Apunte callejero[1]
«En la terraza de un café hay una familia gris. Pasan
unos senos bizcos buscando una sonrisa sobre las mesas. El ruido de los
automóviles destiñe las hojas de los árboles. En un quinto piso, alguien se
crucifica al abrir de par en par una ventana.
Pienso en dónde guardaré los quioscos, los faroles,
los transeúntes, que se me entran por las pupilas. Me siento tan lleno que
tengo miedo de estallar... Necesitaría dejar algún lastre sobre la vereda...
Al llegar a una esquina, mi sombra se separa de mí, y
de pronto, se arroja entre las ruedas de un tranvía.» (Girondo; 1992; 63)
En este poema pueden
apreciarse todas las características del Ultraísmo y de las vanguardias en
general:
Claramente se ve una disposición diferente a la poesía
tradicional: la escritura en prosa y la ausencia de rimas o aliteraciones. En la primera estrofa se percibe un
amontonamiento de imágenes fragmentarias de una caminata y la ausencia de nexos
que articulen esa enumeración con algún orden lógico: la familia-la muchacha-el
humo de los autos-el hombre que abre la ventana. Nada parece más o menos importante y ninguna cosa parece tener relación con otra.
Tampoco se aprecia que el poeta exprese sentimiento
alguno, a no ser el que uno puede obtener de ciertas inferencias culturales: el
color gris con la tristeza o la alienación, la belleza en la mirada de los
otros traspuesta en la bizquez de los senos y expresada en la sonrisa de las
mesas.
Esta última es una imagen de obvia connotación sexual aunque lo
cotidiano de una muchacha mirada por los habitantes del bar anula el tradicional
erotismo romántico de la poesía del siglo anterior.
En todo el poema solo hay dos adjetivos: gris y
bizcos. Hay una notoria preferencia por determinar los sustantivos mediante
modificadores indirectos: «de un café», «de los automóviles», «de los árboles».
Quizás donde más se note esta percepción fragmentaria
de la realidad es en la enumeración de la segunda estrofa: «los quioscos, los
faroles, los transeúntes, que se me entran por las pupilas.» en donde se
emparentan (como en cierta enciclopedia china de Borges) elementos de distintos
órdenes que sólo pueden ser integrados en la mirada del poeta.
El poema está constituido por una sucesión de metáforas que atrapan esa realidad en
fragmentos y todos los fragmentos-metáforas son presentadas al lector
yuxtapuestos como en una pintura cubista.
La afectividad, anulada en la sustantivación del poema
reaparece en la metáfora del «lastre» que en una clara personificación se
suicida «entre las ruedas de un tranvía». Posiblemente el mismo tranvía que el
lector está usando cuando lee «veinte poemas para ser leídos en un tranvía».
Siempre imaginé, esto es una apreciación personal, que
el lector levanta los ojos del libro y ve, al lado del tranvía, pasando fugaz,
la mirada del poeta que ha levantado justo los ojos de su bloc de apuntes.
[1] Girondo, Oliverio
(1972); Veinte poemas para ser leídos en
un tranvía”. En Obra de Oliverio Girondo (1992). Editorial Losada Bs. As.
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