jueves, 31 de diciembre de 2015

365

365
Y se fue nomás... a 365 km por hora como río que arrasa con todo y nunca permite que te bañes dos veces. y nunca permite que seas dos veces.
Hoy me tomaré el tiempo de decirle chau y esperaré que me dé las gracias por los 365 metros cuadrados de vivencias que le dejo.
(Qué es esa estupidez de andar agradeciendo al año que pasa y se lleva nuestros días vividos; el año es el que debe estar agradecido de que se los hayamos ofrecido tan honestamente.)
Ha quedado gordo de vida que nos ha quitado.
Si hemos sido sinceros con nosotros, seguro que ha valido la pena. seguro que ha valido la alegría.
Hoy se llena un nuevo archivo con 365 nuevos recuerdos.
365

es una vuelta entera y un poquito más.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

La pobreza en eufemismos

Preguntas referidas al lenguaje y su uso:
—Es una persona humilde.— dice refiriéndose a alguien pobre.
Siempre me intrigó bastante el empleo del adjetivo «humildes» que usan las clases con mayor poder adquisitivo para hacer referencia a las de menores ingresos...
¿Qué mandato hay en este emparentar la pobreza económica con la humildad? ¿Una persona de clase media o alta puede ser soberbia pero una persona pobre no?¿Si sos pobre tenés que ser humilde?¿Por qué?
¿Acaso los que tienen poder económico quieren dejarte en claro que tu lugar es atrás de ellos?¿Qué no podés sentir orgullo? O como diría y justificaría sin impunidad una locutora televisiva: «Los ricos no piden permiso».
Ese tipo de expresiones del lenguaje se llaman eufemismos. Un eufemismo es, según la Real Academia Española: «Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante.» Otro eufemismo también me llama la atención: «de escasos recursos». Pero resulta que se habla de un solo recurso, el económico.
Una forma salvaje que hemos tenido para referirnos a los pobres en épocas de indiferencia social fue: «costo social» y, esa expresión, en apariencia neutra y aséptica, incluía gente sin trabajo, que vivían en la calle, que no tenía para comer, excluidos sociales…
Ven, ese eufemismo sí me parece adecuado: «excluidos sociales». ¿Y por qué me gusta? Porque el participio «excluidos» mantiene un régimen verbal y primero supone un sujeto paciente «personas», una acción «excluir» y un agente «el resto de la sociedad». Si hay excluidos sociales, gente fuera de la «sociedad» en cuanto a sociedad reconocida como tal por las instituciones; hay alguien que lo excluye (excluir es un verbo transitivo y necesita sí o sí algo o alguien que sea excluido).
Muy cercano al eufemismo son las metáforas y las metonímias. Una metonímia muy común últimamente ha sido la de la «pala» por «trabajo y ascenso social»;
—Que vayan a agarrar una pala si quieren dinero.— decían personas que nunca había yo visto agarrar una pala… y tenían dinero, no mucho pero el suficiente para vivir con dignidad.
El lenguaje construye la realidad que ves, de acuerdo con los enunciados que se emiten, el sujeto emisor entiende una u otra cosa, de una u otra manera la realdad.
Sin dudas el clivaje surge frente al Otro, ese eterno desconocido que tratamos de sujetar con las palabras, de hacer sujeto del lenguaje… tarea imposible porque convertimos al otro en un esquema vacío que llenamos con nuestros miedos y prejuicios.
¿Cómo actuar?
Primero tirar a la mierda todos los eufemismos disneylandeses que usamos para hablar de la pobreza, de morir de hambre, de privar a alguien de derechos legítimos.
Luego conocer, acercarse, sin juicios previos, junto al otro, no desde afuera… y luego enunciar.

¿Y por qué vos y no él?

Muy simple, porque vos has tenido más posibilidades… y si no te das cuenta de eso, si sos tan ciego que pensás que comenzaste esta carrera en el mismo lugar… bueno, quizás sea tiempo de que pienses en vos mismo sin tantos anteojos discursivos.

Cosas que uno piensa al pedo, destinado a gente que no entiende.

