sábado, 25 de junio de 2016

Un pensamiento estúpido de un sábado con lluvia

Me molesta, de la comunicación moderna, la obscenidad de los enunciados. No es por pacato o porque tema ser frontal cuando hablo; todo lo contrario. Creo que decir “todo” al punto de lo obsceno demuestra una desconsideración sobre la capacidad interpretativa de nuestro interlocutor.
En el discurso obscenidad y sensualidad son antónimos. La obscenidad es decir más de lo necesario, explicitar lo sobrentendido. La sensualidad sugiere los contornos pero no explicita lo que el otro, por conocimiento de mundo, debería entender.
Escucho a dos jóvenes hablando mientras miran a la pareja de uno de ello y entonces el emparejado le dice a su amigo: “Esta noche me la cojo”. Es inevitable pensar lo innecesario de un enunciado tan vulgar y obsceno en una conversación que podría haber concluido con una frase más sensual y sugerente como “Esta noche, creo, voy a tener suerte.”
Ustedes dirán que en ambas oraciones se entiende exactamente lo mismo y es por eso que no entiendo por qué usar la primera en la cual se desmerece al interlocutor, por considerarlo incapaz de entender sutilezas y se desprestigia el objeto del cual se habla.
Leo la publicidad de un evento de un pub que reza a modo de título “Todo se vale” y pienso; ¿es necesario ese grado de explicitud?¿tan lelos son los interlocutores a quienes se les destina dicha publicidad?
Una muchacha publica en su face: “Estoy gorda”… ¿Por qué?¿Teme que las apreciaciones estéticas de sus lectores no permitan apreciar el sobrepeso de su figura?¿o espera la mentira consoladora de algún amigo?
Una pareja en la cama abrazados, él le dice “te amo” y ella responde “yo no”. No hubiera sido lo mismo y muy distinto que lo abrazara y le diera un beso y no le dijera nada. El muchacho lo hubiera entendido sin problemas, creo.
Que pequeña y gran diferencia hay, cuando mientras personas que discuten sobre política una de ellas le dice a la otra: “sos un imbécil” a cuando le dice “prefiero no seguir discutiendo con vos, pensamos distinto y vos no me vas a entender.”
No sé en qué momento el lenguaje se hizo tan obsceno, tan explícito. No sé si esto se debe a una incapacidad de los enunciadores para expresarse o de los enunciatarios para comprender. Quizás, en un acto de ingenuidad, se piensa que estos enunciados le quitan opacidad al discurso; pero todos sabemos que eso es imposible; el texto es una referencia de referencia que se completa frente a un interpretante que está atravesado por códigos socioculturales determinados. O sea, incluso en la obscenidad, el enunciado no deja de ser polisémico.
Entonces, ¿a qué se debe esta pobreza?¿es una pobreza discursiva, cultural o espiritual?
Hay una espantosa frase que muchas veces ha sido dicha con buenas intenciones pero al partir de un error garrafal de conceptos siempre llega a pésimo destino: “Hay que llamar a las cosas por su nombre.”
Lamento decirles que las cosas no tienen nombre, es nuestra mirada interpretativa e interpretada la que les da nombres en un vano afán de ordenar el caos que nominamos vida. Cuando la muchacha dice estar gorda no sólo habla de su aspecto físico sino también establece juicios interpretativos basados en rectores culturales que establecen un juicio axiológico sobre ese aspecto.
La obscenidad del lenguaje lo que hace, entonces, es poner en evidencia una serie de prejuicios culturales sobre el estado de las cosas y una fe ciega en que ese prejuicio es la única verdad. No es necesario ir muchos años atrás para darnos cuenta de que la “única verdad” no es más que una variable histórica.
Entonces, ¿cuál es el riesgo de vivir en un mundo discursivamente obsceno y explícito?
Dejar de pensar, dejar de soñar y dejar de pelear por un mundo distinto.

Pero claro, estas son boludeces que uno piensa los sábados mientras en la olla se cocinan unos sorrentinos.











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