sábado, 28 de enero de 2017

Una Empanada

Todos los que me conocen (o han conocido alguna vez) de verdad, que no son tantos como la palabra “todos” parece indicar, siempre se han referido a mí como una empanada. Epíteto épico que no tiene nada de épico y muchos menos de gastronómico aunque se hable de alimentos. Es una metáfora simple que se arraiga en la coloratura de este alimento y los prejuicios culturales del enunciador. Según amigos y parejas (ganados y perdidos) yo soy “blanco” por fuera y “negro” por dentro. 
Sí, ya sé, tiene un carácter un poco xenófoba la construcción sustantiva con la que se refieren a mí pero me lo han dicho tantas veces que me pasó como sucede siempre con el lenguaje que de tanto usarse su efecto connotativo pierde validez como el cántaro rompiéndose en una fuente.
Sin embargo, hoy que no tengo ganas de nada útil, sí tengo ganas de analizar los síntomas en los que se basan para tan consensuado diagnóstico.
No dudo que cuando hablan de “blanco” o “negro” se refieren a patrones de comportamiento cultural convertidos en cliché representativo de un sector social determinado. Lo de “blanco” es fácil, mi ascendencia gringa y mi tono epidérmico rosa claro (tirando a blanco papel), mis “ma bah” o “altro que”, una familia de reuniones multitudinarias en las que todos hablan a los gritos, mi formación académica de medio pelo, saber bailar la tarantela, saberme de memoria la canción "Morettina bella ciao" y otros elementos permiten, sin dudas, que se me identifique con cierto sector socioculturaleconómico denominado “blancos”, a simple vista pareciera que a mí no es necesario darme garrote ni construir un muro para mantenerme a distancia (No llevo gorra aunque sí sombrero).
Lo raro es el “negro por dentro”, “negro de alma” me diría un amigo que es exactamente lo opuesto a mí (según él dice, negro por fuera y blanco por dentro). Como esta adjetivación se me otorga a modo de reprimenda, tal que si estuviera haciendo algo que no se debe, traicionando a mi estirpe; entonces me puse a pensar cuáles son mis faltas, mis errores actitudinales que me hacen merecedor de algo que suena a descalificación.
Luego de una profunda investigación estadística llevaba a cabo a través de encuestas orales he podido discriminar algunos elementos:
1) Cuando me compro algo nuevo o me lo regalan, ese mismo día lo uso. No puedo esperar ni un día. Y si es ropa, peor porque me van a ver con eso puesto durante toda la semana.
2) Disfruto muchísimo de hacer nada, levantarme y quedarme sentado haciendo nada. Aunque sepa que tengo cosas que hacer.
3) No me interesa ahorrar para generaciones venideras, creo que el fruto de mi trabajo debe ser disfrutado y no guardado debajo de un colchón. Lo que no quita que sea responsable económicamente de mis hijos y en la medida de lo posible les garantice algún estudio como herramienta cultural pero "espero que no esperen" de mí que les deje algún capital.
4) No me deprimo frente a las adversidades y no siempre hago el esfuerzo necesario para salir de ellas.
5) Disfruto de las pasiones como si fuere a acabarse el mundo mañana mismo.
6) Cuando despierto oigo radio AM.
7) Prefiero las charlas de bar en las que se soluciona el mundo y se hace funcionar un equipo de fútbol que no le gana a nadie, regadas de bebidas espirituosas; a las charlas de café en las que todos hablan de "los que no están" y se quejan de lo "injusta" que ha sido la vida con ellos.
8) A veces no me doy cuenta hasta que entro al supermercado o la despensa de que estoy descalzo.
9) Me gusta el choripán y si este ha sido cocido junto al cordón de la vereda lo siento mucho más sabroso. Ni hablar si se adereza con repollo al vinagre de un frasco de “andaasabercuandolopreparé”.
10) No siento la obligación de estar haciendo algo constantemente. Ni engraso los ejes de mi carreta porque a mí me gusta que suenen.
11) Tengo hijos, me gusta tener hijos.
12) Cuando oigo cuarteto, siento ganas de bailar (falla mi “negritud” en que no oigo cuarteto en otras circunstancias ni tengo discos pero conozco las bandas y seguramente canto el tema mientras lo bailo).
13) No me gusta hablar a los gritos. Mi tono dominante es serio aunque esté haciendo chistes.
14) Me ocupa el presente, el pasado pisado y el futuro por pisar fueron o serán ocupaciones de otros momentos y de otros sujetos.
15) No tengo ropa para salir y ropa para estar en casa, tengo ropa cómoda y ropa incómoda y la cómoda la uso hasta que se gasta (literalmente).
16) Uso las cosas que compro sin preocuparme por su estado, si las compré han sido para ser usadas. Si llueve, saco el auto; le saco los nylones a los asientos y a los controles remotos.
17) Cuando beso, beso con ganas y sin permisos, pero soy reacio a las expresiones afectuosas desmedidas o injustificadas.
18) Me siento cómodo tratando de usted a las personas que quiero sin privarme de las malas palabras y las guarangadas.
19) Digo las cosas que tengo que decir a las personas que tengo que decírselas, carezco de las sutilezas aunque no de la ironía.
20) Creo que el sexo es una de las más importantes acciones humanas y el sentido de la existencia.
21) Me gustan los gobiernos populistas con tendencia de izquierda.
22) Charlo con desconocidos con más facilidad y fluidez que con los conocidos.
23) Me gustan los bares putres, con lupines, vasos sucios, viejos jugando dominó por plata, una anciana prehistórica que te atiende y platos abundantes. No me siento cómodo en los comedores de platos gigantes y una porción mínima de alimento finamente decorada.
24) Me divierto con las películas de acción y las de karate.
25) Arreglo las cosas en mi casa (sé arreglar muchas cosas), cuando tengo la fuerza de voluntad para hacerlo, que no es común.
26) No cuido de mi salud ni voy de médicos. Así como e cuesta llevar al auto de un mecánico.
27) Si el mundo se acaba mañana, no me llevo deudas afectivas aunque sí económicas.
28) Amo las nuevas tecnologías y gasto en ellas.
29) Tengo, lo que la sociedad del "buen gusto" determinaría, "mal gusto".
30) No siento el mínimo respeto por la cultura académica; si me gusta, me gusta y si no, no. Pero jamás hablo con desprecio, ni de lo académico ni de lo tradicional (sí hablo mal de Arjona pero porque es muy fácil hablar mal de Arjona).
31) Tengo propensión a los vicios y a los pecados.
32) Soy parco en el trato.
Eso, mencionando sólo lo que se me ocurre en una sentada frente a la pc. 32 ítems que permiten a mis allegados emparentarme con lo que ellos llaman: “negro”.
Los vuelvo a leer y no me parecen tan graves.

