martes, 25 de febrero de 2014

Sólo una cerveza

     El primer día me tomo una cerveza pequeñita (no venden de litro pero te la cobran como si fuera de litro) en una multinacional famosa por sus sandwiches con gusto a nada y sus papafritas prolijamente simétricas en sobre de papel.
     Estoy sentado cómodo, tranquilo. Me molesta un poco la cantidad de luz que entra, mucho vidrio, mucho sol y el lupus que comienza a joderme. La gente que habla a los gritos, también. Los chicos tienen un lugar para jugar.
     Si algo me llamó la atención de este primer día en Rosario es que parece que no hubiera pobreza o gente que pide entre las mesas. Tampoco veo gente afuera, juntando basura o sentadas en el piso jugando a tu lástima para poder sobrevivir en este mundo.
     Si mi observación de la ciudad se redujera a lo que puedo ver en este comedor, desde la ventana, mientras me arrepiento de no haberme puesto protector solar; pensaría una cosa...

     El segundo día encuentro una pizzería muy coqueta que vende el esperado porrón, $ 35 es caro pero lo vende. Me siento. Entra un muchacho con unos señaladores pero no llega a mi mesa; el mozo lo detiene amablemente y lo deja afuera. No evita que se quede en la vereda y yo lo vea. Hay menos luz, la gente está menos eufórica y la pobreza se ve... está afuera.

     El tercer día encuentro, por fin, un lugar en el que me siento cómodo. No es otra cosa que un quiosco con mesas y por 20 compro lo que ayer me costó 35. Lo compro en la caja y me prestan un vaso de vidrio que parece estar lavado. Agarró las dos cosas y me siento en una silla frente a una mesa atornilladas al piso con un grupo de feligreses que ven el partido entre Belgrano y Newell's. Ellos se manifiestan discretamente contentos con el resultado del partido, nada de imprecaciones innecesarias ni exhibicionismo de hincha mediático, no; cada emoción se percibe en las arrugas de sus rostros.
     Un perro semisarnoso está recostado en el piso. Dos niños, uno con estampitas y otro con señaladores pasan entre las mesas. Luego del primer gol entra uno vendiendo lapiceras.
     Hay pobreza adentro como hay pobreza afuera porque no hay diferencias entre el adentro y el afuera.

     Pienso en la dosis de realidad que nos permitimos como algo inversamente proporcional al dinero que estamos dispuestos a gastar. Mientras más gastás, más te podés alejar de esa realidad que no queremos ver.

     Pienso en los tres días y sé que me sentí más cómodo el tercero... y sé que no fue por amarrete.

lunes, 24 de febrero de 2014

La neblina

     Arranca el auto y sale marcha atrás de la cochera. Frena con el pie en el embrague; aún no ha sacado la marcha, la mano que debía hacerlo se entretiene en un bostezo con sacar una lagaña endurecida por el sueño de sus ojos dormida.
     Entra las bicicletas que tuvo que sacar para abrir la puerta y cierra la casa en la cual todos duermen.
     04:00 A.M.
     Demasiado temprano para viajar, sobretodo si es uno el que maneja.
     Luego de 10 km comienza a despertarse. Justo a tiempo para aminorar y no golpear con la cabeza contra el techo cuando pasa las lomas de borro de la ciudad que surge sobre el parabrisas del auto.
     Pone la radio. La radio no mantiene despierto. Le gusta más la música, pero la música lo acuna en el placer de la somnolencia en tanto que la radio lo mantiene más alerta. Pone, en la radio, una AM de esas que saludan con cada entrada del locutor mientras intercalan la música con un tejido de noticias más próximas a un obituario que a una celebración. Te dan los buenos días con alegres melodías mientras con enfado te cuentan lo mal que está el país, lo mal que estamos.
- Cuidado, loma de burro. - declara la voz lacónica de una muchacha de acento madrileño.
     El GPS no habla mucho, el camino es bastante recto. Él sabe que lo prendió al pedo, que este aparato con voz de mujer, antes de que llegue a Pelegrini, lo va a querer hacer doblar hacia la izquierda. Y él no ha ido nunca por donde va a ir ahora pero sabe que no quiere ir por donde ha ido antes.
- Recalculando - Reprocha la muchacha española que sólo puede resultar sensual a quienes atrae la frigidez o la inexpresividad.
     Él sigue, en la mañana oscura y neblinosa. Piensa, como en cada noche, como en cada viaje, lo bien que le vendría cambiar las lámparas delanteras ("estas no iluminan un sorete"), por unas más potentes ("de esas que puteás cuando tenés de frente").
- Recalculando - Denuncia la joven madrileña.
     La neblina hace bancos que sólo permiten, con suerte, ver la trompa del auto. Teme ir muy fuerte y chocar con alguien que va muy lento; teme ir muy lento y ser chocado por alguien que va muy fuerte. "Voz activa y voz pasiva diría la vieja de Lengua."
     "La neblina es como la vida", piensa.
     60 km por hora. No se atreve a ir más fuerte. Recién, cuando aceleró, se comió un bache que por poco no rompe los bujes.
- Recalculando -
     No sabe para qué mierda lo prendió. Debería haberlo apagado o haberle puesto un destino intermedios. "Las Parejas", por ejemplo.
     Mira un cartel indicador a su derecha que en verde y blanco anuncia: "Rosario 60 Km"

