Apoyaba su
cabeza en mi hombro
y hablaba de
mil cosas
lloraba reía
se burlaba
descansaba del
día a día de sus días.
Navegábamos
en sábanas rojas
con la misma
fluidez que en las blancas
enfrentábamos
el destino más adverso
con la
incalma del sexo entre las manos.
Y el río
heracliteano inevitable
trastoca los
“te quiero” en “ya me cansa”
y esperar un
gesto que no llega
y el otro
harto de la espera.
Inevitable es
que los ríos pasen
para quienes
no tenemos la contextura
de un dique
que pare tanta agua.
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