Pienso en mi amigo, el que es al revés. Y en un ataque de prejuicio étnico elucubro: “Pobre, se llevó lo peor de ambos mundos.”
En definitiva, una empanada dicen que soy y posiblemente lo sea. Pero con orgullo, más orgullo de lo que mis méritos ameritan…esto quizás sea otro rasgo de mi negritud.












martes, 24 de enero de 2017

Crónicas de Matulandia: La muerte.


Vamos al cine con Matu. Vamos a ver “Moana, un mar de aventuras”. Vamos caminando, porque el cine está cerca. Vamos después de bañarnos porque limpiar y usar la pileta nos ha cansado.
Compramos las entradas. Compramos una lata de pururú con la imagen de la película. Compramos dos gaseosas en vasos plásticos con imágenes de dos películas distintas.
Dejamos las entradas en la puerta de la sala y nos entregan los lentes. La película es 3D.
Hay una escena en la cual la abuela de la protagonista agoniza y muere. Matu se da vuelta y me mira.
Yo cuando sea viejita, ¿me voy a morir?
Sí, mi amor. Todos nos morimos.
No me quiero morir. comienza a llorar
Falta mucho, amor.
No me importa, no me quiero morir.
No te preocupes, amor.
—¿Cómo puedo hacer para no morirme? está con los ojos llenos de lágrimas y yo no sé qué contestarle sin mentir.
—Algunos piensan que cuando nos morimos volvemos convertidos en un animal. Otros que nos vamos al cielo.
—¿Al cielo de acá o al cielo de más arriba?
—Al cielo de más arriba.
—Yo quiero quedarme acá, pero yo no quiero ser un animal.
¿Y voy a poder hablar?
¿Cómo?
Cuando sea animal, ¿voy a poder hablar?
No sé, amor. Falta mucho.
¿Todos se mueren? ¿La lela, mamá, la Cata, vos?
Todos, todo lo que está vivo en algún momento muere. Pero no tenés que pensar en eso, tenés que pensar en disfrutar la película que estamos viendo, la pileta de hoy, lo que aprendés en el jardín, todo eso.
Ambos hacemos silencio y continuamos viendo la película. Cuando salimos del cine vuelve a hablar.
¿Por qué tenemos que morirnos?
No es por algo, es así. No hay una razón.
¿Vos te vas a morir?
Sí amor, pero falta mucho. Cuando sea viejito.
Me mira, me abraza y me da un largo beso.
Te quiero mucho. me dice y seguimos caminando.
Cuando estamos llegando a casa me dice.

Yo voy a ser un conejo; ¿vos que animal vas a ser?