- A quinientos metros doble a la izquierda -
"Es acá. Si parece acá. No. ¡Qué boludo!"
     No frena, no se detiene. Piensa desandar el camino pero espera un cruce de rutas. La oscuridad y la neblina dan miedo. No miedo de niño que teme a los fantasmas, pero parecido.
     Sigue por media hora. Continúa por una ruta que se angosta y oscurece. Las luces altas comienzan a rebotar en la pared de neblina y tiene que bajarlas si quiere ver algo.
     40 km por hora. Adelante se atisba un banco de niebla que parece impenetrable. Duda en entrar o no. Duda en detenerse. Sabe del riesgo de detenerse en una ruta rota y sin banquina por la que pasan, parece ser, sólo camiones y sigue.
     Decide entrar en el banco de niebla. Si fuera creyente rezaría. No teme a los monstruos de Stephen King que tanto disfruta leyendo, teme a un terror más cotidiano. Siempre tuvo miedo de los asaltantes, de los accidentes, de la policía...
     Justo antes de entrar, alcanza a leer en el cartel indicador: "Rosario 60 km"
     Lo desconcierta. Algo está mal. No es correcto. Hay un error.

     Entra en el banco de neblina y ya no ve nada. Ni adentro ni afuera del auto. Sólo se escucha la voz cacofónica de la mujer que habita el GPS.
- Recalculando - Todo está oscuro y la voz repite - Recalculando.

    Las luces se prenden.
    Arranca el auto y sale marcha atrás de la cochera. Frena con el pie en el embrague; aún no ha sacado la marcha, la mano que debía hacerlo se entretiene en un bostezo con sacar una lagaña endurecida por el sueño de sus ojos dormida. Lo hace por quincuagésima vez aún sin saberlo.

jueves, 20 de febrero de 2014

Crónica de un cholulo arrepentido

     Camino o creo que camino, no sé muy bien; uno no es consciente de lo que hace cuando lo hace sin necesidad de estar pensandolo. Supongamos entonces que camino. Camino de un lugar X donde hice una cosa Y hacia un lugar H donde realizaré la actividad D (si los colectivos que pasan por frente de H me lo permiten).

     Sigo caminando, nunca detengo ni mis pensamientos ni mis pies.
     Camino y pienso en lo linda que es como ciudad; en lo sucia y desordenada que está; en lo grande que es y en el sabor de pueblo que aún tiene. Pienso en que veo mucha gente contenta, no me queda claro de si es la zona o es la ciudad.
     Pasan a mi lado joggins que caminan con gente adentro que suda, otros más audaces que trotan. El clima oscila entre el nublado apocalíptico y el sol del desierto.
   
     Sigo caminando, nunca detengo ni mis pensamientos ni mis pies.
     Pienso en lo que hice, la estabilidad, la precariedad, a la gente que afecta mi decisión, pienso en la gente que se alegra, en la que se enoja, en la que se entristece. Recuerdo el poema 5 del Espantapájaros Girondiano. Llego a la calle.

     Sigo caminando, nunca detengo ni mis pensamientos ni mis pies.
     Pienso en el GPS y en la función peatón que descubrí hoy y yo no sabía que existía. Pienso en todos los que caminan. Camino menos. Estos tres días voy a caminar bastante. ¿Perderé algunos de los catorce kilos que me sobran? Sé que no. Me pregunto y me respondo.

     Sigo caminando, nunca detengo ni mis pensamientos ni mis pies.
     Veo un grupo de gente amontonada en torno a algo o alguien. Miro por mirar. Veo un gordito con una remera azul con la insignia del Capitán América. Odio el Capitán América. No me gusta como héroe. Quizás por eso miro con más atención al viejo ridículo que lleva esa remera infantil. Miro y pienso que sí es. Miro y pienso que no puede ser. Hay gente alrededor aunque no tanto como para que sea. Es un grupo de gente, no una comunidad. Hay un par que se mueren de risa. El sol hace que el día sea bestial. Miro y estoy seguro aunque no me lo crea, 800 ideas se me ocurren, ninguna idea es ferpecta pero por lo menos es una acción que puede mutar a otra o no. Sin embargo no hago nada.
     No, sí hago algo.

     Sigo caminando, nunca detengo ni mis pensamientos ni mis pies.
     No hago algo distinto. Pienso en que hubiera estado bueno tener una foto con él para mostrar como si su talento pudiera recaer como un vaso que rebalsa, sobre la persona al lado en la foto. Pienso que son boludeces, que siempre pensé que son boludeces, que nunca voy a saludar a los artistas, que no me saco fotos ni pido autógrafos, que lo que me interesa de ellos es otra cosa.

     Sigo caminando, nunca detengo ni mis pensamientos ni mis pies.
     Ya es tarde; ya está lejos.

     ¡Qué boludo que soy!