miércoles, 30 de diciembre de 2015

El Boludo

Ella está frente a mí hablando, siempre en tono épico y revolucionado. Da gusto verla y da gusto oírla, tan segura, tan humana, tan eterna y tan bella.
Sus enunciados son todas sentencias, juicios categóricos. Yo tengo ganas de besarla pero ella tiene ganas de hablar y entonces la escucho.
—Los boludos son peligrosos.
Yo la miro y no contesto, sólo escucho lo que hasta el momento comparto aunque tengo mis reticencias.
—Están los hijos de puta.— digo temerosamente.
—Sí, esos son peligrosos, pero los boludos son peores. Porque los hijos de puta son conscientes de su hijoputez mientras que el boludo hace las cosas con el absoluto convencimiento de que está haciendo algo bueno. Eso le brinda una voluntad de poder superior al hijo de puta. ¿Se entiende?
Lo entiendo, toda mi vida he estado rodeado de boludos y sé de eso, pero continúo teniendo mis reservas.
—Entonces, el boludo ¿puede ser boludo sin saberlo?— pregunto tímidamente.
—El boludo, por lo general es boludo sin darse cuenta de su condición. Muy pocos boludos tienen el grado de lucidez necesaria para darse cuenta de que son boludos.
—¿Y cómo puede darse cuenta uno de que no es un boludo?— interrogo.
Ella me mira desconcertada, creo que pregunta: «¿cómo?», «¿qué decís?» o algo por el estilo.
—Mirá, por lo general me doy cuenta cuando estoy frente a un boludo. Hay un montón de elementos que me permiten identificarlo: su seguridad, sus juicios a priori, sus palabras prestadas por algún medio. Se los ve y se los reconoce a la legua. Mi duda es cómo darme cuenta si yo soy o no soy un boludo.
—No digas estupideces, por los mismos criterios que me dijiste recién.
—Eso pensé inicialmente pero luego me di cuenta de que los criterios que yo manejo para identificar un boludo no son criterios que el boludo identifique como síntoma de boludez, es más lo considera como viveza o buen juicio. ¿Se comprende? De igual manera puede que yo no sepa los criterios bajo los cuales puede considerárseme un boludo.
Me mira, me da un beso piadoso y revolucionario en los labios y me dice con tono tierno y recriminatorio.
—¡Qué boludo que sos!

Y dejamos de hablar.

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