sábado, 6 de febrero de 2016

Algunos problemas con el opinar distinto de o de acuerdo con…



Algo que me llama poderosamente la atención es una manifiesta contradicción en varios enunciadores, si no me creen basta con fijarse cuando hablan en la calle o publican en Internet. La mayoría de quienes se quejan de que nunca son escuchados por los otros son, en general, los que menos escuchan; dicho de otra manera, quienes denuncian censuras son los más propensos a censurar.
Creo que hay una problemática democrática en el enunciado «tenés que respetar lo que digo». Bah, en realidad no sé si es una problemática democrática… el enunciado en sí es medio pelotudo. No puede alguien reclamar respeto por su enunciado simplemente porque siente que como enunciador puede decir lo que se le ocurra. Cuando un enunciador dice una pelotudez, lo que sí puede demandar es una confrontación abierta con argumentos con otra persona que intente hacerla ver eso.
O sea, respetar al otro implica, dentro de un esquema democrático de comportamiento, considerarlo un interlocutor válido con quien confrontar ideas y enunciados. No significa para nada aceptar lo que el otro diga simplemente porque el otro se le cantó la gana decirlo.
Muchos piensan que expresar sus ideas consiste en decir lo que se les ocurra (o lo que les mandaron ocurrírsele). Y no, no es eso. Expresar ideas implica poner en riesgo nuestro esquema ideológico confrontándolo con los esquemas argumentales de otro. La ideología de un país, la construcción de una nación o república se hace de esa manera.
Lo esencial, para poder realizar este maravilloso acto de construir discursos (y por ende mundos) es dar cuenta del alter, de que en frente nuestro hay otro, alguien distinto, que no es yo ni va a serlo nunca. Otro que no va a pensar como yo cuando crezca. Uno Otro que ha tenido vida y vivencias muy distintas. Reconocer ese Otro como interlocutor válido es lo más importante de una construcción democrática.
Lamentablemente ese reconocimiento debe ser mutuo, no puede darse de manera unilateral. No sirve que yo te reconozca como interlocutor válido y vos no porque inevitablemente voy a estar chocando con una barrera, una pared discursiva que evita que mis palabras lleguen a tu yo.
Confrontar ideas es increíblemente maravilloso cuando nos encontramos con Otro que, aún a pesar de pensar distinto, se atreve a exponer su yo ante nuestros enunciados de la misma manera que nosotros exponemos los nuestros.
Cuando yo desprecio al otro y lo trato de ignorante o me niego a hablarle porque no pienso como él construimos un discurso unívoco que imposibilita cualquier democracia.
Pero… si fuera tan fácil no sería tan difícil.
¿Cuál es el problema mayor o el mayor de los problemas?
Que la mayoría de las personas no sabe identificar entre un argumento válido (enunciativamente hablando, porque ideológicamente hay mucha tela para cortar y pocos vestidos para ponerse) y una falacia.
Por ejemplo, uno de los recursos argumentativos más comunes y peor usados es la cita de la voz de otro… «lo dijo…», «lo afirman científicos…», etc.
Descontando de que muchas veces dichas citas suelen ser apócrifas, la voz de otro y sólo si esta voz es autorizada (tiene alguna autorización vivencial o académica sobre el tema que habla) puede servir como apoyatura pero no como prueba de los argumentos.
Otro ejemplo: el argumento contra la persona, «Y, mirá quién lo dice…». Desacreditar la persona no desacredita el argumento, no importa la persona si el argumento es válido y en una confrontación de ideas se enfrentan construcciones de mundo no personas. De igual manera tampoco acredita un buen argumento si es una buena persona, conozco muchas «buenas personas» que andan diciendo impunemente pelotudeces por ahí.
La falacia más común, la que lamentablemente todos usamos a pesar de que todos reconocemos, es la generalización que anula todos los posibles matices de un mundo rico en diversidades: «los políticos son…», «los empleados son…», «los empresarios son…», «lasmujeres son…», «los hombres son…». Puede ser que el cliché tenga, sobre todo debido a cierto patrones culturales comunes de comportamiento, alguna base cierta; pero envejece y muere a mucha velocidad y muchas veces nos encontramos juzgando a grupos con patrones de comportamiento que ya no existen.
Otro error común es el de predecir acciones ante situaciones no análogas, «si esa vez actuó así, ahora va a hacer…». Convengamos que las analogías sólo pueden establecerse legítimamente cuando las situaciones contienen una serie de elementos comunes internos y externos; que alguien sea un médico bueno o malo no quiere decir que vaya a ser un presidente bueno o malo.
Las relaciones de causa-consecuencia son, sin dudas, uno de los argumentos más sólidos pero sólo si se analizan la totalidad de los factores causales. Nunca una consecuencia surge de una sola causa; eso es verdad de Perogrullo (no debió de haber sido muy inteligente este tal Perogrullo).
De todas maneras y como para ir terminando (este texto), resumamos en dos o tres oraciones:
1) No se puede discutir con otro si no nos reconocemos mutuamente como interlocutores válidos.
2) No puede haber construcción si no me atrevo a arriesgar lo que pienso, si no pongo en juego la posibilidad de cambiar algo de lo que creo saber.
3) Debo defender mi postura con argumentos válidos y estar muy atento de no decir muchas estupideces (aunque es inevitable, cada tanto decir alguna).
4) Aceptar que el otro opine distinto no implica aceptar lo que el otro opina.
5) Donde yo esté parado es el anclaje de mi discurso pero no es el único lugar donde puedo estar parado, no hay una sola forma de pensar la realidad aunque cada una de ellas implica un orden y valor de las cosas y las personas.
Finalmente y retomando el último punto, sólo se puede discutir con quienes creen en la democracia y aceptan que hay muchos otros y que un país se construye integrando a todos. En una nación no hay ciudadanos desechables o de segunda a no ser el que piensa en su propio beneficio a costa del de los otros.
Pensamientos de finde largo. 



Que disfruten el fin de semana.



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