Postales turísticas: el capitalismo y sus vacaciones.


¿Sí?¿Cuánto sale? el turista habla fuerte, abriendo la boca más de lo normal y modulando a una velocidad muy lenta; parece que tuviera dificultades en el habla pero en realidad lo que pretende hacer es franquear las distancias del idioma en un gesto idiota.
50 Reales.
No, disculpá. No pensaba gastar tanto.
Por ser você, el vendedor señala al turista como si fuera una persona especial a la que él va a tener especial consideración. 40 reales.
El potencial cliente se detiene y lo piensa; saca mentalmente el valor en pesos al cambio que le permite la tarjeta de débito (hasta el puesto más humilde de la playa tiene un postnet y el cambio, comprando así, le conviene). Pero no necesita lo que le ofrecen, viene pensando en un vestido que vio para llevarle a su hija y no en esto que le ofrecen.
Mirá, dejámelo pensar. ahora habla con normalidad, el vértigo de la negociación le hizo perder su deficiencia discursiva. Hay otros que querían comprar. Quizás si compramos varios nos podés hacer precio.
Da media vuelta y comienza a retirarse. Una mano lo detiene desde el hombro y le tiende el objeto hacia él.
Lleve, después paga cuando sus amigos.
Ya vuelvo. Dejámelo pensar.
La escena se desvanece. Un actor se retira y el otro queda en su sitio. El sol  castiga sobre sombrillas, cabezas y espaldas enrojecidas. Todos parecen suspendidos en un «no tiempo» y un «no lugar».
El veraneante luego de pelear con unas olas se esconde del mundo bajo una sombrilla y enciende un cigarrillo. Media hora más tarde, cuando ya había olvidado su intención de compra, recostado en una vieja reposera que poco a poco se va hundiendo en la arena, escapando de pragmáticos pensamientos que pretenden activar el modo «inicio de año», con la vista clavada en la inmensidad oceánica, reseteando un disco ya no tan rígido y muy dañado; percibe una mirada sobre su brazo derecho. Rota la cabeza y el vendedor a su lado le tiende el objeto antes ofrecido.
Tome.
Mirá, me gusta. Pero no es mi talle. ¿Tenés un número más chico?
Tengo justo para você. Eu trago.
—¡Pará! José, ¿vos no querías también uno?
Sí, a ver.
Tome. Mire es justo para você.
No tenés más blanco.
Sí, eu trago.
Che, si te compramos varios nos tenés que hacer mejor precio.
Eu trago. Si gusta, hago precio por ser você.
El turista sonríe, le resulta gracioso que mienta tan descaradamente. Continúan su descanso mientras el vendedor se retira y vuelve con una variedad significativa de productos talles y colores. Todos se prueban, se preguntan mutuamente cómo les queda, parece que se quedan con tres.
¿Tarjeta? y hace el gesto de pasar una tarjeta por el postnet.
Sí, tarjeta.
¿Qué precio por los tres?
El vendedor los mira, saca una calculadora y hace como si sumara algo que en verdad no suma. Ya vino calculando cuál es su límite por producto para que la venta valga la pena.
—Este es precio para você.— da vuelta la calculadora y se la muestra. —90 los tres.
—¿Eso con tarjeta?
—Sí, tarjeta.
—Te pago en reales. Haceme 80 los tres.— saca 100 reales del bolsillo y se los ofrece al vendedor. — ¿80 por los tres entonces?
El vendedor lo mira y no contesta. Se queda pensando un rato breve. Saca 20 reales de su riñonera y se lo tiende al mismo tiempo que agarra el billete de 100.
—Bueno, muito obrigado.
—Muchas gracias. Suerte.
Toda la escena, si no fuera absoluta y completamente cierta podría ser una metáfora del capitalismo que no tengo ganas de explicar (porque no lo es). Por un lado el comprador se queda satisfecho pensando que ha hecho negocio al lograr reducir un precio de compra de 50 a 27. Por otro lado el vendedor se queda satisfecho pensando que ha hecho negocio al ubicar tres productos en una venta aunque haya perdido parte de lo sobrevaluado que tenía su producto y terminado en una ganancia no tan turística como la que suele obtener.

