sábado, 27 de septiembre de 2014

La imposibilidad del rock en los tiempos de hoy

     Estamos en una época de muchas reuniones y fiestas. Encontrarse y celebrar cualquier cosa es un buen negocio y todo lo que es un buen negocio se multiplica y se diversifica. Esto no tiene nada de malo; por el contrario, ver que gente que en otra época tenía un tono constantemente compungido y sólo enunciaba palabras serias ahora habla con más soltura y se la aprecia más relajada, está bueno.


     Ese no es mi problema, mi problema es la imposibilidad del rock.

     Todos sabemos que el rock no es un género musical sino una actitud. Cómo piensan que se pueda hacer rock, por ejemplo, con el karaoke... con una banana maraca en la mano y un sombrero multicolor de gomaespuma... o lo que es peor, con la corbata de vincha haciendo el trencito al compás de una cumbia... Sin dudas es un contexto mucho más propicio para músicas como la de Agapornis o Tan Biónica.

     Personalmente, odio el karaoke. Lamentablemente es uno de los fenómenos más difundido de los últimos tiempos; si se quiere juntar gente, se propone un karaoke y allí van todos con el único objetivo de destruir la música. Es la rotunda caída en la estupidez absoluta. He sufrido una sola vez el influjo de esta práctica popular y pude luego, en una lamentable grabación, presenciar los estragos que provoca.
     Nadie, reconozcámoslo de una vez, canta bien en un karaoke. Nadie puede cantar bien con esa base musical (para llamarla de alguna manera) de MIDI. Esto dando por descontado el efecto inversamente proporcional de la cantidad de alcohol en sangre y la posibilidad de afinación.
     Sus defensores suelen argüir la importancia de la diversión y los efectos de las bebidas espirituosas por sobre la paulatina y brutal destrucción de la música y los oídos. Digo yo, si la idea es divertirse y estar borrachos qué necesidad hay de contaminar el espacio sonoro.
     La popularidad de esta atrocidad hace que me sienta el Grinch de los eventos cuando huyo desaforado frente a los primeros aullidos borrachos.

     He tratado, en más de una oportunidad, de sumarme a esta orgía auditiva pero mi inexperiencia no me permite nunca estar preparado para el brutal encontronazo, luego de caídas las primeras botellas y el inicio de la atrofia de la cóclea, con los anteojos gigantes de plástico de colores, las maracas de diversas formas que se prestan al más simple y rudimentario de los dobles sentidos y los sombreros de la muy ecológica gomaespuma...
     De repente, y cuando estoy a punto de huir de esa caótica bacanal, alguien me toma de la cintura y me obliga a encabezar el más decadente y triste de los trenes beodos.

     Entonces, llevo las manos a mi cara y salgo corriendo y llorando desconsoladamente de la ominosa reunión.

     Toda mi adolescencia oyendo Sumo, Virus, The Cure, The Police, Los redondos, sentado bebiendo tranquilamente, recitando la formación de grupos musicales o los diversos discos; charlando lenta y trabajosamente a cada una de las que cupido me signaba; no, eso no me preparó para esto. Me gustaba cuando los borrachos tenían una expresión adusta y filosofaban sobre la amistad y el amor. Cuando la diversión no era necesario mostrarla, bastaba con sentirla; cuando uno estaba autorizado a divertirse sentado y en silencio.
     Este exhibicionismo de la diversión se me hace impostado y sospechoso. La mirada y el comentario censurador del resto de la comunidad cuando uno no expresa esa hipérbole de sentimientos que parece estar de moda es desconcertante, como si el silencio y la introspección molestaran más que el ruido y los colores en contraste de complementarios.

     No creo que sea necesario "amar hasta el infinito", calentarse con quienes admiramos, llorar por un torneo perdido, golpear las paredes para demostrar que estamos enojados... no creo que nada de eso sea indispensable o este ligado indefectiblemente con los sentimientos; a menos, claro, que uno esté más interesado en demostrarlo que en sentirlo.

     En estos contextos, el rock se ha convertido en una experiencia individual de viejo y aburrido anacoreta que no necesita ni desea demostrar nada a nadie... o en una imposibilidad...

jueves, 25 de septiembre de 2014

Acabar con la sonrisa

En este mundo de apariencias
en el cual importan más las fachadas que los contenidos
lanzo mi proclama en contra de la sonrisa
Tan hacia afuera
 tan para que vean
esa mueca con dientes de dentista
no tiene mayor  significado que cualquier otra mueca vacía

En este mundo de apariencias
prefiero una honesta cara de culo
que una hipócrita sonrisa.

