lunes, 8 de mayo de 2017

¡Qué desastre esta RAE!

Voy a hacer un comentario porque me tienen inflado aquellos que se escandalizan con lo que «acepta» o «no acepta» la RAE como palabras de uso en nuestro idioma.
Y lo que más me preocupa es que esos comentarios los hacen gente supuestamente progresista.
Primero acordemos un detalle, como toda institución la RAE ha crecido ideológicamente, ya no es aquella que tenía el “speech” de un producto de limpieza («Limpia, fija y da esplendor»).
En la época de las monarquías o de los gobiernos verticalistas, la RAE era norma (con el significado de regla rectora), decía qué se debía y qué no se debía usar imaginando un lenguaje ajeno a quienes lo hablan, un lenguaje que subsiste por sobre el sujeto hablante.
Pero en realidad esto era una mentira, todos sabemos que el lenguaje es la forma de construir un estado de poder. El lenguaje que la RAE construía con su vara rectora de «esto está bien», «esto está mal» tenía que ver no con un verdadero uso del idioma sino con la aceptación de que el único verdadero era el que manejaban las esferas de poder.
En  esa época, lo único que nos salvaba era la literatura que hacía emerger desde el silencio las construcciones calladas de un pueblo.
Con el tiempo y el recambio, lentamente, como lo hacen las instituciones, la RAE comprendió que el idioma vive porque se usa y que los verdaderos dueños de la lengua son sus usuarios. Mientras pensaba esto, entró en conflicto con su carácter normativo. El sentido de la norma será, desde entonces, lo normal.
Había, sin embargo, en un intento de que el idioma no se resquebraje en miles de idiomas, pretender unificar esa normalidad.
Desde entonces, la Academia recaba información, estudia usos del pueblo (no de los grupos dominantes e ilustrados), los registra, analiza lo común y aconseja o desaconseja su uso.
Honestamente me parece brillante, una madurez como pocas instituciones han tenido y un espíritu verdaderamente democrático (más allá de posibles errores).
Pero, siempre el pero, los intelectuales supuestamente progresistas comienzan a escandalizarse con las palabras que acepta. Porque aceptar los usos del pueblo le duele hasta a los intelectuales que por lo general no provienen de esa masa silenciada. Y vemos publicaciones escandalizadas: «¡Viste lo que aceptó la RAE!», «¡Qué vergüenza!».
Qué vergüenza ustedes queridos come tintas. Cuán poca literatura hubiéramos tenido con gente con el espíritu de escriba que tienen ustedes.
Se aceptó almóndiga!!!!!.
Sí estimado, se aceptó que se usa en determinadas regiones; no se aconseja su uso porque no se impone, nada más. Si el idioma evolucionara como vuestra mente aún estaríamos diciendo «oculi» en lugar de «ojos». ¡Muy bien señora!, por eso se llama «oculista» al doctor que nos mira los ojos. La felicito, siga así.
Por otro lado, fíjese que al lado del término «almóndiga» agrega «desus. U. c. vulgar» que por si usted no lo sabía significa «en desuso, úsese como vulgar».
Qué lejos está el «filius» del «hijo».
El idioma es materia viva y tiene dos formas de crecer, o de la mano de los discursos hegemónicos que imponen un orden y un poder o de la mano del pueblo. No es cuestión de aceptar cualquier cosa (como usted está a punto de decir), porque dejaríamos de entendernos; pero tampoco es cuestión de darle la palabra a los doctos porque ellos lo van a usar para lo que siempre lo usaron, para marcar diferencias y generar valores y disvalores culturales, desvalorizando una cultura en pro de otra.

Amigos progres, dejen de publicar escandalizados lo que acepta o no la RAE. Piensen qué significa eso y, porfa, no se contradigan.



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