Desocupado lector sin juramento me podríais creer que
lo que escribo, producto de esta mente insana, ha sin dudas de ser palabras
inútiles y extensas. Valga esta aclaración para eximir de la lectura sin culpas
ni intelectuales ni afectivas.
Aunque algunos de ustedes ya tienen disculpas más
legítimas tales como:
“Otra vez escribiendo boludeces, este.”
Ergo, dejo librado a vuestro juicio y bajo vuestra
absoluta responsabilidad que se sumerjan o no en esta inútil pérdida de tiempo.
No responderé reclamos.
Comencemos.
El doble título del siguiente escrito no es gratuito
ya que todos sabemos que quien se dedica a determinada actividad adquiere por
contagio las cualidades de dicha actividad. Y así podemos decir, por ejemplo,
que alguien que se dedica a la práctica del tenis es un tenista o quien se
dedica a la docencia es un docente.
En conclusión, yo, que me dedico a realizar entre
otras cosas inútiles este inútil texto; por ende y casi sin dudarlo: soy un
inútil.
¿Qué es lo inútil?
Admito que es difícil de definir cabalmente
(mastercardmente también) el concepto de “inútil”. Pero hagamos el intento.
Lo inútil es aquello que no tiene una utilidad; lo que
no sirve para un objetivo superior a la actividad misma que se está realizando.
Valga acá una aclaración: cuando me refiero a un
“objetivo superior” no me estoy refiriendo por esto a un objetivo que tenga
“más o mayor” valor que la actividad misma; sino a un objetivo que no está
contenido en la práctica de esta actividad.
Por ejemplo, cuando un realizador de arte comercial (o
de mercado) realiza una obra determinada (música, peli o lo que fuere), no
busca otra cosa más que obtener o dinero o reconocimiento dentro de un círculo
de realizadores semejantes. No quiero entrar en la discusión de si esto es de
mayor o menor valía que el goce estético, sólo deseo dar cuenta que el objetivo
se desplaza hacia afuera de la actividad. Ambas opciones (el dinero o el lugar
de pertenencia en un campo) no son inherentes al artefacto cultural que produce
aunque si se las puede catalogar (en el orden actual) de subsidiarias.
Incluso, y sin intención de discutir Bourdieu, cuando
los agentes de un campo determinado pretenden obtener un lugar de poder en
dicho campo a través de su producto, también en estos casos, el objetivo se
desplaza más allá de la acción misma.
Como dije al principio (creo que lo dije, no me
acuerdo y no tengo ganas de volver a leerme) de ninguna de estas cosas es de lo
que quiero hablar.
Deseo hablar de lo inútil, de lo que no tiene valor
adicional, de lo que sólo es actividad.
Si nos ponemos a pensar en profundidad, son muy pocas
las actividades que hacemos sin perseguir un objetivo externo a esa misma
actividad.
Nos han reglamentedo de tal manera que nos parece
natural hacer algo para obtener otro algo. Las biendichas o maldichas frases,
por todos reconocidas, de algunos padres (o adultos responsables) a la hora de
adoctrinar a sus párvulos son patéticos ejemplo:
“¿Y para qué
te va a servir eso?”
“¿Qué querés
lograr haciendo eso?”
“¿Vos te das
cuenta a dónde te puede llevar eso?”
“Tenés que
pensar en tu futuro.”
Respecto a la idea general de las frases anteriores
con las cuales seguramente algún padre pudo haberse sentido identificado o
algún hijo afectado (o ambas cosas, ya que se puede ser padre e hijo); ¿soy la
única persona a quien le llama la atención esto de reclamarle a un sujeto que
actúa en presente que piense en futuro? Supongamos que no.
Otro horrible ejemplo ha sido un letrero que circulaba
en las redes y que pretendía sintamos culpa por no hacer nada “productivo” en
estos cuarentenosos días de pandemia; parecía que era obligatorio desde
descubrir nuevamente la gravedad, o lo que es más grave, debíamos leer un libro
no por el placer de leerlo sino por el beneficio cultural y social que el mismo
podría brindar. Un espanto de idea.