He dicho... sin mostrar un solo diente, por supuesto.

sábado, 20 de septiembre de 2014

yo soy yo y mis enunciados (un texto en construcción)

     Yo soy yo y mis enunciados, es una frase que puede ser mal entendida. Empleé el término enunciado en lugar de "palabra", "lo que digo" u otra cosa no por casualidad sino porque deseo expresar algo más complejo que "yo soy yo y lo que digo".
     Creo que muchas veces (todas), las personas dicen más de lo que expresan racionalmente. Cuando uno habla, selecciona palabras y estructuras que dan por entendido toda una visión de mundo, toda una cosmogonía.
     "Me dan tanta pena esos indiecitos que no puedo no ayudarlos", esta es posiblemente la expresión más típicamente racista de alguien que cree no serlo.
     "Yo tengo muchos amigos homosexuales"... "Y, si no resuelven su sexualidad después son unos resentidos" Tradicional enunciado de los homofóbicos.
     La palabras tienen su historia ideológica y pertenecen a entornos discursivos que las convierten en herramientas mucho más poderosas de lo que uno se cree.
     "Yo quiero la libertad pero no acepto el libertinaje" es un enunciado que connota mucho, muchísimo más de lo que el enunciador quiso expresar.
     Que una institución comience su nombre con "Las damas de..." expresa no sólo el pensamiento sino la condición socioeconómica de sus integrantes.

     Dime lo que dice y te diré lo que es capaz de pensar.

     Pero claro, mi forma de construir el mundo tiene que ver con estar decodificando los enunciados ajenos. Mi forma de construir mundos quizás no sea la única.
     Lo bueno sería intentar construir un texto entre muchos, para que las marcas de la enunciación se pierdan en el enunciado.

     Cuando las personas hablan no sólo expresan lo que piensan, también expresan lo que son y su manera de construir la realidad. Oír a otro significa presenciar mundos. Pero a esta realidad que se nos presenta en forma de enunciado se le enfrenta otra que le da sentido. Y nosotros salimos pensando que lo hemos entendido cuando en realidad nos hemos entendido.
     Creo, como creía Gorgias, de que la realidad (como única y cognoscible) no existe. Es la palabra la que le da sentido a un grupo de fuerzas caóticas y sin sentido. Son los dioses en las mayorías de las cosmogonías los que articulan el cosmos mediante el uso de la palabra.
     Mi vicio de tratar de explicar lo micro hablando de lo macro.

     Cuando una mariposa aletea... no pasa nada en el otro lado del mundo. Cuando un grupo de personas comienzan a hablar del aleteo de las mariposas chinas, todo el mundo cambia.

sábado, 13 de septiembre de 2014

El país de la opinología...

- ¿Y usted que piensa profe con eso de que la nota más baja va a ser un cuatro?
     El alumno pregunta y el profesor lo miro desconcertado.

     Supongo que se refiere a lo que han estado diciendo anoche en el noticiero; algo como que en la provincia de Buenos Aires la nota más baja va a ser cuatro. Tengo ganas de responderle que el tema es muy complejo, que no puedo opinar sin haber leído el documento entero (lo que no voy a hacer porque no es mi jurisdicción). Tengo ganas de decirle que así dicho suena raro, como que la información es incompleta, se presta para muchas interpretaciones y de todas las que hago yo ninguna coincide con la que hacían los medios anoche. Tengo ganas también de decirle, que no me interesa; que las políticas y los documentos en Buenos Aires o en Santa Fe o en Córdoba o en el gobierno nacional van por caminos distintos y de que una medida no resume una serie de decisiones. Luego de pensar todo eso le respondo:

- Nada, de eso no pienso nada ¿por?¿vos pensás algo?-
     Y entonces lo escucho repetir lo mismo que dijo el periodista anoche, con la misma cara de indignación... en ese momento creo que es algo que sí me interesa pensar.

     Es sorprendente oír a padres que hace una semana se quejaban de las notas que les habían puesto a sus hijos o declamaban en contra de las pelotudeces que les enseñan a sus hijos. Ahora hablar indignados respecto a la baja calidad de la educación y que esta baja calidad la perciben en la disminución de exigencias evaluativas...
     Vuelvo a insistir, el tema es muy complejo y encierra muchísimas variables como para tratarlo en un párrafo del face o en los 139 caracteres del twitt. Se podría pensar solamente en que muchos de los que se quejan indiscriminadamente de la educación posiblemente no obtendrían buenas calificaciones si se los evaluara con las mismas herramientas que a sus hijos. Se podría pensar en que la escuela no puede solucionar problemas de inequidad social dando más temas. Se podría pensar en la campaña sistemática de desprestigio de la educación que hacen los medios de los noventa en adelante.

