca el pecho como tratando de mostrarme algo que pasa dentro suyo.
—¿Y
por qué te tirás?
—Porque
no le hago caso al miedo. Es divertido no hacerle caso al miedo.
Mientras ella me cuenta esto con su sonrisa triunfadora yo lamento
anticipadamente las complejidades que me esperan en su adolescencia.
Se va a trepar y tirar por última vez, o la que creemos va a ser la
última vez. Sin embargo sucede un azaroso hecho que cambiará la percepción de
todo. En el mismo momento en que sus pies tocan la tierra, las luces de la
plaza se encienden y, aunque parezca extraño, esto nos permite apreciar que se
ha hecho de noche. Matu levanta la cabeza asombrada y me mira.
—¿Viste?
—¿Qué
cosa, Matu?
—Cuando
subí era de día y cuando bajé era de noche.
Sonrío frente a este pensamiento de realismo mágico infantil, comprendo
que sólo puede pensarse así si nos creemos el centro del universo. Una acción
de ella ha mutado el día en noche; eso comprende ella pero a diferencia de
muchos que establecen estas relaciones y se conforman con enunciarlas; Matu es
curiosa y tiene algo parecido a un pensamiento científico.
—¡Qué
increíble, Matu! Bueno, ahora vamos a comprar el lomito.
—No,
esperá… esperá un ratito, quiero ver algo.
Nuevamente se dirige al trepador y sube. Comprendo inmediatamente lo
que quiere hacer, quiere hacer una experiencia de laboratorio; comprobar frente
a la reiteración de la acción el vínculo causalconsecutivo que se estableció
con el tiempo. Seguramente está pensando para sí que esta vez, si se lanza, al
llegar al piso debería hacerse de día.
Se tira, llega al piso e inmediatamente levanta la cabeza mirando al
cielo. Sus ojos se entristecen. Repite la acción con iguales consecuencias,
entonces sus ojos se resignan.
—Vamos.— me dice.
Juntamos los bártulos y nos dirigimos a la lomitería. En el camino ella
continúa jugando y cantando. La hermana le llama la atención sobre su
descuidado andar y le recuerda el golpe antes dado. Yo no sé si Matilda logra
comprender esta relación causa-consecuencia entre su colgada forma de ser y que su frente sea el eterno paragolpes
siempre magullado de sus juegos.
—Matu,
¿qué quisiste hacer cuando te tiraste recién?
—Que
se haga de día.—
responde con simpleza como considerándolo evidente.
—No
se hizo de día.
—Ya
sé.
—Cuando
se hizo de noche fue sólo casualidad.
Da vueltas su cabeza, detiene su andar y me mira como apiadándose de
mí. Luego continúa mientras me responde.
—No;
solo sirve para que se haga de noche.
Yo sonrío y le creo, ¿por qué no habría de creerle?
Cierre
Todos en definitiva, somos causa y consecuencia de otros. Nuestro estar en el mundo modifica el estar del Otro en un ida y vuelta
recíproco. Cada acción lanzada al mundo provoca algo en otro y en nosotros y es
imposible vivir ajeno a esta cadena de causas y consecuencias enlazadas
temporalmente a la que llamamos vida.
Una salvedad. No todos tienen una hija capaz de trocar el día en noche
con una sola acción; o el dolor en alegría con un solo juego; o la soledad y la
tristeza con una sola sonrisa. Realismo mágico infantil podríamos llamarlo pero
no creo que sea necesario ponerle nombre.