Finalmente, el Sistema está contento de que las formas del mercado no se tomen vacaciones.








domingo, 8 de enero de 2017

Inútil pensamiento de domingo con lluvia

Es increíble las cantidades de boludeces que publica la gente en internet cuando tiene tiempo libre… Podría desarticular algún discurso de esos neonazis que escribieron sobre delincuencia y minoridad en estos días… pero es demasiado fácil y, si pensás así, ya no tenés salvación. Voy, en cambio, a leer un cartel que algunos defensores de la pirotecnia han publicado pensando que era divertido y tiene, de por sí, connotaciones homofóbicas, chauvinistas y fascistas. Lo bueno de este cartel es que pone en evidencia la intolerancia y la homofobia de muchos que lo defienden.
El afiche es el siguiente:


Y su estructura compositiva es bastante simple, como todos los discursos persuasivos que funcionan con las mayorías. El cartel se estructura de izquierda a derecha, siguiendo el orden de lectura, lo deseable a la izquierda para enfrentarlo a lo indeseable a la derecha, para leer al final. Si el que hizo el cartel hubiera manejado mejor el discurso hubiera empleado una conexión adversativa y hubiera puesto lo deseable al final desarticulando los méritos de lo actual, pero bueno, el que lo hizo sólo fue capaz de hacer esto.
La conexión es temporal, basada en un prejuicio arcano de que “todo lo pasado fue mejor” y lo actual es una mierda. No hace falta leer a Manrique (S. XV) para darnos cuenta de la estupidez que esta visión implica. Pero supongamos, en un gesto de generosidad intelectual que algún argumento encierra cierta validez.
La imágenes que se contraponen son dos perros: el primero, el ideal, el deseable, es un perro de guerra que viene con el conquistador a masacrar los pueblos originarios. El segundo, el indeseable, es un perro que porta la bandera del orgullo gay. Nótese la homofobia de esta selección de imágenes. El perro que mata, que viene con el asesino de culturas, que apoya el orden opresor, es el perro bueno; el perro que se enfrenta a las autoridades, que establece una lucha mucho más difícil para tratar de revertir el orden social estando en desigualdad de condiciones, es el malo.
Las imágenes y la conexión temporal se refuerza por los adverbio: “Antes” y “Hoy” debajo de cada imagen.
Pero ¿dónde termina de desbarrancar el autor de este insulto a la inteligencia? En el texto que acompaña cada imagen.
El perro bueno es un perro “conquistador”, con todas las plurisignificancias colonialistas y machistas que quieran implicar, “tiene armadura” o sea, un perro “macho” que como todo “macho” sabe pelear y golpear, porque los machos dentro de ese imago de mierda, golpean, pegan, no se acobardan en cambio el otro es un perro “mariquita”, “maricón” con “tutú de colores” todo un insulto a la imagen de macho. Y esta idea se refuerza con una antinomia cultural: “pelea contra caníbales” que retoma el enfrentamiento arcano de “civilización y barbarie”, nada que decir para quien no entiende lo que digo.
Todo se explica en el último enunciado, pues ¿qué cosmovisión ve el mundo de una manera tan sesgada, machista, homofóbica, intolerante? Claro, cómo no darnos cuenta antes, el perro era “católico”.
Salgamos a matar todos los maricas, hagamos machos nuestros hijos a los golpes y ojalá volvamos a una moral como la de antes… ¿pensás eso? ¿a no? Bueno, entonces ahora que tenés más tiempo dejá de publicar tanta cosa que te llega y úsalo para pensar más.
O hacete cargo de lo que pensás y salí a matar putos y volvé a tu pasado idílico de represión.

Pero es sólo un pensamiento inútil de domingo, no me des bola y seguí publicando boludeces que no pasa nada, total el cerebro ya te lo lavaron.






martes, 3 de enero de 2017

Estúpida analogía de martes con calor

Veía una analogía, de esas que uno piensa cuando el trajín del mundo mercantil te da un respiro (llamado vacaciones) y te permite en el noble oficio del ocio (al que tratan de llenar con miles de distractivos) pensar en cosas que no son importantes.
Pensaba, como quien piensa boludeces, en el clima. Una prima del otro lado del mapa argentino (con o sin islas Malvinas, que no me quiero meter en ese tema para no enojarme) publica “por fin lluvias” y un amigo del mismo lado que yo del mapa publica “por fin frenaron las lluvias”. Y pensaba en un sistema democrático climático, como para tratar de entender al votante argentino. Supongamos que la lluvia o no lluvia pudiera ser decidido por el voto de la mayoría. Un grupo en zonas anegables desearía que hubiera menos lluvias para no perder sus cosas; otro grupo de una zona más tropical, desearía más lluvias para descansar del calor. Y van a elecciones y ¿cómo votan?
Pienso que quizás, el que sufre de calor debería entender que la necesidad de quien se está inundando es mayor que la suya; pero también pienso que puede en un estúpido egoísmo no importarle la necesidad del otro.
Creo, quizás, entonces y culpa de esta analogía, que la democracia necesita de una madurez en el orden de los valores que el pueblo argentino no parece comprender.

Pero claro, esto no es más que un estúpido pensamiento de martes en el cual el calor me agobia pero agradezco que no siga lloviendo.