     Se podría pensar muchas cosas, pero lo que sí es seguro, se debería dejar de decir mentiras. No se puede expresar impunemente que este gobierno no se hizo cargo de la educación cuando, aún desde sus fallas, que son muchas, es sin dudas el que más ha invertido en educación de las últimas décadas.

     Se podría pensar muchas cosas pero yo quiero pensar en por qué se discute eso hoy. Por qué el padre que no sabe las notas de sus hijos se preocupa por las notas de los hijos de los porteños, por qué el face está superpoblado de enunciado reclamando defender la educación. Y finalmente, por qué la gente opina de algo que ni siquiera ha leído, que lo oyó comentado parcialmente y muy de segunda mano.

     Puedo suponer que la agenda setting es un concepto mucho más serio de lo que suponía. Y lo increíble es cómo repiten enunciados con el convencimiento de que son propios.

     Pero bueno, el tema pasará, como pasaron las Pirls, los mundiales, etc. y se inventará otro tema y mientras usted está entretenido discutiendo las cosas que le dicen que discuta y del modo que ellos quieren, se pierde la oportunidad de leerse un buen libro y opinar como usted quiera de lo que usted quiera.
   
     Es necesario pensar en la educación, pero pensar verdaderamente en la educación porque sin dudas hay una crisis. Pero repetir enunciados dichos por otros me parece contraproducente. Creer que la educación es una sólo y no se enlaza con las políticas (no solo lo de pueblo culto e inculto -estaría bueno definir cultura-) es peligroso. Pero claro, es solo un pensamiento... Algo que se me ocurrió pensar sin que nadie me lo indique; que sé yo, un inútil pensamiento de sábado.

sábado, 6 de septiembre de 2014

sobre gustos...

    El que no sabe comer, come con gusto a sal y no a comida.
    El que no sabe tomar se preocupa más por la graduación alcohólica que por el sabor de la bebida.
    El que no toma infusiones, suele tomar bebidas (tés cafés o mates) con más gusto a azúcar que a lo que está tomando.

    Una profesora me dijo cierta vez que algunos nacemos con más sensibilidad que otros... eso es posiblemente, la burrada más grande que he oído en mi vida, no sólo por imposible sino por discriminatoria.

    Lo que es verdad, y por eso las tres analogías iniciales, es que es más fácil que te guste lo predecible, lo que no exige esfuerzos, lo masticado; pero eso no quiere decir que sea bueno artísticamente.
    El mercado trata constantemente de relativizar el valor artístico de determinados objetos diciendo que cada uno tiene derecho a que le guste lo que cada uno quiera. El problema de ese pensamiento, de intentar refutar esa idea es que es una verdad a medias. Es cierto que cada uno de nosotros tiene el derecho de seleccionar de entre los objetos aquellos que le proporcionen placer sin estar obligado a ninguna regla; pero también es cierto que esa elección no le otorga ni más ni menos valor estético al libro o a la película o a la pintura... pero también es cierto que el mercado mediante un apoyo publicitario constante manipula tu libre elección mucho antes de que se te ocurra elegir...

   
    Voy a mencionar un defecto personal, no me gusta la Gioconda. A pesar de eso, jamás se me ha ocurrido decir que ese cuadro es feo; sino por el contrario, yo sé que en ese cuadro hay algo que me estoy perdiendo, de que mi capacidad para percibir lo que hace que ese cuadro perdure en el tiempo es la que falla y no el cuadro.

    Una persona me acusa de pedante porque le digo que no puede decir que el Quijote es un libro aburrido. Le trato de aclarar que le permito a ella decir que no le gusta, que la aburre, que no tiene la capacidad para disfrutarlo pero que en verdad la persona que manifiesta soberbia, la que está teniendo una actitud muy yoica es ella al pensar que porque no la entretiene (a ella en particular) es el objeto, libro, el que tiene esa cualidad negativa. Ella no me escucha, se encierra en sí misma y lanza una frase que, sabe, aborrezco: "Vos no podés decirme qué es bueno y qué no porque eso es una cuestión de gustos." Hace rato que yo no pierdo más mi tiempo en lo que no tiene sentido o no me da placer, así que en lugar de quedarme a explicarle me voy.

    Me quedo pensando en el gusto y en el valor estético. Pienso en la duración de uno y otro. Pienso en lo manipulable de una cosa y otra. Y vuelvo a pensar en el saber. "Complejo de Edipo social" llamaría Foucault al no darse cuenta que el saber está relacionado con el poder.

