Estaba en uno de esos lugares en los cuales uno no sabe dónde está ni
por qué. Recuerdo que había sido llevado por alguien pero tampoco recuerdo
quién. Todo carecía de sentido: el lugar, la gente, la música y yo.
Entonces la volví a ver, luego de más de diez años.
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Entró como siempre lo hacía, sin mirar a nadie, sabiéndose mujer de las
miradas y no de las que miran. En esos dos grupos pueden resumirse todas las
mujeres bellas del universo: las miradas y las que miran. Ella era… es del
primer grupo.
Entró y yo seguía anclado en una copa, en una mesa, en una yoica
soledad. No voy a mentir lo que no soy ni nunca he sido, ni simpático, ni
divertido. Huraño, atrincherado en una mirada de pocos amigos, sentado en un rincón
del salón suelo habitar los lugares más oscuros y menos sociables de las
fiestas.
Entró y me acerqué.
—Hola.
—Hola.—
contestó indiferente. Evidentemente no me había reconocido o fingía no hacerlo.
—Hola.—
Saludó él. Parecía agradable, de los ganadores que le caen simpático a todos.
Yo la seguía mirando a ella. Al no encontrar respuesta en la mirada
seguí caminando. Cuando sentí un suave, casi sin querer, roce de su brazo con
mi brazo. Y hubiera sido así, un «sin querer», de no ser porque sus dedos
índice y medio se trabaron una fracción de segundos con mis dedos.
Toda la noche la miré mientras ella saludaba a todos. Hablaba festiva y
reía jovial.
Fui al patio a descansar de su recuerdo.
—Hola.— me
dijo su voz desde atrás.
—Hola.— le
respondí sin darme vueltas.
—Estás
igual.
—Vos estás
más linda.
—La belleza
es la experiencia. ¿Qué es de tu vida?
—Nada, lo de
siempre. Siempre el mismo caos pero ahora aparento estar ordenado.
—Siempre
hablaste raro vos.
—Siempre
fuiste linda vos.
—Y malo,
como siempre. ¿Qué pena?
—Te veo.—
dijo despidiéndose.
—No creo que
las casualidades tengan la virtud de repetirse.
Acercó su rostro al mío, nos dimos un beso suave, lento y se fue.
«Qué suerte que haya sido una pena; peor hubiere sido que no hubiera
sido», pensé antes de darme cuenta el número de teléfono en mi bolsillo.
Lo mire sin leerlo, lo abollé y lo arrojé a un cesto que estaba cerca.
Los vicios se dejan por completo o no se dejan.
¨(...) El éxtasis no repite sus símbolos. (...) ¨ (JLB)
ResponderBorrar«Quien ha entrevisto el universo, quien ha entrevisto los ardientes designios del universo, no puede pensar en un hombre, en sus triviales dichas o desventuras, aunque ese hombre sea él. Ese hombre ha sido él, y ahora no le importa.» ibidem
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