sábado, 6 de septiembre de 2014

sobre gustos...

    El que no sabe comer, come con gusto a sal y no a comida.
    El que no sabe tomar se preocupa más por la graduación alcohólica que por el sabor de la bebida.
    El que no toma infusiones, suele tomar bebidas (tés cafés o mates) con más gusto a azúcar que a lo que está tomando.

    Una profesora me dijo cierta vez que algunos nacemos con más sensibilidad que otros... eso es posiblemente, la burrada más grande que he oído en mi vida, no sólo por imposible sino por discriminatoria.

    Lo que es verdad, y por eso las tres analogías iniciales, es que es más fácil que te guste lo predecible, lo que no exige esfuerzos, lo masticado; pero eso no quiere decir que sea bueno artísticamente.
    El mercado trata constantemente de relativizar el valor artístico de determinados objetos diciendo que cada uno tiene derecho a que le guste lo que cada uno quiera. El problema de ese pensamiento, de intentar refutar esa idea es que es una verdad a medias. Es cierto que cada uno de nosotros tiene el derecho de seleccionar de entre los objetos aquellos que le proporcionen placer sin estar obligado a ninguna regla; pero también es cierto que esa elección no le otorga ni más ni menos valor estético al libro o a la película o a la pintura... pero también es cierto que el mercado mediante un apoyo publicitario constante manipula tu libre elección mucho antes de que se te ocurra elegir...

   
    Voy a mencionar un defecto personal, no me gusta la Gioconda. A pesar de eso, jamás se me ha ocurrido decir que ese cuadro es feo; sino por el contrario, yo sé que en ese cuadro hay algo que me estoy perdiendo, de que mi capacidad para percibir lo que hace que ese cuadro perdure en el tiempo es la que falla y no el cuadro.

    Una persona me acusa de pedante porque le digo que no puede decir que el Quijote es un libro aburrido. Le trato de aclarar que le permito a ella decir que no le gusta, que la aburre, que no tiene la capacidad para disfrutarlo pero que en verdad la persona que manifiesta soberbia, la que está teniendo una actitud muy yoica es ella al pensar que porque no la entretiene (a ella en particular) es el objeto, libro, el que tiene esa cualidad negativa. Ella no me escucha, se encierra en sí misma y lanza una frase que, sabe, aborrezco: "Vos no podés decirme qué es bueno y qué no porque eso es una cuestión de gustos." Hace rato que yo no pierdo más mi tiempo en lo que no tiene sentido o no me da placer, así que en lugar de quedarme a explicarle me voy.

    Me quedo pensando en el gusto y en el valor estético. Pienso en la duración de uno y otro. Pienso en lo manipulable de una cosa y otra. Y vuelvo a pensar en el saber. "Complejo de Edipo social" llamaría Foucault al no darse cuenta que el saber está relacionado con el poder.

    Creo que con el gusto pasa lo mismo, noto una innegable relación entre el saber y la posibilidad que tiene el mercado de manipular tus gustos. Las personas que más conocimiento tienen (esto, todos lo sabemos, nada tiene que ver con los títulos académicos que se tenga) menos propensas están a ser manipuladas estéticamente y saben distinguir qué elementos son novedosos de los que se repiten de uno a otro objeto.

    En este devaneo mal hilado y sin sentido que voy llevando hacia ningún lado es inevitable que algún defensor de esa falsa democratización del gusto que deja a merced de las grandes productoras la decisión de lo lindo y lo feo y les hace creer que lo eligieron ellos me caiga con la pregunta de: "Bueno, y entonces, según vos (es una expresión modalizante negativa de lo que voy a decir que siempre incluyen consciente o inconscientemente en la pregunta) ¿cómo te das cuenta de que algo es más o menos artístico?"
    Generalmente no respondo porque sé que quien hace esa pregunta de esa manera no está dispuesto a escuchar pero sí creo que sería interesante intentar plantear las variables que puedan ser útiles para determinar lo artístico de un objeto en este delirio inútil de sábado.

    Considero variables a tener en cuenta:
1) La perdurabilidad en el tiempo.
   Sobre este punto hay que tener mucho cuidado, sobre todo con un mercado que al no saber qué venderte cada tanto recupera productos anteriores para capturar a un público que se vuelve viejo y nostálgico. La perdurabilidad de un artefacto artístico tiene que ver con su capacidad de convertirse en otras cosas, la posibilidad de ocupar un lugar en los distintos enunciados hasta el punto en el cual se convierte en cultura y lo incluyen incluso quienes no han disfrutado del libro, cuadro, escultura, obra de teatro original. Sólo debemos pensar en, por ejemplo, Hamlet y su "to be or not to be" para darnos cuenta de lo que digo.



2) La novedad.
    Uso la palabra novedad por parecerme más honesta que originalidad; ya que creo que muy pocas obras pueden plantearse como origen-ales de otras; la mayoría de las creaciones modernas son enanos en hombros de gigantes (lo que no le quita ningún mérito, sino por el contrario les permite entrar en la biblioteca o en el museo). Entonces, la novedad habita en eso que presenta de una manera nueva un artefacto artístico y sirve de modelo a futuros objetos de arte. Alguien me dijo que le gustaba más George R.R. Martin que J.R. Tolkien y yo le respondí que estaba bien, a mí incluso me parece más entretenido pero si hablamos de arte Tolkien puede existir sin Martin pero Martin no existe sin Tolkien.

3) La plurisignificatividad.
    Esto está indiscutiblemente relacionado con lo otro. El arte funciona porque es un discurso distinto al cotidiano, incluso cuando el arte trató de ser estrictamente denotativo siempre funcionó como arte porque evocaba otras cosas (pienso en Rodolfo Walsh, en Truman Capote o en Cezanne).

    Con esto quiero dejar en claro que sí hay variables intersubjetivas para determinar el valor de un objeto artístico sin importar que ese objeto nos guste o no.
    Personalmente puedo decir que el "Ulises" de Joyce es genial porque indudablemente cumple con las tres variables en su máxima expresión sin que eso indique que yo sea capaz de disfrutar otra cosa que no sea el monólogo de Molly o un bollo de papel recorriendo el río.

    Por otro lado, muchos que dicen hacer arte para el gusto de la gente no hacen otra cosa más que satisfacer el mercado.

    Por otro lado (porque lados son los que sobran), hubo escritores más preocupados por hacer letras para los hombres que por ser hombres de letras, sin dudas pienso en Manzi o en Arlt, y sin dudas pueden someterse a los tres ítems antes mencionados y salir reconocidos como artistas.

    Por otro lado, muchos confunden el reconocimiento académico con lo que antes dije y no es así. La academia siempre, como toda institución, va un paso atrás de la realidad artística y, por si esto fuera poco, está sujeta a condicionantes políticas de la época porque, no olvidemos que son gente que recibe un sueldo para acartonar y fijar el arte.

    En conclusión y para explicar a muchos por qué me enoja que le atribuyan su subjetividad a los libros es que he escrito todo este devaneo inútil. De todas maneras dejemos en claro que los objetos artísticos que cumplen con estos tres ítems anteriores no son ni aburridos, ni complicados, ni malos; es posible que no sea el tiempo adecuado para que usted los lea o vea, guárdelos y vuelva a intentarlo luego de varios años
es posible que usted no sea el lector ideal para ese libro o el espectador para esa obra, busque otra;
es posible también que de tanta sal que le ha puesto a su comida durante tantos años haya perdido la capacidad de percibir el sabor de la buena comida.

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