Comenzó a secar la cabeza y la cara... descubrió su rostro y la vio allí, como en un ensueño, su mujer parada al frente con el cuchillo de cocina afilado hacia sólo una semana, en la mano. Reconoció la incoherencia de la imagen y como casi por acto reflejo volvió a secarse la cara (y se frotó los ojos frenéticamente).
Bajó la toalla; no había nadie; él siempre supo que no había nadie y continuó secándose...
los brazos... el torso... las piernas... la espalda... hasta que la toalla quedó completamente roja; y se desvaneció y cayó al piso.
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