    Creo que con el gusto pasa lo mismo, noto una innegable relación entre el saber y la posibilidad que tiene el mercado de manipular tus gustos. Las personas que más conocimiento tienen (esto, todos lo sabemos, nada tiene que ver con los títulos académicos que se tenga) menos propensas están a ser manipuladas estéticamente y saben distinguir qué elementos son novedosos de los que se repiten de uno a otro objeto.

    En este devaneo mal hilado y sin sentido que voy llevando hacia ningún lado es inevitable que algún defensor de esa falsa democratización del gusto que deja a merced de las grandes productoras la decisión de lo lindo y lo feo y les hace creer que lo eligieron ellos me caiga con la pregunta de: "Bueno, y entonces, según vos (es una expresión modalizante negativa de lo que voy a decir que siempre incluyen consciente o inconscientemente en la pregunta) ¿cómo te das cuenta de que algo es más o menos artístico?"
    Generalmente no respondo porque sé que quien hace esa pregunta de esa manera no está dispuesto a escuchar pero sí creo que sería interesante intentar plantear las variables que puedan ser útiles para determinar lo artístico de un objeto en este delirio inútil de sábado.

    Considero variables a tener en cuenta:
1) La perdurabilidad en el tiempo.
   Sobre este punto hay que tener mucho cuidado, sobre todo con un mercado que al no saber qué venderte cada tanto recupera productos anteriores para capturar a un público que se vuelve viejo y nostálgico. La perdurabilidad de un artefacto artístico tiene que ver con su capacidad de convertirse en otras cosas, la posibilidad de ocupar un lugar en los distintos enunciados hasta el punto en el cual se convierte en cultura y lo incluyen incluso quienes no han disfrutado del libro, cuadro, escultura, obra de teatro original. Sólo debemos pensar en, por ejemplo, Hamlet y su "to be or not to be" para darnos cuenta de lo que digo.



2) La novedad.
    Uso la palabra novedad por parecerme más honesta que originalidad; ya que creo que muy pocas obras pueden plantearse como origen-ales de otras; la mayoría de las creaciones modernas son enanos en hombros de gigantes (lo que no le quita ningún mérito, sino por el contrario les permite entrar en la biblioteca o en el museo). Entonces, la novedad habita en eso que presenta de una manera nueva un artefacto artístico y sirve de modelo a futuros objetos de arte. Alguien me dijo que le gustaba más George R.R. Martin que J.R. Tolkien y yo le respondí que estaba bien, a mí incluso me parece más entretenido pero si hablamos de arte Tolkien puede existir sin Martin pero Martin no existe sin Tolkien.

3) La plurisignificatividad.
    Esto está indiscutiblemente relacionado con lo otro. El arte funciona porque es un discurso distinto al cotidiano, incluso cuando el arte trató de ser estrictamente denotativo siempre funcionó como arte porque evocaba otras cosas (pienso en Rodolfo Walsh, en Truman Capote o en Cezanne).

    Con esto quiero dejar en claro que sí hay variables intersubjetivas para determinar el valor de un objeto artístico sin importar que ese objeto nos guste o no.
    Personalmente puedo decir que el "Ulises" de Joyce es genial porque indudablemente cumple con las tres variables en su máxima expresión sin que eso indique que yo sea capaz de disfrutar otra cosa que no sea el monólogo de Molly o un bollo de papel recorriendo el río.

    Por otro lado, muchos que dicen hacer arte para el gusto de la gente no hacen otra cosa más que satisfacer el mercado.

    Por otro lado (porque lados son los que sobran), hubo escritores más preocupados por hacer letras para los hombres que por ser hombres de letras, sin dudas pienso en Manzi o en Arlt, y sin dudas pueden someterse a los tres ítems antes mencionados y salir reconocidos como artistas.

    Por otro lado, muchos confunden el reconocimiento académico con lo que antes dije y no es así. La academia siempre, como toda institución, va un paso atrás de la realidad artística y, por si esto fuera poco, está sujeta a condicionantes políticas de la época porque, no olvidemos que son gente que recibe un sueldo para acartonar y fijar el arte.

    En conclusión y para explicar a muchos por qué me enoja que le atribuyan su subjetividad a los libros es que he escrito todo este devaneo inútil. De todas maneras dejemos en claro que los objetos artísticos que cumplen con estos tres ítems anteriores no son ni aburridos, ni complicados, ni malos; es posible que no sea el tiempo adecuado para que usted los lea o vea, guárdelos y vuelva a intentarlo luego de varios años
es posible que usted no sea el lector ideal para ese libro o el espectador para esa obra, busque otra;
es posible también que de tanta sal que le ha puesto a su comida durante tantos años haya perdido la capacidad de percibir el sabor de la buena comida.