Pocas analogías son adecuadas para explicar la paradoja de Zenón: la de
Aquiles y la tortuga o la de recta como conjunto infinito de puntos.
No sé si ustedes la conocen, a la paradoja, pero Matu sin dudas no sólo
la conoce sino que la sabe manipular.
La paradoja consiste en demostrar que el infinito puede estar
comprendido en lo finito: Zenón planteaba que si Aquiles (el cual, según
cuentan las lenguas de doble filo, era ligerito de pies) le planteaba la
carrera a la tortuga (lenta de entendederas y de carreras) pero para tentarla
le daba una ventaja de ½ recorrido, indefectiblemente Aquiles perdería.
El planteo no será pragmático pero si es lógico, cuando el Pélida aquileo
llegaba al lugar de partida de la tortuga, esta
había avanzado algo y cuando nuestro héroe llegaba, nuevamente había
avanzado y esto proyectado al infinito hacía para Aquiles imposible la tarea de
alcanzar a la tortuga.
Los profes de literatura por lo general conocemos este concepto de
infinito dentro de lo finito porque es la única forma de explicar muchos
cuentos de Borges. A muchos no les importa que James Gregory haya demostrado
siglos después que la suma de infinitos puede dar un número finito, a mí me
interesan ambos conceptos porque uno me permite leer a Borges y el otro enuncia
lo que siempre escribí sin darme cuenta, pero ese es otro cantar.
La mayoría de los seres humanos no está pensando en la paradoja de
Zenon en sus ratos de ocio, hay pocos que estamos tan locos… la mayoría de
gente, sanamente, la desconoce.
Matu, con solo cuatro años, me demostró no sólo saberla, sino
manipularla.
Como todo niño, reniega del arte de comer. El padre insiste en que
coma. Un método habitual para lograrlo es el de cuantificar los alimentos que
van a ser ingeridos para ser reconocido su derecho a no comer.
–Si comés cinco pedazos, podés no comer.
Y luego la negociación; que es mucho, que tres, que no, que cuatro, que
bueno cuatro y luego una más, que bueno.
Entonces Matu toma un trozo de pollo cortado, retira de ese trozo una
ínfima porción de trozo que al ser dividid adquiere la denominación de trozo y
dice “uno” mientras se lo lleva a la boca.
Yo la dejo hacer y observo.
Ella me mira, sabe que no acepto su lógica pero insiste “dos”, “tres”
hasta llegar al infinito sin que el trozo original de pollo se haya modificado
significativamente.
–Matu, eso no son trozos
–Sí, mirá (muestra un aleph de pollo con orgullo)
Me doy por vencido y ofrezco un trato favorable que no puede ser
rechazado:
–Tres trozos de verdad
–¿Así?–
muestra ella buscando aprobación
–sí.–
respondo
Come sus tres pedazos y se pone a ver «hora de aventura»
Yo me quedo pensando que ella comprende en cuantas infinitas partes
podría haber sido fragmentado ese ínfimo pequeño pedazo de pollo.
Ella, con solo cuatro años, me demuestra una forma de comprobar la
parábola de Zenon.
Pero pienso en los infinitos textos escritos. En cómo todas esas textas
(femenino) se aman en un solo cuerpo, las infinitas crónicas de Matulandia
escritas y por escribir sumadas forman un número finito invirtiendo la ecuación…
¡maldito Gregory!
El infinito en un ínfimo trozo de pollo y el finito en una infinidad de
textos.
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