Me quedé siete años en una montaña viviendo de lo que la
naturaleza proveyera y alejándome del asqueroso aroma de los humanos.
He guiado a un ciego hasta la columna más firme del puente
en un día de lluvia.
Atajé el penal más largo del mundo.
Salí con un amigo a enmendar entuertos y liberar doncellas.
Escribí los versos más tristes y, por qué no, también los
más alegres.
Me quedé con la hija de Emma luego de su muerte.
Mantuve una fluida correspondencia con Nené, pero ya no
recuerdo quién se quedó con esas cartas.
Recorrí el Mississippi, creo que dos veces.
Me quedé varias horas (todo un día) en la cama mirando el
techo y pensando si me animaba o no a hacerlo.
Viajé al pasado montado en una magdalena o en unas baldosas
sueltas de una vereda.
He muerto en Venecia y resucitado en medio de una fiesta en
París.
Salí de pesca en una pulseada eterna con los tiburones de la
vida.
Estafé a unos mercaderes con un cofre lleno de arena.
Decidí hacerme del destino a espada aunque ese destino sea sangre, ruido y furia sin sentido.
Hablé a solas con Benjy.
Me senté junto a un escribiente que se negaba a realizar su
trabajo.
He sido amurado y sepultado... no sé la cantidad de veces.
Sin embargo, todas las noches y aun a riesgo de la salud,
sigo acostándome junto a Sherezade;
Para encontrar allí, al final de esa escalera, junto a
Odradek, ese punto en el que todo sucede al mismo tiempo y en todos lados.
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