jueves, 25 de agosto de 2016

Chau Cacho



Mirar, ver,
tu mirada, mi mirada, la de mis hijos.
Verme ahí, en la redondez de tus ojos,
en mi mal tino
de no ser como hubieras querido;
y saberme amado
a pesar de todo lo mío.

Extrañarte “Ab æternō”.
Extrañarte y saberte ya muerto
y vivo en todo lo vivido;
en mis ojos,
en los ojos de mis hermanos
en los ojos de mis hijos
en los de mis sobrinos.

Sentir en medio de un sueño
tu mano fría sobre mi frente
para saber si estaba vivo.
Y apoyar mi mano tibia
en ese impostor que finge tu muerte.

“No vayas a verlo, que no está ahí”,
me dice mi hermana.

Porque no es ese señor,
el que estaba ahí acostado;
ese no es mi padre.
El que encerraron entre seis paredes blancas,
ese no es mi padre.

Destino de Cronos deglutir sus propios hijos;
destino del hombre generar mil infinitos.
Prolongar la eternidad en la mirada,
en la herencia de un carácter,
de algún gesto.
Haberme creído preparado
fue haberme mentido.

“¿Tan poco tiempo lo velan?”
Me pregunta quien no le interesa.
“Dos meses es una pequeña eternidad”,
quiero responderle
pero me calló, no vale la pena.
La pena es propia
y no pienso regalársela a nadie.

Mirar, ver,
amarte no por sangre,
por presencia
por saberte siempre ahí
por haber tenido tiempo
con tus dos trabajos
para charlar conmigo.

Haber tenido suerte.
Te he tenido, te tengo aún conmigo.
Con tu humilde sapiencia,
sos el tipo más culto que he conocido
y secundaria de adulto
con trabajos y con hijos
mejor promedio fuiste.
Por tu culpa, la educación y la lectura
siempre me han seguido.

He aprendido historia, literatura,
de sólo oírte.
Y nunca te negaste a seguir aprendiendo
de lo que cada uno de tus hijos te traía:
pintura, ingeniería, psicología,
ballet, teatro, literatura,
periodismo, artesanías.
Y eso ha marcado a fuego
la relación con mis hijos,
gracias a vos me he permitido
aprender tanto de ellos.

Abuelo inagotable
de paciencia infinita
y sucesivos viajes.

Anfitrión de mesas enormes
de millar de parientes
de camping de amigos
regados de vino, autos que no arrancan,
y sopas sólidas.

Eterna calma hasta lo inaudito
en una casa en la que todos gritábamos.
No recuerdo haberte oído un insulto.

Nada se tira, todo en algún momento sirve.
Si habré juntado cachivaches siguiendo tus preceptos.
Y citas apócrifas y aleccionadoras:
“vísteme lento que estoy apurado”
le dijo Napoleón a su valet;
y vos a mí mil veces.

Te creí, luego te peleé,
y lo que soy, soy por ti.

Sopa de recuerdo, tras del llanto.
La efímera existencia de los muertos

Es eterna en la existencia de los vivos.










miércoles, 24 de agosto de 2016

El sino pedagógico.


Charlo con colegas, buenos colegas, sobre los alumnos «interesados», sobre las «buenas» y «malas» prácticas, sobre las injusticias sociales. Escucho, escucho atentamente las propuestas «nuevas» que me parecen tan «viejas». Traslucen sus enunciados conceptos superficiales de los libros de «autoayuda»; traslucen sus enunciados una ideología quietista, utilitarista, conformista. Sus enunciados tienen el tono de la rebeldía, pero sólo el tono, porque el contenido es otro.
– Debemos enseñar lo que es del interés de los alumnos –afirman convencidos.
El interés del alumno no es un principio sino un fin. Eso es lo que pienso y eso es lo que no me comprenden cuando hablo.

Trataré de explicarme.

El problema de muchas pedagogías contemporáneas «bien intencionadas» aunque sujetas a un modelo político y económico no tan bien intencionado, es que piensan que el interés del alumno es el inicio de la práctica pedagógica, enseñar lo que el alumno quiere aprender.
Eso, sin dudas es un «sinsentido» que restringe las potencialidades del alumno a lo que ya conoce, a mantenerse en su grupo social, a evitar que los sujetos sociales crucen las fronteras socioeconómicas.
Una verdadera práctica pedagógica libertaria no debe pensar en el interés del alumno como principio sino como fin; el objetivo no es mantener sus intereses sino que generar nuevos, ampliar su mundo, sin desmerecer el de ellos, a otros entornos sociales, permitirle  elegir entre una mayor variedad.
Si en el inicio de la práctica pedagógica hay resistencia o desinterés, no debe entenderse por eso que es una mala práctica. Todos los sujetos nos resistimos a lo nuevo porque genera desconfianza e inseguridad.
Conformarnos con lo que el alumno trae no sólo es de mediocres sino que es peligroso para el sujeto de aprendizaje y para la sociedad toda.
Es comprensible que hayan surgido esas posturas frente a una educación anterior que partía de la anulación cultural de los alumnos para establecer sobre esa «tabla rasa» nuevos y «más valiosos» aprendizajes. Partían de un concepto de «progreso» positivista que preveía un solo camino.
El capitalismo comprendió entonces que la exclusión generaba una masa peligrosa de sujetos no adaptados al sistema y entonces generó una serie de pedagogías del «interés» en las cuales cada sujeto queda recluido a su entorno y sus funcionalidades son aprovechadas por el sistema.
Dejar al sujeto en el mismo lugar en el cual el mercado cultural ha determinado que debe estar, la preocupación de las pedagogías del interés es que el sujeto sea feliz con lo que la sociedad le ha dicho que debe ser. Inhabilitar su capacidad de reclamo frente a claras injusticias sociales.
La pedagogía libertaria debe ampliar los horizontes de los alumnos, generar nuevos intereses, habilitar su palabra en otros entornos, sacarlos de su cerco discursivo para que comprenda las injusticias de un sistema y trate de cambiar la realidad.
Las pedagogías del interés, ampliadas por la biblioteca de autoayuda son mecanismos que tratan de que el sujeto se conforme con su lugar asignado, al sistema capitalista no le gusta la movilidad social. Parten de un axioma horrible, «la realidad es y no puede ser modificada».
La pedagogía en la que creo propone una realidad que puede ser transformada por los sujetos pero claro, el cambio nunca es tranquilo ni se hace sentado en la casa publicando frases de Tagore sino pensando, actuando, luchando, hablando, aprendiendo. El alumno debe saber que es un actor de esa sociedad y es su responsabilidad aceptarla o cambiarla. Es deber de la educación habilitarlo como sujeto de derecho. Eso no se logra desde la comodidad de lo conocido sino desde la incomodidad de lo por conocer.
Esta postura no implica desvalorar y desvalorizar la cultura que trae el alumno sino ampliar su horizonte a otras culturas… pero claro, eso es peligroso para los sectores dominantes. La cultura del alumno es un punto de partida pero no el de llegada; si en principio parece no interesarle, no debe ser algo que nos preocupe sino algo que nos motive a seguir intentándolo.



El interés del alumno no es un principio sino un fin.

jueves, 4 de agosto de 2016

Lenguas de doble filo


Si supieras lo que de ti dicen
esas gentes que tú dices
que hablan mal de mí
no vendrías tan irónica y contenta
a regodearte en sus miserias;
pero a mí no me importa lo que digan
gentes que no tienen propia vida
y a vos, sí.
Sea quizás ahí

la más importante diferencia.