sábado, 5 de diciembre de 2015

Otro año que no aprendemos nada...

«Otro año que no aprendimos nada.» Ese es el enunciado con el que se queja la alumna.
Yo intento… bueno, en realidad no lo intento, sólo pienso cómo demostrarle la falacia que encierra su juicio; cómo explicarle que es su negación a aprender lo que le impide aprender.
No se puede, es imposible. Sé que ya es tarde para ella, los medios en su relato esquizoide de «quiero pero no me lo des» la han convencido de que el «saber» es algo que tienen unos y deben darle a ella… y, por si fuera poco, que ese «saber» debe llegar a ella sin que ella haga el menor esfuerzo.
Además, también la han convencido de que ella es capaz de saber qué conocimiento es útil y cuál no… Que ella sabe, más allá de cualquier currícula y de cualquier teoría del conocimiento, distinguir entre saberes útiles e inútiles.
Pero ella no tiene la culpa; ese tipo de estupideces las dicen los medios constantemente y la repiten los padres (con el seso ya comido por los «mass media») más de una vez. Ella es una víctima pero, lo más complejo, una víctima que disfruta de su condición de víctima.
Y hay tantos «ella» en mi enunciado porque los medios recrean un narcisismo autocomplaciente para venderle a «ella» todo lo que sea o no capaz de comprar con la garantía segura de que siempre le va a faltar algo que ellos seguramente le van a poder vender.
No puedo explicarle, porque según su enunciado yo he perdido. Ella hace imposible el aprendizaje no porque el aprendizaje, como ella dice, no esté allí; sino porque, por propia voluntad, se niega a tomarlo.
Lamentablemente el saber no es algo que se da, es algo que puede acercarse pero debe ser tomado, agarrado, aprehendido.
«¿En ninguna materia?», pregunto.
«En ninguna.»
«¡Qué triste!»
Me mira, ella piensa que hablo de la educación pero yo estoy hablando de ella. Porque no puedo más que estar triste cuando me doy cuenta que los medios ganan nuevamente la pulseada generando una generación de descerebrados que demandan su propio descerebre.
De consumidores pasivos de discursos sumisos… y de productos… y de ideas masticadas…
Por otro lado, siempre hay otro lado de la angustia, está el que está y sabe que el aprendizaje está ahí y sólo basta con estirar la mano. A ese no le importa quién está ni qué enseña… ese aprende lo que sea… aprende incluso lo que no quiere aprender para que no se lo enseñen.
Son muchos hoy porque hemos sido muchos antes, así como también hubo siempre (quizás más) envases vacíos esperando ser llenados con boludeces.
«Otro año durmiendo» repite (que aunque sea otra frase es la misma) porque teme no haber sido oída, porque necesita ser oída, porque ella oye todo el tiempo lo que le venden, porque no se escucha y necesita que la escuchen.
Yo no necesito decir que me parece triste porque ya sé que no me oye ni desea hacerlo. Levanto la mirada y la veo mucho más de lo que ella puede y podrá ver jamás y, no lo digo, pero me da mucha más tristeza pero entonces comprendo muchas realidades.
¿Cómo se hace para luchar contra el discurso de los envases vacíos, de los que creen que el saber es uno solo, de los que piensan que a todos hay que darles lo mismo, de los que siguen pensando que evaluación y calificación y selección son sinónimos?
¿Cómo hacer?
Si tenés ganas de aprender, vení, aprendamos juntos, yo te doy todas las herramientas con las que he aprendido (quizás te sirvan, quizás no, sólo intento allanar el terreno un poco). Si preferís esperar que te den algo, entrá en las despensas del divertimento a comprar y no reclames lo que no sos capaz de ir a buscar.

El otro día escuché a un padre decir eso: «Los chicos ahora no aprenden nada.» y, más allá de lo que yo considere respecto a ese padre y su saber y su capacidad cognitiva, que no viene a cuento aunque sí es un interesante oxímoron, me quedé pensando:
«¿Cómo hace?¿Cómo hace un pibe para luchar contra eso?»

Muchas veces cuesta distinguir entre la imbecilidad y la maldad pero esto ya lo he dicho.

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