lunes, 27 de agosto de 2018

Juego nocturno




La mira jugar y esa límpida risa le apacigua la inseguridad de no saber mañanas.
̶̶  ¿Qué querés comer?
̶̶  Pizza de roquefort.
Sonríe y accede. Compra una prepizza porque las ganas de amasar se han ido con la jornada laboral; que por suerte (buena o mala, vaya uno a saber) ha sido aburrida.
Hay rutinas que agobian y otras que liberan. Su hija canta con esas libertades que uno pierde ya de grande, y que en este momento, mientras la mira reír, jugar, cantar frente a un televisor encendido que ambas ignoran, lamenta sin lamentar.
«No se llora sobre la leche derramada», piensa mientras enciende el horno y se queda allí en cuclillas unos segundos esperando que la válvula de seguridad tome conciencia de su voluntad de encenderlo. Hay rutinas que agobian.
Casi sin darse cuenta, se encuentra cantando con su hija; las dos ríen. Hay rutinas que liberan.
La nostalgia de una ciudad, de una radio, de un ritmo, de pretéritos lejanos la atrapan un par de segundos. Pero…
̶̶ ¡Mami!¡Mami! ̶   La voz del presente la reclama.
«La nostalgia es la trampa de los idiotas», piensa; «sólo se puede seguir hacia adelante, la caja de cambios de los cuerpos y sus destinos no ha sido diseñado con reversa». Pero ese hacia adelante lo plantea como vuelta, una vuelta enriquecida con la magia de una duende rubia cantora y pintora. La serpiente de Uroburos, como siempre, muerde su cola.
«No puedo ir a buscarla hoy»
Vuelve a leer un mensaje que se le hace costumbre o deja-vu. Sabe y disfruta de la libertad de estar sola, pero también le pesa transitar la soledad sin esa risa y esa demanda que la quiebran. Duda, si la alegra o la entristece este reiteradomensaje.
Comen y charlan con historias de escuela.
Un dibujo, en Netflix, roba su atención y vuelve a estar sola aunque la energía de esa pequeña presencia lo invada todo.
Como siempre, en los silencios se piensan boludeces; recuerda, de repente, un mueble que ha quedado abierto he intenta, inútilmente, con su hiperconectado mundo, que el sino lo cierre. Pero el ropero ha decidido quedar abierto y no hay voluntad humana que sea capaz de torcer el deseo de un objeto.
¿El deseo?
Siente que lo ha desplazado a un cotidiano más urgente. Lo vacuo de sus últimos intentos han minado de Nadas los silencios de las sábanas.
Vuelve a levantar la cabeza y mira a su hija concentrada. Extrañamente se siente completa… pero con sueño.
̶̶ Me voy a dormir.̶  le dice.
̶ Bueno mami, yo ya voy.
Y sabe que la cama estará cómoda y vacía hasta que ella venga a su lado. Sin embargo, el sueño la vence.
Mientras Morfeo se aproxima con el sonido de un televisor de fondo, piensa para sí:
«No es la marea la que tiene la voluntad de llevar o traer cosas;
es uno el que ha decidido, de cuerpo presente, estar en esa orilla
y resignar su libre albedrío al destino de un mar embravecido.»
Y se duerme… esta vez, sin que una sola lágrima decida conciliar su sueño. Se duerme, con una sutil sonrisa que la ilumina y solo despierta un segundo al sentir que una hada levanta tiernamente las sábanas para meterse en su lado, cual costilla arrancada por dioses que vuelve cada noche a su destino de origen.