El hallazgo es un acontecimiento en el orden de lo
particular. Un hallazgo no es lo mismo que hallar algo; en la acción de hallar
hay cierta voluntad que el hallazgo parece no tener. El hallazgo acontece y de
alguna manera sorprende; nos desplaza del cotidiano continuo y nos sumerge en
la maravilla de eso que, por lo general, nos es nuevo y familiar a la vez.
Familiaridad y novedad no parecen enfrentarse, sino que, por el contrario, se
validan mutuamente.
El hallazgo es una maravilla novedosa y familiar que
acontece sin previo aviso ni voluntad y nos deja pensando.
“¿Qué pasó?¿Qué es esto?”
En una charla, en un abrazo, en un beso, en una
palabra que escapa de su anudado concepto y se dispara hacia lo inesperado, en
un Cronos escondido en la muñeca, en un libro, en un objeto de arte, en un
caminar sin recordar a dónde, en un despertar sin saber cuándo, en ese otro que
nos mira desde el espejo, en ese objeto en el fondo del cajón olvidado…
En cualquier lado puede acontecer un hallazgo y nunca
nos queda claro qué es exactamente. Acontece dejándonos la sensación de que
algo absolutamente nuevo ha sucedido y nos es extrañamente familiar (lo
reconocemos sin saber por qué).
Lamentablemente (o quizás por suerte), el hallazgo es
innominable y por ello, inaprensible. Es único e irrepetible y nos deja
sentados, contemplando la nada, con esa mueca extraña que llamamos sonrisa.
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