miércoles, 21 de diciembre de 2016

La silla vienesa.


“Su luna de miel fue un largo escalofrío.” H. Quiroga

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Cogían noche y día, solos, acompañados, con juguetes y sin ellos, a toda hora. Lo quería mucho y hubiera sido capaz de ofrecerle cualquier cosa que él deseara. Pero algo en la mirada de Jordán la intimidaba, la hacía termerle y a la vez desearlo.
Él, por su parte, la amaba, profundamente. Sin darlo a conocer más allá de su deseo y su llenarla de saliva todo el cuerpo lengüeteando hasta los lugares menos pensados.
Durante tres meses (se habían juntado en abril) vivieron una dicha muy especial. Pero una tarde, luego de terminar de hacerlo, luego de sentarse a la mesa (como siempre) en las desvencijadas sillas vienesas (con la cuerima rota y la goma espuma desvencijada). Él apoyando sus pelotas y ella con el orificio anal dilatado. Luego de esa tarde, todo cambió.
Ella sintió un cosquilleo, como un eco del amor que habían hecho. Él no sintió nada.
Nunca más actuó igual, se resistió incluso a sus impulsos. Él pensó que ella estaba agotada, que su eterno deseo insatisfecho la había hartado. Y era lógico, no salían nunca de la casa… Jordán siempre tenía ganas… ella, no.
Comenzó a pasar más tiempo recostada. Acusaba dolores de vientre y de cabeza. Alicia (así se llamaba) tuvo una serie de desvanecimientos que preocuparon a Jordan.
Inaudito en él, símbolo de su cariño, llamó al médico.
¿Qué le pasa?
No sé, está débil y sin ganas…
El médico la miró, auscultó y todo lo que hacen los médicos en esos casos… pero conocía a Jordan y suponía el mal.
Tenés que dejarla descansar… ya se pondrá bien. Si mañana se despierta como hoy, llamame en seguida.
Al día siguiente Alicia seguía peor y se pudo constatar una notoria anemia. Se levantaba sólo para vomitar y no había nada que su estómago tolerara.
Jordán la custodiaba, celoso. Ya había ido de otras a sacarse las ganas pero no servía, la quería a ella y la quería bien.
Una mañana Alicia se despertó gritando. Jordán a su lado, solo abrió los ojos para verla desgarrándose la piel a arañazos.
Sacámelas, sacámelas… gritaba deseperada.
La pesadilla se repitió y los médicos determinaron locura y aplicaron antidepresivos.
Ella pronto olvidó sus alucinaciones pero no mejoró nunca.
Una mañana del 21 de diciembre murió sin que nadie supiera por qué.
Cuando la maquillaban para que luciera su hermoso traje de madera recién comprado, el encargado de la funeraria lo llamó. Dio vuelta el cuerpo y le mostró el ano.
Mire, parecen picaduras…
Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
El cuerpo se mueve… dijo el encargado y apretando las nalgas de la muerta salieron millones de pequeñas arañas que se desparramaron por todo el lugar.

Desde aquella tarde en que Alicia y Jordán se habían sentado en las desvencijadas sillas una de esas arañas de campo, pequeñas y saltonas, había puesto sus huevos en el cuerpo de ella. Poco a poco se la fueron comiendo por dentro… casi como el amor.












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