Le leo a mi hija, antes de dormir o para que vaya a dormir (no me queda
claro el objetivo) quizás sea sólo por el gusto de leerle algo que me gusta, «el
príncipe feliz» de Oscar Wilde.
La lectura infantil implica múltiples interrupciones, adaptaciones
lingüísticas, explicaciones intermedias, reformulaciones, chistes y demás…
quien le haya contado un cuento a un niño sabe de qué hablo.
Sin embargo, me es inevitable «una lágrima traidora» cuando la estatua
es quitada de la plaza y la golondrina muere de frío.
Podría hacer miles de analogías políticas de ese cuento, pero me basta
con contarle esas verdades en forma de fábula a mi hija y saber que las sigo
sintiendo, que me siguen emocionando y que ella alguna vez entenderá, a través de
la literatura, qué es importante y qué no lo es, cómo se debe leer la realidad
y cómo la leen los mediocres que se conforman con verdades a medias.
Pero es sólo un cuento, es sólo una lectura infantil…
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