sábado, 7 de septiembre de 2013

La telaraña

     Recorre el lugar mientras piensa el lugar como quien piensa cada uno de los objetos que los componen.
     Saca Uno y lo mira, detenidamente; y lo admira, infinitamente; tan completo, tan único, tan innecesario. Y lo vuelve a guardar, en su mismo lugar, en su mismo orden, en su misma unidad.
     Recorre el lugar a paso lento y tranquilo y saca Otro y lo mira, detenidamente; y lo admira, infinitamente; tan completo, tan único, tan innecesario, tan individual. Pero antes de volverlo a guardar se da cuenta que hay algo, algo pequeño, casi imperceptible, del Uno en el Otro o del Otro en el Uno.
     Recorre el lugar buscando un Tercero que llame su atención. Lo encuentra y lo mira, detenidamente; y lo admira, infinitamente; tan completo, tan único, tan innecesario, tan individual, tan colectivo. Busca entre las páginas y encuentra algo del Uno y encuentra algo del Otro.
     Recorre el lugar y un Cuarto y un Quinto y un Sexto y todos se entrecruzan y todos se mezclan como si fueran uno sólo, gigante y fragmentado, como si fueran un fragmentado gigante solo.
     Recorre el lugar y en el séptimo se detiene; porque el siete siempre ha tenido algo de infinito y algo de pantalón roto y algo de robo y algo de enano y algo de pecado.
     Decide que en ese lugar no hay muchos, decide que en ese lugar hay uno solo, un gigante y fragmentado monstruo polimorfo que seduce, que ama, que lastima, que encierra prisioneros en su seno por igual a Tánatos y a Eros. Decide que ese lugar que él tiene a cargo, que ese lugar que él cuida es una gran telaraña para atrapar las almas, que es una gran telaraña producto del cielo y del infierno al mismo tiempo.
     Y después de pensar, o de darse cuenta o de construir con su mente el sentido de su trabajo se va a sentar el pequeño bibliotecario a la mesa de entrada a esperar que una incauta alma venga a pedir el primer libro de esta endemoniada y divina telaraña.

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