Algún día quizás desarrolle más detenidamente esta
idea de que disfrutar de las artes debe ser una actividad completamente inútil
y que leer un libro para ser más culto o para pensar mejor o para corregir la
ortografía pervierten el objeto artístico a objeto útil desvirtuando
completamente su sentido.
Pero ese es otro tema, mejor sigamos con este inútil
texto.
¿Por qué nos plantean que en tiempos de pandemia es
obligatorio hacer algo “útil”? ¿Por qué no aprovechar estos tiempos para
recuperar y salvar lo inútil del practisismo automatista en el cual intentan
sumergirnos? ¿Por qué es necesario y obligatorio que todo sea útil?
Yo creo que es porque al sistema le sirve que nosotros
seamos útiles. Pero no le sirve imponerlo, le sirve que nosotros lo creamos
como única alternativa lógica.
Estamos inmersos en una organización social en la cual
toda acción se realiza para lograr otra acción que tampoco es el fin, sino otro
paso más a otra acción y así al infinito en donde no importa lo que hagas,
siempre vas a estar insatisfecho.
Se estudia para conseguir un mejor trabajo, se trabaja
para obtener capital económico, se obtiene capital económico para comprar
elementos del mercado, se compran elementos del mercado para entretenernos u
obtener un capital simbólico… y se puede seguir… y nunca se termina…
En este esquema, la inutilidad es disruptiva,
revolucionaria. Acciones como “contemplar” o “pensar” no son útiles y por eso
son desaconsejadas.
Lo inútil corrompe el orden natural del pensamiento
hegemónico.
Debemos tener cuidado con este potente concepto de
Gramsci. El discurso hegemónico no es el discurso del dominador (como he oído
decir a algunos), es un discurso internalizado que hemos adquirido en una serie
de praxis cotidianas y que terminamos concibiendo como natural (habitus). En
este juego, las instituciones y la tradición cumplen un rol muy importante. Es
por eso que muchas veces el dominado apoya e incluso defiende el orden del
dominador.
“Las cosas son así.”
“Hay cosas que nunca van a cambiar.”
En esta idea de naturalizar lo que no es natural se
construye el pensamiento hegemónico que sostiene el esquema de jerarquías
dominante.
Por otro lado, la contemplación sin objetivos y el
pensamiento inútil (ese que no tiene fines ni académicos ni prácticos ni
artísticos ni políticos) resquebraja la lógica de los dispositivos que nos atraviesan.
Con esto no pretendo decir que hacer algo inútil
pudiere ser útil políticamente. No, eso sería una contradicción; lo inútil
tampoco sirve para liberar el mundo, lejos está de la undécima tesis de
Feuerbach.
Lo inútil es sólo inútil; se retuerce sobre sí mismo y
sólo arriba a lo singular, a lo que no puede ser compartido.
¿Y entonces, para qué hacer cosas inútiles?
Para nada. Ese es el único objetivo de algo inútil,
que no sea útil.
¿Pero, sirve para algo?
No, para nada.
¿Entonces?
Entonces nada. Hoy estamos, esto somos cuando estamos
atrapados en la incompletitud que nos hace actuar.
Quizás así como el nihilismo nietzscheano planteaba
negar todo para, al final y luego de que todo hubiera sido negado, llegar a un
dionisíaco sí a la vida tal y como se nos ofrece. Tal vez es el momento de dejar
de hacer para obtener algo y recuperar posiblemente en un futuro un hacer que
surja de la verdad de lo que somos. Pero, qué se yo, no es algo que esté
pensando en este momento.
Sí creo que recuperar la acción por la acción misma
desanudándola del objetivo social que supuestamente obtendremos es también
recuperar lo singular.
Matu se acerca, me mira sumergido en una hoja de
cuadernillo nadando con mi lapicera y me pregunta:
–¿Qué hacés papi?
Levanto la cabeza, la miro y le respondo.
–Nada, amor. Absolutamente nada.
Y ella se va satisfecha, no necesita más explicaciones
porque ella entiende… Yo la he visto jugar algunas veces y sé que entiende.