miércoles, 6 de enero de 2016

Ella la necia


“Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificárselo por este signo: todos los necios se conjuran contra él.” Jonathan Swift
En el barrio es inevitable cruzarse. Charlar dos palabras.
—Esa es loca de arriba y loca de abajo.
—No pertenece acá, no entiende nada.
—Por algo la dejó el marido ¿no?
Los juicios categóricos e irrevocables. En la policía hay una lista con el nombre de la gente que hace problemas en el barrio… en esa lista está subrayado su nombre; no el nombre de quienes venden drogas y son amigos del policía que mira para otro lado (bah, amigo es una forma de decir a una relación a plazo fijo)… en esa lista está subrayado el nombre de ella, la Magdalena limpiadora de sudarios sangrientos.
—Hay que tener cuidado con ella.— dice la policía.
No con los vendedores de merca, no con los que amparan esa venta, no con los golpeadores de drogatas, no con los «cerrate, no te metas», no… no… hay que tener cuidado con ella, es peligrosa.
*   *   *
Golpean la puerta. Ella se sobresalta. Los golpes la sobresaltan. Él ya no vive más con ellas. El «agente del orden» ya se fue a otra casa con otra mujer. «¡Pobre!» piensa, «¡Pobre mina! no sabe lo que se llevó». Los golpes la sobresaltan. Ella se sobresalta. Golpean la puerta. Deja su hija en el suelo y va a atender.
—Emma, para vos.— la vecina, mirándola un poco extrañada, le tiende el teléfono celular que tiene en la mano.
—Hola.
—Sí, sabía. Todo el barrio lo sabe.
—Bueno, me alegra.
—No, que estés en cana no, que estés en un sector de menor seguridad y que hayas decidido terminar la escuela; eso me alegra.
—No, yo no tengo nada que ver. Lo decidiste vos.
—Bueno.
—Está bien.
—Chau.
Le devuelve el teléfono con los ojos llenos de lágrimas. La vecina la mira un poco más extrañada que antes.
—Gracias.
Y cierra la puerta.
* * *
Un estertóreo vómito de sangre cae en la vereda. Una vecina cierra la ventana para demostrar que no le interesa.
—Ahí tené, drogón de mierda, pa’queaprendas. Y no haga ma quilombo. ¿entendé?— la frase parece larga pero la acompaña una sola patada.
El policía se queda en la esquina, mirando para otro lado. Un pibe pasa con una bolsa de nailon blanca con los mandados de su casa y salta el charco de sangre. Todo sigue igual. El bulto sanguinolento del piso debió de haber sido un hombre alguna vez cuando existía la dignidad.
Dos manos sorpresivamente lo toman de las axilas y lo levantan pesadamente del piso… trastabilla. Da vueltas su rostro para encontrase con sus ojos bellos desde el afuera hasta el adentro de esos iris pardos.
—Vení.— le dijo. Solo le dijo: «¡Vení!». Como una orden que no molesta.
*   *   *
Le tiene miedo. Sabe que mató a alguien en un asalto o algo así. Le tiene miedo. Esos dientes, esas ausencias de dientes le repugnan. Cierta angustia le generan esos cuadrados negros en la boca podrida de alguien que se va pudriendo por dentro. Los pantalones meados, el olor a orín viejo.
*   *   *
Lo sentó en el cantero del árbol mientras miradas como fusiles apuntaban desde todas las celosías. Tenía, había traído o hizo aparecer andá a saber de dónde, un algodón, alcohol, agua oxigenada, unas gasas, una cinta pegoteada y gastada y comenzó a quitar la sangre de su rostro sin una sonrisa de ternura ni un gesto hollywoodense. Prolija y callada limpió y curó sus heridas.
—Bien merecido que se lo tenía el pelotudo ese.
—¿Por qué hace eso esa?
—Vos sabés que está media pirucha.
—No tendría que meterse.
—Dejala, no jode a nadie.
Los diálogos se cruzan, uno no sabe bien de dónde vienen ni a dónde van, solo se cruzan.
*   *   *
Está llegando a su casa. Trata de que no se note el miedo. «Los perros huelen el miedo» le había dicho su padre y ella siempre se quedó con esa idea: «el miedo se huele». Sabe que su miedo se huele y trata de que no se note en su mirada.
—¿Vo sabé quién soy yo?
Miente. —No. ¿Y vos sabés quién soy?
—La esposa del yuta, del botonazo ese.
—Emma González, un gusto. ¿Y vos?
—El rengo Giménez.— se sonríe en una mueca de sangre, cuadrados negros de ausencia y labio hinchado.
—Duermo en el piso, ¿sabés?— le dice mientras la mira.
Le parece hermosa, si no estuviera tan drogado se la trataría de coger. Ella levanta la mirada y algo lo paraliza.
*   *   *
Ella no dice nada y continúa su trabajo de enfermera improvisada.
—Vendí hasta la cama para comprar drogas.
—No te drogues más.— es lo único que articula sin levantar la mirada.
—Estoy perdido.
—Sí… tenés que encontrarte. Date otra chance.
Él no la entiende. La escucha y la mira porque es bella y porque intentaría cogérsela si no estuviera tan drogado. Se va. Se va ella a su casa y se va él a su infierno sabiendo que los ángeles le han tenido hoy mucha paciencia.
*   *   *
Él la mira en su hermoso caminar y le grita: «Piba, con vo, todo bien pero con el cana, no. ¿entendé?»
—Mirá, ves esa casa. Ahí vivo yo con mi hijita. Los problemas de la policía los arreglas con la policía. No ahí.
—Está todo bien, nena. No te pongá loquita que no hace falta.
* * *
—Emma.
—Rengo.
El deshecho humano que se encuentra en el piso trata de levantarse pero no puede.
—Me dijeron que so maestra.
—Sí, soy maestra.
—Yo dejé la escuela ¿sabé? Por las drogas. Va qué se yo, no me servía pa nada.
—¿Y las drogas sí?
—No, qué se yo, estoy bien.
—Se te ve bien hecho mierda.
—Si dejás al yuta y me das una posibilidad a mi yo dejo esta mierda.
—Estabas casado, tenés hijos y no la dejaste.
—Pero vo es distinto, so maestra, vo me podé enseña a se mejor.
—Gracias, pero estoy bien con mi marido.
—Vamo, si todo sabemos que te faja el boludo ese.
Emma se calla. Sabe que se le llenaron los ojos de un líquido parecido a las lágrimas pero lo contiene. Da vuelta la cabeza. Se va. Entra a su casa y allí, frente a su hija pequeña, que ya está acostumbrada, permite que caiga al piso dos, sólo dos gotas de dolor.
*   *   *
—Cayó preso el boludo.— me dice. —Lo pescaron robando boludeces.— me dice. —Para comprar droga, seguro.— me dice.
Hace silencio.
—Tengo que ir a verlo.— me dice.
Yo no digo nada, la miro y pienso: «No puede ser tan bella.»
* * *
Y el mundo sigue. Y el barrio sigue. Y la venta sigue. Y los golpes siguen. Y los negociados siguen. Y las ventanas cerradas siguen. Y el mundo, el puto mundo, sigue.

Y ella sigue haciendo la diferencia.

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