domingo, 23 de septiembre de 2018

Crónicas de Matulandia: anticipos del final


El atardecer clarea una gama de grises de color que van desaturando del rojo al amarillo, del gris al naranja.
El horizonte es el paisaje que anida en las pupilas de estos rutinarios viajeros de encuentros semanales y charlas existenciales, que en el fondo comprenden que la vida sólo es ruido y furia, que en su mejor momento es nostalgia (“¿te acordás, papá cuando…?”) y en su peor momento, un desamparo (“vos no me querés… preferís estar corrigiendo eso…”). Y sin embargo, hay cosas que nos salvan: ese horizonte, que se ofrece generoso siempre ahí tan cerca de tan lejos, y las charlas que con Matu construimos huyendo o tratando de entender los inevitables de nuestras existencias.
Cuando comprendí todo lo que aprendía de estas charlas incluso antes de que ella hablara comencé una serie de textos fragmentados, caprichosos, destinados a dejar registro de la maravillosa filosofía que habita en almas que aún no están completamente socializadas. De este registro, algunas, solo algunas fui publicando en el blog para ver si había corazones destinados a entenderlas…y lo único que tengo claro es el momento final de producción: el primer día de primer grado (hoy estoy más seguro que nunca).
Comencé las “Crónicas de Matulandia” a finales de 2013, cuando empecé a comprender todo lo que aprendía o recordaba con ese extraño ser que llamo, por cuestiones de jerarquía social, hija y terminaré de escribir a principios de 2019.
¿Y a qué viene toda esta aclaración que a nadie le interesa?
En que quizás la escena de hoy es el anticipo de un final que se prevé tan cerca y tan lejos en este horizonte de colores.
Papá, ¿me compraste huevito?— pregunta respecto a los regulares huevitos kinder con los que, cual perro de Pavlov, negocio su comportamiento.
—Si amor, pero primero tenemos que ver cómo te vas a portar.
—Yo me porto bien.
—Tu mamá no dijo lo mismo recién cuando te busqué.
—Miente.
—No creo; está mal mentir.
—A veces está bien.
Al escuchar su comentario y casi sin darme cuenta, aminoré la velocidad del auto; como si al aminorar la velocidad del desplazamiento en el espacio pudiera desacelerar la velocidad del tiempo.
—¿Cómo que está bien?
—Porque cuando mentís hacés que los otros hagan lo que vos querés.
Me sorprende escuchar una verdad tan horrible en una niña que aún no cumplió los seis años y repregunto.
—¿Cómo es eso?
Estaba con B… B… es su primo. y no se quería bañar y mami le dijo que yo me iba a bañar, entonces él se fue a bañar pero era mentira porque yo no me bañé.
No deberán haberle mentido.
Pero hicimos que se bañara, entonces está bien.
No me animo a expresar más argumentos porque temo fortalecer los suyos y no quisiera; esa racionalidad es un anticipo del pensamiento adulto expresado aún sin los filtros sociales.
Continuamos el viaje y cuando estamos llegando, me dice:
Papi, te quiero.
Cómo sé yo que eso no es una mentira que me estás diciendo para que te dé el huevito. le pregunto, medio en chiste, medio en serio… como para saber qué es capaz de responderme.
Y ella con total impunidad, me responde:
No lo sabés.
Miro por el espejo retrovisor para averiguar si lo que llevo en la sillita de atrás es mi hija o un enano disfrazado de ella. Veo su sonrisa traviesa y me tranquilizo.
Prefiero creerte, amor. Te amo.
Yo también te creo.
Esa noche me costó dormir, me dejó pensando (como casi siempre) una niña que aún no cumple seis años. Quizás el cariño consiste en eso, en un creerse mutuamente, sin tener ninguna seguridad... de nada.




martes, 4 de septiembre de 2018

Escena escolar


«Profe, entonces ¿qué sería una hipérbole?», me pregunta una alumna.
«A ver, ¿alguna vez te dijeron que se iban a morir si los dejabas?», pregunto.
«Sí», sonríe mientras me contesta.
«¿Lo dejaste?», interrogo mientras pienso que ojalá no se quejen los padres por el ejemplo que voy a dar.
«Sí», responde mientras se le escapa una risita y una frase al descuido «era un imbécil»
«¿El imbécil se murió?» interrogo mientras la clase ríe.
«No», contesta sonrojada.
«Bueno, esa es una una hipérbole. Es como una exageración, desmesura quizás, porque ese pobre imbécil te quería y como no sabía cómo expresarlo exageró un poco los sentimientos. ¿Lo entendés ahora?», digo mientras preveo su respuesta.
«Ahre» dice y yo comprendo que ella y todos los de allí no sólo entendieron el concepto, sino que jamás lo van a olvidar. Entonces digo: «¡Cuánto sufrimiento debiste sentir con eso!»
«¿Por qué dice eso, Profe?»
«Porque ahora debo explicar la ironía.»
Todos rieron y pasamos a otra figura del lenguaje.

Hay cursos que están hechos para uno…