lunes, 13 de noviembre de 2017

Crónicas de Matulandia: Un ritual

Un ritual pagano que practico es el de hacer asado los domingos. Es realmente un tiempo mítico el que se genera y muchas veces, para no decir la mayoría, no tiene que ver con el alimento puesto sobre las brasas.
El ritual es un tiempo pasado, instituido alguna vez por un grupo social, que se repite y hace presente en cada celebración y adquiere carácter universal proyectándose hacia el futuro de la grey. Pero no es acá momento de citar teorías ni a Mircea Eliades, es sólo una crónica más de Matulandia.

Nunca supe si el origen del asado de los domingos los había instaurado en mi familia mi padre o sus actos repetían los que él había visto hacer al suyo; mi familia tiene muchos rituales alimenticios o que tienen que ver con la bebida, muchos de los cuales no somos realmente consciente.
Yo he practicado, desde hace bastante, el ritual de asado de domingo. Este rito algunas veces se transfigura y cobra valores de trascendencia sin darse/me cuenta. Lo que voy a contar pasó hace rato, pero lo seguimos repitiendo desde entonces.
¿Vamos a hacer el asado Matu? le pregunto a mi única compañía de ese domingo.
Sí, yo te ayudo. ella siempre se ofrece a ser esa ayuda molesta. Pero en este caso lo agradezco porque es como compartir el momento con mi hija y a la vez volver a vivir el momento compartido con mi padre.
Dale Matu. Vamos a prender el fuego.
Tiro el carbón en la parrilla y coloco el papel de la bolsa debajo de la misma. La enciendo y nos vamos abandonando el proceso al absoluto descuido, convencidos de que el dios del fuego hará su cometido.
Adentro de la casa, adoramos los fragmentos de animal y de verduras que serán ofrecidas en sacrificio. Matu condimenta la comida mientras yo le cuento, andá a saber qué historia robada de qué lado sobre los dioses y el fuego (hoy me gustaría recordarla aunque debe tener algún sentido que la haya olvidado). Imagino, por lo que pasaría después, que debimos haber estado hablando de “El castillo vagabundo” pero no estoy tan seguro para reafirmarlo.
Cuando volvemos al foco de fuego, nos damos cuenta de que apenas son unas míseras brasitas.
“El carbón debió de haber estado húmedo”, pienso para mí.
El fuego no está contento. me dice Matu. Y en sorpresiva carrera desaparece de la escena. Yo estoy por ir a buscar papel cuando ella llega con dos dibujos que hizo esta/esa tarde.
Tomá, regaláselos. Para que se ponga contento. me entrega los dibujos en la mano.
Yo los miro, miro el fuego, los abollo con la imagen hacia afuera y pongo uno en el mismo lugar que antes hubiéramos puesto la bolsa.
Si le gusta tu dibujo. le digo, no sé por qué se lo va a comer en llamaradas.y no lo enciendo, simplemente lo dejo ahí y nos quedamos, Matu y yo, mirando expectantes la aprobación o rechazo de su obra.
El papel se va ennegreciendo, se torna naranja y estalla en llamaradas. Matu sonríe y dice:
Le gustó. Poné el otro.
Lo hago y nuevamente brotan los fuegos como si salieran de adentro del dibujo.
El fuego se enciende y convierte el carbón en brasa a una velocidad inusitada.
Ambos miramos maravillados un momento que es simultáneamente mágico y cotidiano. Hablamos, porque en esos momentos el silencio es muy pesado.

Papá, eso que cae abajo. ¿Son las semillas del fuego?
Sí, las que usamos para cocinar.
Los pájaros del fuego, ¿no sirven para nada?
¿Qué pájaros, mi amor?
Esos chiquitos, que se escapan volando...
Para verlos volar, para eso sirven.
Y los dos nos quedamos un rato mirando los pájaros de fuego escapar de nuestros actos... y estoy al lado de ella como en algún momento estuve al lado de mi padre y mañana ella estará al lado de otro alguien y los pasados, presentes y futuros se funden en un abrazo cósmico.

Desde ese día, cada vez que hacemos un asado, Matu le regala al fuego dos de sus dibujos como ofrenda. Y les puedo asegurar, aunque algunos no me crean, que no es lo mismo cómo arde ese fuego cuando estoy solo o cuando hago ese ritual del asado estando ella.








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