miércoles, 20 de mayo de 2020

Diálogo entre Bella y Bestia: La culpa


Recuerdo de entre mis lecturas fundantes: El Proceso de Kafka y levanto la cabeza de mi mundo virtual.
Miro a Bella y le digo:
Vos sos culpable de todo.
Ella me mira desconcertada y cuestiona
¿Culpable de qué?
Vos sabés.
Es lo único que digo mientras pienso en Joseph K, en ¿cómo es posible defenderse mientras no sabemos la culpa de la que nos acusan?
Imposible, ¿quién no es culpable de algo?
Solo un inmoral, una mala persona, puede vivir sin sentirse culpable de algo.
Cualquier ser humano carga, por definición, alguna traición o culpa, algo que lo avergüenza (no importan los orgullos… o subo la apuesta, mientras más orgullo más culpa), una falla, una fisura.
El cristianismo tiene una bella parábola en la que su mesías dice: “Quien esté libre de culpas, que arroje la primera piedra.” Y las gentes, de aquellas épocas y de aquellos lares, contuvo sus piedras y reconoció en ese gesto sus culpas.
¿Qué pasaría hoy si se dijera? ¿Cuántas piedras seguirían cayendo sobre la libertina?
Me pregunto yo, en mi condición de Bestia mientras miro a Bella preocupada o intrigada.
La observo y comprendo por su reacción que ella ni siquiera hubiera arrojado antes de esa frase alguna piedra.
Sonrío y digo.
Una boludez, pensaba en un texto de Kafka.
Ella se tranquiliza y baja la mirada a su mundo virtual para seguir haciendo lo que hacía antes. Tranquila. Yo, bajo mi mirada a escribir esto, tranquilo.




jueves, 7 de mayo de 2020

The End


Pronto he de abandonar
seguramente
el tonto espectro espectral de lo terreno
y no duele saberse ya en medio suicidio
aspera saber que no va a haber palabras
que alguien diga y deje signo en un camino
arbitrario y recorrido
pero honesto.

Yo soy nadie
y no seré nunca nadie
-con antítesis semántica permitida-
para el universo de este cosmos pervertido
existo sólo en la existencia de unas obras
que como el polvo en el que he de convertirme
serán tierra y olvido.

Ni a académicos
ni a pueblo
ni a mercado
llegará jamás palabra dicha por este muerto
pues no existo
en existencias ontosociales
que pueden otorgar entidad a las inexistencias
(Cohelo o Arjona serán recordados, quizás)

No me despido
porque no deseo aún irme
pero sé que Cronos se avecina
y viendo tanta muerte próxima acaecida
que la hermana de mirta
que tal vecina
y tantas palabras destinadas
me pongo a pensar en la ausencia de vocablos
que acarreará mi final tan anunciado.

Son destinos quizás predestinados
finales de un preanuncio ya anunciado
redundancias de una muerte ya muerta
en existencia pura
sin más sentido
de la imposibilidad de un interlocutor
que las responda.

Vaya uno a saber
quién sabe.

lunes, 4 de mayo de 2020

Pensamiento inútil de lunes: La resistencia de lo inútil (o del inútil).


Desocupado lector sin juramento me podríais creer que lo que escribo, producto de esta mente insana, ha sin dudas de ser palabras inútiles y extensas. Valga esta aclaración para eximir de la lectura sin culpas ni intelectuales ni afectivas.

Aunque algunos de ustedes ya tienen disculpas más legítimas tales como:
“Otra vez escribiendo boludeces, este.”

Ergo, dejo librado a vuestro juicio y bajo vuestra absoluta responsabilidad que se sumerjan o no en esta inútil pérdida de tiempo. No responderé reclamos.

Comencemos.
El doble título del siguiente escrito no es gratuito ya que todos sabemos que quien se dedica a determinada actividad adquiere por contagio las cualidades de dicha actividad. Y así podemos decir, por ejemplo, que alguien que se dedica a la práctica del tenis es un tenista o quien se dedica a la docencia es un docente.
En conclusión, yo, que me dedico a realizar entre otras cosas inútiles este inútil texto; por ende y casi sin dudarlo: soy un inútil.