El Boludo

Ella está frente a mí hablando, siempre en tono épico y revolucionado. Da gusto verla y da gusto oírla, tan segura, tan humana, tan eterna y tan bella.
Sus enunciados son todas sentencias, juicios categóricos. Yo tengo ganas de besarla pero ella tiene ganas de hablar y entonces la escucho.
—Los boludos son peligrosos.
Yo la miro y no contesto, sólo escucho lo que hasta el momento comparto aunque tengo mis reticencias.
—Están los hijos de puta.— digo temerosamente.
—Sí, esos son peligrosos, pero los boludos son peores. Porque los hijos de puta son conscientes de su hijoputez mientras que el boludo hace las cosas con el absoluto convencimiento de que está haciendo algo bueno. Eso le brinda una voluntad de poder superior al hijo de puta. ¿Se entiende?
Lo entiendo, toda mi vida he estado rodeado de boludos y sé de eso, pero continúo teniendo mis reservas.
—Entonces, el boludo ¿puede ser boludo sin saberlo?— pregunto tímidamente.
—El boludo, por lo general es boludo sin darse cuenta de su condición. Muy pocos boludos tienen el grado de lucidez necesaria para darse cuenta de que son boludos.
—¿Y cómo puede darse cuenta uno de que no es un boludo?— interrogo.
Ella me mira desconcertada, creo que pregunta: «¿cómo?», «¿qué decís?» o algo por el estilo.
—Mirá, por lo general me doy cuenta cuando estoy frente a un boludo. Hay un montón de elementos que me permiten identificarlo: su seguridad, sus juicios a priori, sus palabras prestadas por algún medio. Se los ve y se los reconoce a la legua. Mi duda es cómo darme cuenta si yo soy o no soy un boludo.
—No digas estupideces, por los mismos criterios que me dijiste recién.
—Eso pensé inicialmente pero luego me di cuenta de que los criterios que yo manejo para identificar un boludo no son criterios que el boludo identifique como síntoma de boludez, es más lo considera como viveza o buen juicio. ¿Se comprende? De igual manera puede que yo no sepa los criterios bajo los cuales puede considerárseme un boludo.
Me mira, me da un beso piadoso y revolucionario en los labios y me dice con tono tierno y recriminatorio.
—¡Qué boludo que sos!

Y dejamos de hablar.

martes, 29 de diciembre de 2015

El realismo absurdo II

Diálogo que podría haber estado escrito en una obra de Eugène Ionesco pero no…
—Ya basta, lo confirmé, no voy a confiar en nadie más.
—Vos no confiás en nadie.
—Es bueno cada tanto confirmar las creencias.
—Yo te iba a decir, pero me imaginé que ya lo sabías.
—¿Qué cosa?
—…
—¿Qué cosa?
—Nada, no importa.
Mira a los ojos y dice: «Ya basta, no voy a confiar en nadie más» y se fui.

Elidiendo tiempo

Acaricia su rostro.
La ve y la piensa.
La sabe y la siente bella
y un espíritu cursi
de sensibilidad de vieja barredora de veredas
lo invade.
Desliza sus dedos por su espalda
vuelve por la curva de sus caderas.
Están ahí sin hacer nada
en tiempo muerto
suspendido de obligaciones.
La abraza como si tuviera temor de que se fuera
y luego la suelta como si deseara que se vaya
despeja el pelo de su rostro
y vuelve a mirar su cara
la soñó casi idéntica mañana.
¿Por qué está ahí?
se pregunta
y la acaricia y la toca
sabiendo la primera y última oportunidad
y el tacto miente menos que los ojos;
su cuerpo se le desliza entre sus manos quietas.
«Perdón», se escucha.
«¡Cállate!» dice.
¿Por qué está ahí tan idéntica a su sueño?
suspendiendo el tiempo
debe desearla, es imposible no hacerlo
debe de desearla o no estaría ahí
en un tiempo elidido de obligaciones y posibilidades.
La belleza tiene el sabor de Eco
que se desvanece mientras repite las palabras
de su deseo.

«Lo llamamos para avisarle que terminó su primer turno, va a sacar otro o paso a cobrarle»

Se cambian y se van
la deja en la puerta y sin un beso
deseando y prohibiendo
un futuro encuentro.

Y después la piensa,
no puede dejar de imaginarla

igual a su presencia
y esclavo de su ausencia.