viernes, 4 de diciembre de 2015

Mi heladera inteligente

Lo primero es lo primero.
Y lo primero es que a mí me molesta de sobrada y soberana manera esta moda que tienen las fábricas de artículos eléctricos de agregar el adjetivo «inteligente» a cualquier producto que quieran venderte: «lavarropas inteligente», «teléfono inteligente», «microondas inteligente», «televisor inteligente», etc.
Me desagrada porque degrada una característica netamente humana; la inteligencia. Según la definición de estos mercaderes de la pseudointeligencia, inteligente sería el que sabe obedecer órdenes. Porque un lavarropas no resuelve nada por su cuenta; define dentro de determinadas medidas determinadas aplicaciones. Uno podría incluso suponer que un teléfono es inteligente si pensara que la inteligencia tiene que ver con realizar procesos lógicos dentro de esquemas determinados… podría suponerlo pero no estaría en lo cierto.
Lo que sin dudas define la inteligencia es la capacidad de actuar sobre situaciones nuevas a partir de esquemas viejos que no se aplican plenamente a la situación nueva y a partir de ellos encontrar nuevas acciones. Lo que permite el acto de la inteligencia es, sin dudas, la capacidad de improvisación, la acción infundada, el acto creativo.
Todo eso es imposible que lo haga un electrodoméstico. Por eso es imposible que sean inteligentes; eso creo, o eso creía.
Lo segundo es lo segundo.
Y lo segundo es que debido a problemas o factores que no vienen a cuento ni a verso me vi en la obligación de renovar la heladera. Como no podía ser de otra manera me compré una «inteligente» puteando para mis adentro (mis fueros y sin mis fueras) mientras pensaba: «¡Más cachivaches tiene, más cosas para romperse!».
Miraba su frío gris y su impalpable botonera sin botones y me decía (no sé si en silencio o en voz baja): «en qué puede parecerse esta cosa a mí; cómo se atreven a llamarla inteligente»
Estos devaneos entretenían mi pasar y mi pensar cuando, luego de la espera habitual a estas acciones, la enchufé. Entonces, hoy, con el calor que hace la heladera prendió una luz sugiriéndome tomar una cerveza en 60 minutos (dejo la foto como prueba).
Lo tercero es lo tercero.

Y lo tercero es que comienzo a dudar todo lo que dije primero.

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