Eterno ritual de asar la carne al calor del fuego. Matilda sale afuera,
como siempre que estamos haciendo eso, abandona televisor y juegos de armar.
Esta vez me traicionó, el dibujo que trajo en sacrificio era el que
había hecho yo jugando con ella.
—¿Por
qué hay tantas historias del fuego?
—Porque
está en todos lados y en todas las cosas.
—¿Es
lo único que tiene tantas historias?
—No
amor, también la tienen el agua, el aire y la tierra.
—Y
¿por qué no hablamos nunca de eso?
—Porque
generalmente hacemos asado, si estuviéramos sembrando unas semillas hablaríamos
de la tierra, el otro día cuando fuimos al río hablamos un poco del agua ¿te
acordás?
—Y
el aire no se ve, ¿por eso no hablamos?— lo escribo en signos de interrogación aunque no me
quedó tan claro si pregunta o lo afirma.
—El
aire está en todos lados.—
le digo como para excusarme.
—El
aire al lado del fuego tiene calor.— Afirma.
—En
realidad Matu, ¿te diste cuenta que no es el fuego el que cocina la carne sino
el aire que tiene calor? — Lo digo como si lo hubiera pensado hace mucho pero en realidad estoy reflexionando ahora.
Me mira y lo piensa. Da una vuelta por el micropatio con un viejo, nostálgico
y destartalado patapata de su infancia. Se detiene y pregunta.
—¿Hay
fuego en el aire?
—Yo
creo que hay aire en el fuego, porque si le sacas el aire, el fuego se muere.
—¿El
fuego se puede morir?¿Como nosotros, como los animales?
—Se
podría decir que sí.
—El
fuego está vivo entonces.
—Sí.— respondo rápido aunque en realidad dudo de haber
respondido correctamente.
—¿Y
el agua y la tierra y el aire?
—No
sé, Matu. Pero la vida comienza en el agua, necesita del aire y vive en la
tierra.
—Somos
agua, aire y tierra, entonces. Fuego no, nunca vi nadie de fuego.— afirma con seguridad y a mí me desconcierta, dudo que
haya visto personas de agua o de tierra, pero recuerdo a Becher y prefiero decirle
otra cosa.
—El
fuego es transformación y todos nos transformamos.
—Yo
no me transformo, Chico Bestia se transforma.
—Vos
también Matu, antes eras un bebé y ahora sos una nena.
Se queda pensando y da otra vueltas al patapata. Doy vuelta la carne
sobre la parrilla. Damos vuelta a la mesa y comenzamos a comer.
Levanta la cabeza de su plato y afirma.
—La
vaca se transformó en comida.
Sonrío y confirmo su apreciación.
—Sí
Matu, tenés razón.
Come otro bocado y luego continúa.
—Seguimos
transformándonos aunque estemos muertos.
Esta vez lo pienso yo. No digo nada; ella continúa.
—Tenemos
agua, aire, tierra y vaca…—
lo dice como si nada y continúa comiendo mientras prende la televisión, señal
explicita de que ha terminado la conversación conmigo ya sea por aburrimiento o
porque siente que no tiene nada más que decir.
Yo quedo pensando, como siempre.
«¿Tendremos el todo en cada uno de nosotros?»
Cuando Matu quiera hablar conmigo de nuevo, se lo preguntaré. Quizás
ella sepa.
Antes de irse a acostar se me acerca y dándome un beso, me dice:
—¡Te quiero! Mañana te voy a extrañar.
Y se transforma en amor que quema como el fuego, queda suspendido en el
aire, fluye como el agua y permite unas raíces que en la tierra nos unirán por
siempre.
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