viernes, 24 de julio de 2015

Miradas


Cuando se lo regalaron, una navidad, me di cuenta en seguida... pero no me preocupé... o sí…  traté de no darme importancia.
–Es sólo un muñeco– me dije y me escuché.
Sin embargo, cada vez que me daba vuelta, ahí estaba, mirándome. Yo sabía que subestimándome, despreciándome internamente. Lo sabía porque lo veía en su mirada.
Cuando lo observaba, él, imperturbable, no se movía, no hacía el mínimo gesto. Se quedaba quieto, mirando la nada. Pero bastaba que sólo desviara mi mirada un segundo para encontrarme sus ojos al volver clavados en mi rostro.
La coexistencia se me hacía insoportable. Por si fuera poco, era su favorito.
Inútilmente traté de que quedara olvidado al final, en el fondo del baúl de juguetes; él resurgía por obra y gracia de mi hija… o quizás no, quizás lo hacía por propia voluntad… ya no importa. Él resurgía de la parva de juguetes hacia el infinito espacio de la mirada que nos unía y nos odiaba.
Una tarde corregía.
–Yo también…– escuché una voz que decía desde el fondo de su cuarto.
Me acerqué, no voy a negar que con miedo. Y los vi. 
Él miraba a otro de los suyos y este me miraba a mí… con desprecio.
No pude más.
Lo envolví cuidadosamente en papel, lo metí adentro de una bolsa negra y lo llevé hasta el canasto de la basura de una casa a dos cuadras de la mía.
Ella lo lloró mucho. No voy a negar que me partía el alma ver su tristeza. Pensé incluso que todo había sido fantasía de mi mente enferma.
Una semana le duró la amargura y finalmente todo comenzó a normalizarse; jugó con otros juguetes, invitó amigas a casa, salió a hacer compras con mi mujer.
–¡Querido! vení a ayudarnos con los bolsos… vos no tenés idea de lo que se encontró tu hija en la vereda…

No hay comentarios.:

Publicar un comentario