¿Qué es lo inútil?
Admito que es difícil de definir cabalmente (mastercardmente también) el concepto de “inútil”. Pero hagamos el intento.
Lo inútil es aquello que no tiene una utilidad; lo que no sirve para un objetivo superior a la actividad misma que se está realizando.
Valga acá una aclaración: cuando me refiero a un “objetivo superior” no me estoy refiriendo por esto a un objetivo que tenga “más o mayor” valor que la actividad misma; sino a un objetivo que no está contenido en la práctica de esta actividad.
Por ejemplo, cuando un realizador de arte comercial (o de mercado) realiza una obra determinada (música, peli o lo que fuere), no busca otra cosa más que obtener o dinero o reconocimiento dentro de un círculo de realizadores semejantes. No quiero entrar en la discusión de si esto es de mayor o menor valía que el goce estético, sólo deseo dar cuenta que el objetivo se desplaza hacia afuera de la actividad. Ambas opciones (el dinero o el lugar de pertenencia en un campo) no son inherentes al artefacto cultural que produce aunque si se las puede catalogar (en el orden actual) de subsidiarias.
Incluso, y sin intención de discutir Bourdieu, cuando los agentes de un campo determinado pretenden obtener un lugar de poder en dicho campo a través de su producto, también en estos casos, el objetivo se desplaza más allá de la acción misma.
Como dije al principio (creo que lo dije, no me acuerdo y no tengo ganas de volver a leerme) de ninguna de estas cosas es de lo que quiero hablar.
Deseo hablar de lo inútil, de lo que no tiene valor adicional, de lo que sólo es actividad.
Si nos ponemos a pensar en profundidad, son muy pocas las actividades que hacemos sin perseguir un objetivo externo a esa misma actividad.
Nos han reglamentedo de tal manera que nos parece natural hacer algo para obtener otro algo. Las biendichas o maldichas frases, por todos reconocidas, de algunos padres (o adultos responsables) a la hora de adoctrinar a sus párvulos son patéticos ejemplo:
“¿Y para qué te va a servir eso?”
“¿Qué querés lograr haciendo eso?”
“¿Vos te das cuenta a dónde te puede llevar eso?”
“Tenés que pensar en tu futuro.”
Respecto a la idea general de las frases anteriores con las cuales seguramente algún padre pudo haberse sentido identificado o algún hijo afectado (o ambas cosas, ya que se puede ser padre e hijo); ¿soy la única persona a quien le llama la atención esto de reclamarle a un sujeto que actúa en presente que piense en futuro? Supongamos que no.
Otro horrible ejemplo ha sido un letrero que circulaba en las redes y que pretendía sintamos culpa por no hacer nada “productivo” en estos cuarentenosos días de pandemia; parecía que era obligatorio desde descubrir nuevamente la gravedad, o lo que es más grave, debíamos leer un libro no por el placer de leerlo sino por el beneficio cultural y social que el mismo podría brindar. Un espanto de idea.

Algún día quizás desarrolle más detenidamente esta idea de que disfrutar de las artes debe ser una actividad completamente inútil y que leer un libro para ser más culto o para pensar mejor o para corregir la ortografía pervierten el objeto artístico a objeto útil desvirtuando completamente su sentido.
Pero ese es otro tema, mejor sigamos con este inútil texto.

¿Por qué nos plantean que en tiempos de pandemia es obligatorio hacer algo “útil”? ¿Por qué no aprovechar estos tiempos para recuperar y salvar lo inútil del practisismo automatista en el cual intentan sumergirnos? ¿Por qué es necesario y obligatorio que todo sea útil?
Yo creo que es porque al sistema le sirve que nosotros seamos útiles. Pero no le sirve imponerlo, le sirve que nosotros lo creamos como única alternativa lógica.
Estamos inmersos en una organización social en la cual toda acción se realiza para lograr otra acción que tampoco es el fin, sino otro paso más a otra acción y así al infinito en donde no importa lo que hagas, siempre vas a estar insatisfecho.
Se estudia para conseguir un mejor trabajo, se trabaja para obtener capital económico, se obtiene capital económico para comprar elementos del mercado, se compran elementos del mercado para entretenernos u obtener un capital simbólico… y se puede seguir… y nunca se termina…
En este esquema, la inutilidad es disruptiva, revolucionaria. Acciones como “contemplar” o “pensar” no son útiles y por eso son desaconsejadas.
Lo inútil corrompe el orden natural del pensamiento hegemónico.
Debemos tener cuidado con este potente concepto de Gramsci. El discurso hegemónico no es el discurso del dominador (como he oído decir a algunos), es un discurso internalizado que hemos adquirido en una serie de praxis cotidianas y que terminamos concibiendo como natural (habitus). En este juego, las instituciones y la tradición cumplen un rol muy importante. Es por eso que muchas veces el dominado apoya e incluso defiende el orden del dominador.
“Las cosas son así.”
“Hay cosas que nunca van a cambiar.”
En esta idea de naturalizar lo que no es natural se construye el pensamiento hegemónico que sostiene el esquema de jerarquías dominante.
Por otro lado, la contemplación sin objetivos y el pensamiento inútil (ese que no tiene fines ni académicos ni prácticos ni artísticos ni políticos) resquebraja la lógica de los dispositivos que nos atraviesan.
Con esto no pretendo decir que hacer algo inútil pudiere ser útil políticamente. No, eso sería una contradicción; lo inútil tampoco sirve para liberar el mundo, lejos está de la undécima tesis de Feuerbach.
Lo inútil es sólo inútil; se retuerce sobre sí mismo y sólo arriba a lo singular, a lo que no puede ser compartido.

¿Y entonces, para qué hacer cosas inútiles?
Para nada. Ese es el único objetivo de algo inútil, que no sea útil.

¿Pero, sirve para algo?
No, para nada.

¿Entonces?
Entonces nada. Hoy estamos, esto somos cuando estamos atrapados en la incompletitud que nos hace actuar.

Quizás así como el nihilismo nietzscheano planteaba negar todo para, al final y luego de que todo hubiera sido negado, llegar a un dionisíaco sí a la vida tal y como se nos ofrece. Tal vez es el momento de dejar de hacer para obtener algo y recuperar posiblemente en un futuro un hacer que surja de la verdad de lo que somos. Pero, qué se yo, no es algo que esté pensando en este momento.
Sí creo que recuperar la acción por la acción misma desanudándola del objetivo social que supuestamente obtendremos es también recuperar lo singular.

Matu se acerca, me mira sumergido en una hoja de cuadernillo nadando con mi lapicera y me pregunta:
¿Qué hacés papi?
Levanto la cabeza, la miro y le respondo.
Nada, amor. Absolutamente nada.
Y ella se va satisfecha, no necesita más explicaciones porque ella entiende… Yo la he visto jugar algunas veces y sé que entiende.