Mientras afuera llueve, me pienso:
No soy y
nunca he sido de los que dan abrazos interminables;
es más, me
siento incómodo cuando duran más de unos segundos.
No grito
goles desaforados
aunque me
haya muerto de ganas de que mi equipo lo haga.
No lloro
frente a la tristeza… quizás sí ante la impotencia.
Nunca me
enojo cuando pierdo ni pateo los tableros.
Jamás he
prometido amores eternos
aunque haya
gente que piense lo contrario.
No río a
carcajadas con los chistes.
Me parece
innecesario cuidar a los amigos…
Digo (pienso),
si son amigos lo seguirán siendo.
Las cosas
personales son cosas personales
y es muy
raro que hable de ellas.
No me
interesa el Otro cuando llega en boca de chismosos,
ni cuando
habla de más;
sí me
concentro en su silencio
o en las
palabras que me dice y no está diciendo.
Tiendo mi
mano si lo siento
y nunca por
obligación
o lo que
digan
o lástima…
No sé consolar
a los que sufren.
Y no sé si
quisiera saber hacerlo.
No me
incomodan los silencios.
Jamás me
meto en los asuntos personales de otros
ni opino
sobre ellos
y espero que
los otros hagan lo mismo
aunque sé
que es imposible.
Por lo
general, no creo en lo que me dicen
y mucho
menos cuando me elogian.
Me es
difícil expresar la alegría
aun cuando
la siento.
Cuando entro
en reuniones de gente que no conozco
me arrincono
en un lugar y no saludo a nadie;
más por
vergüenza que por mala onda.
Trato de no
pedir nada
porque no me
creo capaz de dar algo bueno.
Tardo mucho
en aprenderme los nombres
aunque recuerde
las personas.
Nunca he fingido
reconocer a quien no recuerdo…
lo he
intentado, pero no me sale.
Hablo con
quien me habla.
No golpeo ni
insulto ni expreso cariño…
lo que no
quiere decir que no se note lo que siento.
Es posible
que no te hable durante años
o décadas
y luego te
trate como si nos hubiéramos visto ayer.
Creo en la
bondad de la gente
aunque trato
de que no se den cuenta.
Soy muy
inseguro respecto a lo que piensan de mí
pero no hago
el mínimo esfuerzo por revertirlo.
No tengo
muchos amigos
ni pretendo
tenerlos.
Me cuesta
mucho aceptar ayuda aunque la necesite.
Sólo sé
trabajar en grupos que respetan las individualidades;
no creo en
los grupos homogéneos.
Puedo
trabajar cómodo incluso con gente que no tolero.
Me gusta
tomar mates solo.
La soledad
es una de mis mejores compañeras.
Huyo de los
que hablan constantemente de sus problemas.
Si me dan
una posibilidad de resolver una situación sin conflicto,
la tomo
aunque no me convenga.
No extraño
mi pasado aunque lo haya disfrutado.
Ni me trazo
una línea hacia un futuro cierto.
Confío en el
sino y en mi suerte
y que en el
mundo hay más buena que mala gente.
No me
apasiono por ninguna idea
aunque sea
capaz de defenderla con fervor.
Puedo argumentar
mi idea
tanto como
la contraria
lo que no
quiere decir que crea en ambas.
Pienso cada
uno de mis pensamientos
porque
confío en la razón.
Pero no me
quedo pensando lo mismo mucho tiempo;
porque sé
que cambio de pensamientos de pensamientos.
Jamás he
creído que la gente crezca,
sino que se
somete a estímulos distintos que lo obligan a reacciones diversas
mi yo de
ayer no es mejor ni peor que mi yo de hoy o de mañana
es el mismo
yo en distintas situaciones.
Me siento
responsable de lo que hago
pero creo
que lo que sucede siempre se debe
a lo que
hacen todos los involucrados.
No me creo
tan poderoso como para sentir el único hacedor;
ni tan
víctima como para suponer que todos actúan en torno a mí.
La gente que
me conoce sabe que no me defiendo de mis agresores,
ni desdigo
lo que digan de mí
aunque no
sea cierto.
Solo me
apasionan mis hijos, el arte y mi trabajo;
el resto de
la vida la transito
porque es
una sola
y no quiero perdérmela.
No suelo
decir “te amo” con facilidad
porque creo
que es una palabra
que como los
insultos
pierde su
valor en cada uso.
Seré quizás
un pescado… un pecho frío…
o solo un
tipo, sentado en su casa, mientras su hija juega con plastilina y afuera llueve
con insistencia.
Sólo un tipo
que escribe un montón de oraciones sueltas,
que sabe que
no alcanzan para describirlo
y que
algunas de ellas sobran.
Un tipo que
está seguro
que muy
pocos lo van a leer
y que casi
ninguno llegará al último verso.
Alguien que
escribe lo que a nadie interesa.
Y esa última
oración
que surge del
aburrimiento de la tormenta
es quizás la
mejor descripción
que pueda
jamás hacer de sí mismo.