![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjEwJrueP7XUhM2Yobm8WcQulQlqQLZVSFidzYadL768FhJO8h2GK8SzZYVNcgaZZTgmvoTkvIWCs9_GesugPOpIr91HMFDYFUwGq__UzWvafFKYi33hSydKTz6vL1mN-o7g_WsS_GybCI/s320/mirar+.jpg)
Cuando se lo regalaron,
una navidad, me di cuenta en seguida... pero no me preocupé... o sí… traté de no darme importancia.
–Es sólo un muñeco– me dije y me escuché.
Sin embargo, cada vez
que me daba vuelta, ahí estaba, mirándome. Yo sabía que subestimándome,
despreciándome internamente. Lo sabía porque lo veía en su mirada.
Cuando lo observaba, él, imperturbable,
no se movía, no hacía el mínimo gesto. Se quedaba quieto, mirando la nada. Pero
bastaba que sólo desviara mi mirada un segundo para encontrarme sus ojos al
volver clavados en mi rostro.
La coexistencia se me hacía insoportable. Por si fuera poco, era su favorito.
Inútilmente traté de que
quedara olvidado al final, en el fondo del baúl de juguetes; él resurgía por
obra y gracia de mi hija… o quizás no, quizás lo hacía por propia voluntad… ya
no importa. Él resurgía de la parva de juguetes hacia el infinito espacio de la
mirada que nos unía y nos odiaba.
Una tarde corregía.
–Yo también…– escuché una voz que decía
desde el fondo de su cuarto.
Me acerqué, no voy a negar
que con miedo. Y los vi.
Él miraba a otro de los suyos y este me miraba a mí…
con desprecio.
No pude más.
Lo envolví
cuidadosamente en papel, lo metí adentro de una bolsa negra y lo llevé hasta el
canasto de la basura de una casa a dos cuadras de la mía.
Ella lo lloró mucho. No
voy a negar que me partía el alma ver su tristeza. Pensé incluso que todo había
sido fantasía de mi mente enferma.
Una semana le duró la
amargura y finalmente todo comenzó a normalizarse; jugó con otros juguetes,
invitó amigas a casa, salió a hacer compras con mi mujer.
–¡Querido! vení a ayudarnos
con los bolsos… vos no tenés idea de lo que se encontró tu hija en la vereda…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario