miércoles, 13 de julio de 2016

los padres

Hay temas sociales serios que todo el mundo trata a la ligera… y yo no quería ser menos.
Luego de una crisis caprichoseril de mi niña más pequeña y de serias discusiones con su abuela sobre la educación del pequeño monstruo que algunas veces desborda ternura y otras instintos asesinos; he decidido repensar esta cuestión de ser padre ya que para abandonar el rol es tarde.
Voy a usar el término “padre” en función genérica porque me agobia esa manía lingüística de “padre o madre” que no creo aporte nada a la lucha por la igualdad de la mujer ya que hay madres que son madre y padre al mismo tiempo y hay padres que no lo han sido nunca.
El rol de “padre” ha variado históricamente y socialmente al igual que sus funciones entonces no se puede hacer un catálogo prescriptivo sobre el mismo a no ser en una sociedad y un momento determinado, e incluso eso es discutible porque cada subgrupo social va a reconocer particularidades distintivas.
¿Entonces no se puede hablar? Qué bajón. Bueno, hablar es gratis así que hablemos lo mismo.
Debemos buscar particularidades que se han mantenido en diversas culturas y diversas épocas pensando que si eso se mantiene como una constante puede ser un elemento fundacional del vínculo.
Primero lo primero, porque si no fuera lo primero sería lo segundo, lo tercero o lo último. El término “padre” constituye una díada con el término “hijo”, se vinculan de tal manera que no puede existir el uno sin el otro a la vez que se autodefinen; no existe un padre si no hay un hijo y viceversa. O sea, que estamos hablando de un vínculo entre dos sujetos que coexisten construyéndose mutuamente; a medida que el hijo se configura frente a la mirada del padre este padre se construye ante la mirada del hijo. Entonces, como primer elemento constitutivo del término “padre” es su relación diádica con el término de “hijo” y por ende estamos hablando de una relación vincular.
Hasta acá estamos todos de acuerdo. Creo… y si no lo está, deje de leer porque todo lo que sigue se fundamenta en ese axioma.
Segundo, ningún padre sabe realmente lo que es ser padre hasta que no lo es. De nada sirve leerse los miles de manualcitos existente; como ya dijimos es un vínculo entre dos sujetos individualizados y por ello no hay posibilidad cierta de que lo que funcione con unos funcione con otros. La paternidad es un proceso en constante construcción sujeto a los comportamientos individuales de los actores del vínculo.
Sé que es muy tentador leerse esos manuales escritos por personas muy leídas en psicología y que se pasan su vida escribiendo porque o no tienen hijos o tienen alguien que se los críe. Pero reconozcamos que ser padres es una praxis y no una episteme; es una práctica en constante construcción y sujeta a inevitables variables.
Y acá comienzan las dudas y comportamientos más disímiles.
Están los padres que creen en el cinto como elemento indispensable en la educación de sus hijos, absolutamente convencidos de que la violencia es un modelo de enseñanza para que sean buenas personas; sé que suena paradójico pero lo es.
Por otro lado están los padres que creen ciegamente en la bondad instintiva de la naturaleza y dejan a sus hijos hacer lo que se les da la regalada gana en pro de una libertad individual por sobre el resto de las individualidades. Estos padres llegan con sus engendros a tu casa y destruyen medio mobiliario mientras sus padres enuncian pelotudeces como “viste que creativo que es, está haciendo un vitró con la pantalla del plasma que te acaba de romper”.
Creo que aunque no lo haya explicitado en mi enunciación se evidencia que no me fumo a ninguno de los dos grupos de padres. No creo en la violencia como elemento socializador ni soy tan ingenuo como para pensar que el sujeto se va a socializar por sí solo.
Sigo buscando constantes.
Tercero, la relación padre-hijo es de variabilidad simétrica; inicia con una manifiesta asimetría: el sujeto “hijo” depende del sujeto “padre” para la subsistencia más básica o primaria. Esto, generalmente se revierte sobre el final del vínculo. O sea, el niño no sobrevive sin la intervención del adulto y por ello es una obligación del adulto intervenir para ayudar al sujeto a valerse por sí mismo; proceso que en la sociedad occidental actual lleva un mínimo de 18 años. De esto se desprende que el padre no puede dejar librado a los instintos del hijo su supervivencia, somos una especie muy débil para subsistir por nosotros mismos, necesitamos sí o sí del otro.
Cuarto, el adulto tiene una deuda “de vida” con el niño. Lo trajo al mundo y generó el vínculo sin pedirle permiso, sin consultarlo y por ello está más obligado a velar de este que al revés.
Quinto, las sociedades regulan sus libertades individuales a través de una serie de normas no naturales y cambiantes que ningún individuo tiene incorporado en su nacimiento y que conllevan instancias de aprendizaje. Dejarlos a la buena de dios es condenarlos al fracaso social; pero, por otro lado, y tomando en consideración que estas estructuras normativas son variables, hacerlos esclavos obedientes de las mismas tampoco permitirá al sujeto adaptarse a los cambios sociales lo que lo llevará inevitablemente a la frustración.
¡Ups! ¡Qué cagada! ¿Y qué hacemos entonces?
Volvemos al principio, es una construcción en la cual el principal responsable es el adulto que no debe dejar librado a los caprichos primarios del niño la formación pero que no debe ser tan cerrado como para cohibir la libertad individual que le permitirá luego adaptarse a los cambios sociales.
Y para eso no hay una receta ni nadie que pueda decirte cómo se hace porque cada hijo es un mundo distinto y cada padre tiene su forma de ser. Lo único que sabemos es que la violencia solo engendra violencia y la libertad sin respeto por el otro, inadaptados.
También podemos decir que es un vínculo lingüístico y social y no hay nada en la naturaleza biológica que te obligue a aceptarlo. Si uno asume esa responsabilidad es por voluntad propia que podrá ser desinteresada o encerrar los más oscuros interese como “no quedarse sólo”, “hacer réplicas de uno para perdurar en el tiempo” o “conseguir alguien que pague el geriátrico al final de nuestros días”.
Es esencial saber que nadie de afuera puede entender lo que pasa en ese vínculo así como nosotros no podemos dar recetas a otros porque hayan servido con los nuestros. Incluso cada uno de los hijos es una relación diádica distinta.

Se puede afirmar, casi con seguridad, que lo vamos a hacer mal y que en algún momento nos van a perdonar; pero esa es otra historia para otro artículo en otro momento.















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