sábado, 14 de marzo de 2020

Pensamiento inútil de sábado: La legalidad de la violencia.


Estos últimos años la gente parece sentirse con derecho a insultar, agredir, atacar con una impunidad, un desparpajo, una supuesta autoridad sobre un saber que no tiene.
No hablo hoy de un hecho particular, porque hace un año trato de mantenerme al margen o simplemente preguntar: “¿che, por qué me estás agrediendo?” (Consejo personal probado, no lo hagan; se ponen peor).
No sé si lo que siento es una sensación o una realidad, si se restringe a esta comunidad o es toda la argentina o quizás el mundo. No tengo idea.
No creo que esto sea algo espontáneo, aunque tampoco creo que sea absolutamente intencionado. Creo que hay una violencia implícita en el sistema que vivimos en el cual cada vez nos alejamos más del Otro y nos restringimos a un mundo virtual onanista y autocomplaciente. Creo también, que hemos convertido a la violencia, mediante ese plasma protector que parece mostrarnos la realidad a la vez que nos protege de ella manteniéndonos alejados, en un espectáculo que, de a poco, nos ha ido inoculando contra la sensación de espanto que deberíamos sentir.
Creo que hemos naturalizado el discurso del odio de tanto oírlo (mediáticos sin otro argumento que el insulto y el desprecio), nos hemos familiarizado con la agresión verbal (extrañamente familiar); hemos ominizado el discurso. Todo nos es ajeno, familiar y peligroso, por eso podemos hablar con descaro y sentir impunidad en el insulto, la agresión y el desprecio.
El Otro, es el peligro, el hombre de arena que irrumpe dispuesto a pervertir nuestra tranquilidad virtual y como en la leyenda alemana, ha venido a arrojarnos arena en los ojos.
No me sorprenden las peleas de adolescentes porque creo ver en ellas una representación en cuerpo de la agresión que viven regularmente desde el mundo adulto.
Hemos subjetivado la realidad a tal punto que nos creemos poseedores individuales de una verdad totalitaria y absoluta (aunque en realidad, si la analizamos a fondo, es prestada e impuesta con un solo fin: “vender” tranquilidad). Los que no insultan, se llaman al silencio despreciante y desconsiderado.
¿Estamos matando el dia-logo?
No me siento cursi si expreso que no puede haber revolución si no hay amor absoluto y no creo que el odio sea la forma más adecuada para combatir al odio. Tampoco creo en la ridiculez de andar abrazando a quienes nos golpean (no soy “tan” estúpido).
Tal vez, como dije al principio, esto sólo sea una sensación… quizás la espectacularización de la violencia nos ha hecho creer en una metonimia en la cual la parte es el todo.
Cuando hablo con gente, me doy cuenta que tienen más en claro con quienes se enfrentan que a quienes aman. El filósofo del martillo dijo alguna vez que quien con monstruos lucha, debería cuidarse de no convertirse en uno.
Deberíamos proponer colectivamente la vuelta al diálogo, pero no la conversación banal sino el diálogo peligroso en el cual tememos que podamos ser transformados. No se puede construir un mundo para todos si dejamos al Otro de lado.
Hay que levantar los ojos del pupo y atrevernos a existir.
He dicho.

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