Recuerdo de entre mis lecturas fundantes: El Proceso de Kafka y levanto la cabeza de mi mundo virtual.
Miro a Bella y le digo:
–Vos
sos culpable de todo.
Ella me mira desconcertada y cuestiona
–¿Culpable
de qué?
–Vos
sabés.
Es lo único que digo mientras pienso en Joseph K, en ¿cómo es posible
defenderse mientras no sabemos la culpa de la que nos acusan?
Imposible, ¿quién no es culpable de algo?
Solo un inmoral, una mala persona, puede vivir sin sentirse culpable de
algo.
Cualquier ser humano carga, por definición, alguna traición o culpa,
algo que lo avergüenza (no importan los orgullos… o subo la apuesta, mientras
más orgullo más culpa), una falla, una fisura.
El cristianismo tiene una bella parábola en la que su mesías dice: “Quien
esté libre de culpas, que arroje la primera piedra.” Y las gentes, de aquellas épocas
y de aquellos lares, contuvo sus piedras y reconoció en ese gesto sus culpas.
¿Qué pasaría hoy si se dijera? ¿Cuántas piedras seguirían cayendo sobre
la libertina?
Me pregunto yo, en mi condición de Bestia mientras miro a Bella
preocupada o intrigada.
La observo y comprendo por su reacción que ella ni siquiera hubiera
arrojado antes de esa frase alguna piedra.
Sonrío y digo.
–Una
boludez, pensaba en un texto de Kafka.
Ella se tranquiliza y baja la mirada a su mundo virtual para seguir
haciendo lo que hacía antes. Tranquila. Yo, bajo mi mirada a escribir esto,
tranquilo.
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