Escucha el timbre. Atiende. Es ella, tan bella, hacía mucho que no la
veía.
—Hola.
—Hola.
La mira sin prejuicios del pasado… y sigue siendo bella.
—¡Qué bueno
verte!— dice mientras piensa en qué increíble es poder decir la absoluta verdad
y estar mintiendo irremediablemente.
—Tenía ganas
de verte.— y su enunciado fulmina cualquier capacidad de reacción.
—Hola. — una
voz desde atrás, la que cree es de su mujer, saluda.
—¿Qué hacés
linda?— dice Bella.
Charlan, beben cerveza y se fue a la santa hora.
—Estoy en…— le
dice antes de irse y como freak poco hábil le entrega un papelito entre un dar
de mano y un beso.
Luego de la calma, siempre la tormenta.
—¿Por qué
vino?¿Qué quiere esa?— y miles de etcétera que estoicamente acepta sorprendido.
Todos se durmieron. Se fue sin auto, a pie. Buscando un taxi. Llegó a
la puerta.
—¿En dos
horas me pasas a buscar?
—Ningún
problema.
La hizo llamar, lo hizo subir y…
Bajó dos horas más tarde y el honesto remisero lo esperaba. Él sabía que este viaje era tanto por el
viaje y otro tanto por la boca callada.
Entró en silencio.
—¿Qué pasa?
—Me pareció
que estaba lloviendo.
—¿Llueve?
—No, no
llueve más.
Cronos deglute sus hijos con impiedad.
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