martes, 24 de enero de 2017

Postales turísticas: el capitalismo y sus vacaciones.


¿Sí?¿Cuánto sale? el turista habla fuerte, abriendo la boca más de lo normal y modulando a una velocidad muy lenta; parece que tuviera dificultades en el habla pero en realidad lo que pretende hacer es franquear las distancias del idioma en un gesto idiota.
50 Reales.
No, disculpá. No pensaba gastar tanto.
Por ser você, el vendedor señala al turista como si fuera una persona especial a la que él va a tener especial consideración. 40 reales.
El potencial cliente se detiene y lo piensa; saca mentalmente el valor en pesos al cambio que le permite la tarjeta de débito (hasta el puesto más humilde de la playa tiene un postnet y el cambio, comprando así, le conviene). Pero no necesita lo que le ofrecen, viene pensando en un vestido que vio para llevarle a su hija y no en esto que le ofrecen.
Mirá, dejámelo pensar. ahora habla con normalidad, el vértigo de la negociación le hizo perder su deficiencia discursiva. Hay otros que querían comprar. Quizás si compramos varios nos podés hacer precio.
Da media vuelta y comienza a retirarse. Una mano lo detiene desde el hombro y le tiende el objeto hacia él.
Lleve, después paga cuando sus amigos.
Ya vuelvo. Dejámelo pensar.
La escena se desvanece. Un actor se retira y el otro queda en su sitio. El sol  castiga sobre sombrillas, cabezas y espaldas enrojecidas. Todos parecen suspendidos en un «no tiempo» y un «no lugar».
El veraneante luego de pelear con unas olas se esconde del mundo bajo una sombrilla y enciende un cigarrillo. Media hora más tarde, cuando ya había olvidado su intención de compra, recostado en una vieja reposera que poco a poco se va hundiendo en la arena, escapando de pragmáticos pensamientos que pretenden activar el modo «inicio de año», con la vista clavada en la inmensidad oceánica, reseteando un disco ya no tan rígido y muy dañado; percibe una mirada sobre su brazo derecho. Rota la cabeza y el vendedor a su lado le tiende el objeto antes ofrecido.
Tome.
Mirá, me gusta. Pero no es mi talle. ¿Tenés un número más chico?
Tengo justo para você. Eu trago.
—¡Pará! José, ¿vos no querías también uno?
Sí, a ver.
Tome. Mire es justo para você.
No tenés más blanco.
Sí, eu trago.
Che, si te compramos varios nos tenés que hacer mejor precio.
Eu trago. Si gusta, hago precio por ser você.
El turista sonríe, le resulta gracioso que mienta tan descaradamente. Continúan su descanso mientras el vendedor se retira y vuelve con una variedad significativa de productos talles y colores. Todos se prueban, se preguntan mutuamente cómo les queda, parece que se quedan con tres.
¿Tarjeta? y hace el gesto de pasar una tarjeta por el postnet.
Sí, tarjeta.
¿Qué precio por los tres?
El vendedor los mira, saca una calculadora y hace como si sumara algo que en verdad no suma. Ya vino calculando cuál es su límite por producto para que la venta valga la pena.
—Este es precio para você.— da vuelta la calculadora y se la muestra. —90 los tres.
—¿Eso con tarjeta?
—Sí, tarjeta.
—Te pago en reales. Haceme 80 los tres.— saca 100 reales del bolsillo y se los ofrece al vendedor. — ¿80 por los tres entonces?
El vendedor lo mira y no contesta. Se queda pensando un rato breve. Saca 20 reales de su riñonera y se lo tiende al mismo tiempo que agarra el billete de 100.
—Bueno, muito obrigado.
—Muchas gracias. Suerte.
Toda la escena, si no fuera absoluta y completamente cierta podría ser una metáfora del capitalismo que no tengo ganas de explicar (porque no lo es). Por un lado el comprador se queda satisfecho pensando que ha hecho negocio al lograr reducir un precio de compra de 50 a 27. Por otro lado el vendedor se queda satisfecho pensando que ha hecho negocio al ubicar tres productos en una venta aunque haya perdido parte de lo sobrevaluado que tenía su producto y terminado en una ganancia no tan turística como la que suele obtener.

Finalmente, el Sistema está contento de que las formas del mercado no se tomen vacaciones.








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